Crítica de la película La lista de Schindler
Una de las mejores películas de todos los tiempos que consigue desgarrarte por dentro
Este año se reestrena La lista de Schindler con motivo de su 25 aniversario, ocasión que desde la Revista Acción queremos aprovechar para rendir homenaje a una de las mejores películas de todos los tiempos que consiguió nada menos que sietes Oscars: mejor película, mejor dirección; mejor guión adaptado, mejor fotografía, mejor banda sonora, mejor montaje y mejor dirección artística… casi nada.
Justo antes de que se inicie la Segunda Guerra Mundial, Oskar Schindler (Liam Neeson) es un empresario alemán con muchas habilidades sociales que aprovecha su pertenencia al partido Nazi para ganarse la simpatía de otros nazis influyentes en su propio beneficio. Gracias a esas influencias, tras la invasión de Polonia consigue a precio de saldo una fábrica de esmaltar utensilios de cocina en Cracovia, la cual prospera rápidamente gracias a la explotación de cientos de judíos y, también, por la buena gestión que hace su talentoso gerente judío, Itzhak Stern (Ben Kingsley), quien aprovecha cualquier despiste de Schindler para contratar mano de obra cuando menos “no cualificada” (por ejemplo, a uno le falta un brazo).
En aquellos momentos, ser judío y estar contratado en la empresa de Schindler era un seguro de vida a corto plazo ya que esta empresa, además de dedicarse a los esmaltados, también fabricaba munición, haciendo que esta fábrica fuera de vital importancia para continuar con el esfuerzo bélico alemán y convirtiendo a sus empleados en trabajadores esenciales, lo que era lo mismo, personas intocables por los nazis.
Cuando Schindler entra en el círculo cercano del cruel Comandante del campo de concentración de Plaszow, Amon Goeth (Ralph Fiennes), nuestro protagonista empieza a ser consciente de la barbarie que los nazis están haciendo con los judíos y es entonces cuando se propone salvar a través de su empresa al máximo número de judíos posible.
Su director, Steven Spielberg, antes de embarcarse en este proyecto en el año 1993, ya era admirado por la crítica y por el público, siendo considerado uno de los mejores directores de ciencia ficción y aventuras gracias a películas como Tiburón, Encuentros en la tercera fase, la trilogía Indiana Jones (si, habéis leído bien, trilogía, sólo hay tres…), Regreso al futuro, los Goonies, El imperio del sol… y todas ellas producidas en tan sólo una década!
Por desgracia, muchas veces ha pasado que el cine de ciencia ficción y aventuras ha sido menospreciado por los críticos más puristas al considerarlo un cine de menor calidad o, lo que es lo mismo, un simple entretenimiento para que el espectador se evada durante una o dos horas de sus problemas. De esta manera para muchos expertos de cine consideraban a Spielberg un director encasillado en ese cine del género de aventuras y ciencia ficción, siendo escépticos a que tuviera el talento para hacer un cine, digámoslo educadamente, más serio.
Pudiera parecer que ese escepticismo de los críticos fue tomado como un reto por Spielberg para dirigir esta película (cuyo rodaje coincidió con la post-producción de Parque Jurásico) y demostrar a todos esos expertos lo equivocados que estaban, pero la realidad de cómo llego a dirigir La lista de Schindler es algo más profunda…
Spielberg, que es judío, ha contado en más de una ocasión cómo de pequeño sufrió exclusión social por parte de sus compañeros de la escuela, que se reían y burlaban de él. Por ese motivo, el director, que por aquel entonces era sólo un niño, empezó a negar sus raíces judías para conseguir encajar en su entorno, lo que para Spielberg era incompatible con ser judío.
Una anécdota que cuenta en el documental sobre su vida es que, siendo pequeño, su abuelo les visitaba de vez en cuando y una tarde que Spielberg se encontraba jugando con otros niños cerca de casa, su abuelo lo llamó a gritos por su nombre judío: Schmul. Cuando sus amigos le preguntaron que si ese hombre que estaba en el porche de su casa lo estaba llamando a él, lo negó directamente: “Debe de estar llamando a otro”.
No fue hasta muchos años después que Spielberg volvió a encontrarse con sus raíces judías gracias a Kate Capshaw la que ha sido su esposa desde 1991, quien quedó fascinada por las tradiciones judías de su familia, convirtiéndose al judaísmo y celebrando su boda según el rito judío. Esta reconciliación del director con su cultura fue imprescindible para que finalmente acabase dirigiendo La lista de Schindler, la cual está basada en la novela homónima publicada en 1982 por Thomas Keneally, y que ese mismo año 82 cayó en las manos de Spielberg pero en ese momento el director no creyó estar preparado para llevarla al cine precisamente por la carga religiosa que tenía, de la cual había decidido renegar.
De esta manera, en el año 1993 Spielberg ya estaba preparado para contar la historia de su pueblo durante el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial, que posteriormente se conocería como “Shoah”.
La manera en la que está rodada gran parte de esta película, con la cámara al hombro, hace que como espectadores nos metamos de lleno en la historia y, llegado el momento, estemos corriendo por mitad de la calle del gueto mientras somos abucheados por los que hasta hace unos días eran nuestros simpáticos vecinos y ese es precisamente el motivo por el cual La lista de Schindler es tan dura… No es por la historia que nos cuenta, la cual ya conocemos y la hemos visto en otras películas, es porque en esta ocasión el espectador es imposible que se quede al margen de lo que está sucediendo, haciéndonos sentir incómodos en muchos momentos en los que no nos acabamos de creer las barbaridades que somos capaces de cometer con nuestros semejantes.
Hoy, casi 75 años después del fin de la 2GM, es muy fácil posicionarse asegurando que nosotros jamás hubiéramos cometido esos crímenes… pero lo cierto es que después de ver esta película no podemos evitar preguntarnos cómo pudo ser que personas normales, muchos de ellos con estudios superiores, pudieran hacer tales atrocidades a sus semejantes para luego justificarse diciendo esa frase tan manida por la historia de: “yo sólo cumplía órdenes”. Aunque sea en lo más profundo de nosotros, es imposible no preguntarse, ¿Qué hubiera hecho yo en esa situación?
El trabajo actoral que hace Ben Kingsley en esta película es sensacional. Su personaje, Itzhak Stern, es la conciencia de Schindler y es la manera con la que el director nos hace coprotagonistas de esta historia, dándonos un personaje con el que identificarnos.
El villano que interpreta Ralph Fiennes (Amon Goeth) está muy bien construido, un personaje que con sólo miradas es capaz de estremecerte de miedo porque sabes que detrás de esos ojos hay un monstruo. Cualquier otro director, para potenciar esa maldad, hubiera jugado con las sombras para mostrar esa oscuridad del personaje. Sin embargo, Spielberg hace todo lo contrario haciendo que Amon siempre esté bien iluminado, sin nada que esconder, siendo transparente para el espectador.
Quien sí que se muestra misterioso durante gran parte de la película es Schindler, un personaje con luces y sombras que se ve perfectamente desde la primera escena en el pub con los oficiales en la que Spielberg juega con las luces, las sombras, el humo del cigarro para no dejarnos ver quién es en realidad ese enigmático y glamuroso Oskar Schindler. A medida que el protagonista evoluciona en ese camino hacia la luz vemos como las sombras van desapareciendo hasta que, finalmente, el personaje queda perfectamente iluminado en esa escena que ya es parte de la historia del cine en la que Schindler es testigo de la “limpieza” del gueto por parte de los nazis mientras una niña con abrigo rojo (primera y última vez que veremos color en la película hasta el final de la misma) deambula por las calles, invisible a los ojos de los nazis.
Durante el rodaje, Liam Neeson confesó a su compañero Ben Kingsley que se sentía como una marioneta en manos de Spielberg ya que este no paraba de decirle cómo debía fumar (cuando Spielberg no fumaba y Neeson si), cómo respirar: ”Joder, que tengo 41 años…”, a lo que Kingsley le respondió: “Un gran director de orquesta necesita un buen solista. Confía en eso, acepta su forma de dirigir, no luches contra ella”. Neeson hizo caso a su compañero, valiéndole una nominación a los Oscars al Mejor Actor Principal que finalmente no gano, se lo arrebató Tom Hanks por su papel en Philadelphia.
Una vez más, la armonía entre Spielberg y John Williams dio como resultado una de las bandas sonoras más bellas de la historia del cine y que consigue desgarrarnos durante toda la película.
Hay una anécdota de cuando Spielberg le pidió a Williams que compusiera la banda sonora. Tras ver la película, Williams salió al jardín totalmente destrozado por la historia que acaba de ver y, después de varios minutos, entró y le dijo: “Necesitas un compositor mejor que yo para esta película”, a lo que Spielberg contestó: ”Lo sé, pero están todos muertos”.
La fotografía, que corre a cargo de Janusz Kaminski, es sencillamente espectacular, rodada enteramente en blanco y negro salvo 3 escenas muy concretas y que están perfectamente justificadas dentro de la coherencia del relato.
En conclusión, tenemos una película brillante en todos los sentidos, dirigida por un Spielberg en estado de gracia que consigue que durante los 194 minutos que dura la cinta dejemos de lado nuestro papel de espectadores para convertirnos en testigos en primera persona de una de las etapas más oscuras de nuestra historia. Después de verla, uno es incapaz de no acabar roto por dentro, desgarrado por su dureza y porque, después de todo, sabemos que esto ocurrió de verdad. Eso es lo peor.
Rubén Arenal
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