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martes, octubre 3, 2023
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La Misión

La Misión

Crítica de la película La Misión

Parece difícil de creer, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que algunos estrenos cinematogrÔficos se convertían de la noche a la mañana, y en mÔs de una ocasión sin mediar una enorme y concienzuda campaña promocional con la que animar al respetable, en verdaderos fenómenos sociológicos capaces de despertar la reflexión y el debate, de ahondar en las dudas y las certezas, casi siempre frÔgiles cuando no directamente falsas, de la sociedad occidental o, como es el caso, de la sociedad española. En ese tiempo, nada menos que 2.851.566 personas acudieron al cine para ver con sus propios ojos una historia épica de redención, lucha y fracaso que tenía como trasfondo una de las pÔginas mÔs negras de la historia de España en su relación con el continente americano. El año era 1987 y la película origen de ese encuentro entre la industria del espectÔculo y el despertar, por mÔs efímero que fuera, de la conciencia, llevaba por título La misión.

Ambientada en lo que hoy serĆ­a la zona fronteriza entre el norte de Argentina y el sur de Brasil, La misión era la segunda pelĆ­cula de Roland JoffĆ©, director de origen britĆ”nico que con solo una pelĆ­cula a sus espaldas, Los gritos del silencio, habĆ­a logrado el reconocimiento del pĆŗblico y de la crĆ­tica con una narración que exponĆ­a en tonos melodramĆ”ticos por medio de la trayectoria de dos hombres muy distintos en virtud de sus respectivos orĆ­genes sociales y culturales, el infierno vivido en Camboya desde los bombardeos indiscriminados perpetrados por el ejercito de Estados Unidos como prolongación inĆŗtil y cĆ­nica de la guerra de Viet-nam, hasta la mascarada siniestra y genocida llevada a cabo entre su propio pueblo por los alucinados jemeres rojos. Con ese antecedente, al que habrĆ­a que sumar la presión que supone semejante reconocimiento a una escarizada ópera prima, Roland Joffe desplazó su mirada hacia el pasado, concretamente hacia el tercio final del siglo XVIII,Ā  para narrar una historia de fondo igualmente grandiosa y trĆ”gica: el reparto de tierras, vidas y haciendas llevado a cabo por los poderes coloniales de EspaƱa y Portugal con la imprescindible ayuda y bendición de la iglesia católica en un momento en que la institución supuestamente religiosa constituĆ­a uno de los mayores centros de poder; historia con mayĆŗsculas y minĆŗsculas protagonizada por un puƱado de hombres obligados a elegir entre su condición humana y el dogma de obediencia que aceptaron en el momento de vestir los hĆ”bitos. Escrita por el prestigioso Robert Bolt, autor entre otros de los guiones de Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago y Un hombre para la eternidad, La misión encierra en poco mĆ”s de dos horas ese drama a tres bandas: la lucha por el poder colonial, la población indĆ­gena destinada a engrosar las fortunas de los estados y ā€œempresariosā€ dedicados al lucrativo negocio de la trata de esclavos, y los misioneros que intentan impedirlo,Ā  personalizado en su vĆ©rtice por dos hombres cuyas formas de ver la vida se revelaran decisivas cuando el conflicto alcance su punto culminante.

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Jeremy Irons y Robert de Niro daban vida a esos personajes que proponen al espectador dos formas muy distintas de afrontar el mismo problema. El primero es el Hermano Gabriel, un valeroso y tenaz jesuita que se adentra en las selvas de IguazĆŗ con la intención de llevar el verbo sagrado hasta laĀ  morada de la tribu de los guaranĆ­es, indĆ­genas famosos por su feroz rechazo a cualquier tipo de extranjero. El segundo es Mendoza, unĀ  hacendado cuya fortuna tiene su origen en la compra venta de esclavos. Arrogante, violento e iracundo, Mendoza sucumbe ante sus propias debilidades humanas e impulsado por unos celos sin fundamento real mata en el transcurso de una pelea a su propio hermano. Productos de muy distintas formas de actuar, el Hermano Gabriel y Mendoza verĆ”n como confluyen sus destinos personales cuando el religioso ofrezca al hacendado, ahora sumido en la desesperación y el remordimiento, una remota posibilidad de redención. Para alcanzarla, Mendoza habrĆ” de ascender literalmente a un plano fĆ­sico y espiritual superior que incluye enormes sacrificios, en especial el de renunciar a la violencia y el de contemplar como iguales a esos indios guaranĆ­es ahora convertidos en miembros de una gran familia cristiana a la que Gabriel y un pequeƱo grupo de jesuitas sirven como guĆ­as y protectores. Por increĆ­ble que parezca, la transformación de Mendoza es un hecho real que corre paralela a la creación por parte de los jesuitas de una suerte de ā€œexperimento celestialā€ que mĆ”s bien parece un hecho precursor del socialismo utópico materializado en una comunidad de iguales en la que reinan la comprensión y la armonĆ­a. Evidentemente, el hecho de ser solo un experimento y de estar asentado sobre la tierra hace que el su mera existencia se convierta en un obstĆ”culo diplomĆ”tico en el marco de las negaciones entre las coronas de EspaƱa y Portugal, cuyos dignatarios deciden trazar una nueva lĆ­nea imaginaria sobre el mapa dejando fuera de la protección de la Iglesia a esos indĆ­genas que a partir de entonces estarĆ”n de nuevo a merced de los tratantes de esclavos. Conscientes del peligro que esa decisión polĆ­tica supone para toda la obra realizada y para los hombres y mujeres que se cobijan en ella y en la reciĆ©n descubierta fe cristiana, el Hermano Gabriel logra atraer al representante del Vaticano en AmĆ©rica, pero este, tras una visita a los terrenos y las gentes de la misión, reconoce su impotencia ante las decisiones refrendas por el Vaticano: la misión tendrĆ” que ser abandonada y sus habitantes puestos bajo la jurisdicción del gobierno de Portugal.

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MĆ”s allĆ” del peso que suponen los elementos tĆ©cnicos y artĆ­sticos de esta gran pelĆ­cula: la participación de actores de primera fila entre los que aparece brevemente un jovencĆ­simo Liam Neeeson, la fotografĆ­a del oscarizado Chris Menges y la impagable partitura original compuesta por Ennio Morricone, Ā Ā la importancia de La misión, al menos en lo que respecta a su repercusión en EspaƱa, radica en el debate provocado ante la utilización legĆ­tima de la violencia emprendida por el personaje de Mendoza, curiosamente el que mĆ”s simpatĆ­a despierta entre el pĆŗblico, que organiza la resistencia con los guaranĆ­es e incluso con la participación de algunos de los jesuitas mientras Gabriel, al frente de buena parte de la tribu, decide dejar el destino en manos del AltĆ­simo y en la conciencia de quienes decididos a acabar con su obra misionera no dudarĆ”n en hacer uso de una violencia desmedida. Una vez que el drama se convierte en tragedia y que la matanza se revela como el Ćŗnico mĆ©todo de solucionar problemas al que recurren los poderosos representantes de la ā€œcivilizaciónā€, el espectador debe compartir la pregunta que desde un plano final formulaĀ  la imagen congelada y contrita del enviado del Vaticano. Realista en sus momentos mĆ”s decisivos por mĆ”s que sus adornos estĆ©ticos sean casi incontables, La misión viene a exponer el enorme valor intrĆ­nseco de la bondad humana, su capacidad para generar el fenómeno de la redención – algo parecido a ese deseo de ā€œpaz en la tierraā€ – y la futilidad de ambas ante la codicia, el robo descarado y la violencia sobre las que se asienta nuestro mundo occidental.

A.Ā Batlen

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