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viernes, marzo 29, 2024
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La MisiĆ³n

La MisiĆ³n

CrĆ­tica de la pelĆ­cula La MisiĆ³n

Parece difĆ­cil de creer, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que algunos estrenos cinematogrĆ”ficos se convertĆ­an de la noche a la maƱana, y en mĆ”s de una ocasiĆ³n sin mediar una enorme y concienzuda campaƱa promocional con la que animar al respetable, en verdaderos fenĆ³menos sociolĆ³gicos capaces de despertar la reflexiĆ³n y el debate, de ahondar en las dudas y las certezas, casi siempre frĆ”giles cuando no directamente falsas, de la sociedad occidental o, como es el caso, de la sociedad espaƱola. En ese tiempo, nada menos que 2.851.566 personas acudieron al cine para ver con sus propios ojos una historia Ć©pica de redenciĆ³n, lucha y fracaso que tenĆ­a como trasfondo una de las pĆ”ginas mĆ”s negras de la historia de EspaƱa en su relaciĆ³n con el continente americano. El aƱo era 1987 y la pelĆ­cula origen de ese encuentro entre la industria del espectĆ”culo y el despertar, por mĆ”s efĆ­mero que fuera, de la conciencia, llevaba por tĆ­tulo La misiĆ³n.

Ambientada en lo que hoy serĆ­a la zona fronteriza entre el norte de Argentina y el sur de Brasil, La misiĆ³n era la segunda pelĆ­cula de Roland JoffĆ©, director de origen britĆ”nico que con solo una pelĆ­cula a sus espaldas, Los gritos del silencio, habĆ­a logrado el reconocimiento del pĆŗblico y de la crĆ­tica con una narraciĆ³n que exponĆ­a en tonos melodramĆ”ticos por medio de la trayectoria de dos hombres muy distintos en virtud de sus respectivos orĆ­genes sociales y culturales, el infierno vivido en Camboya desde los bombardeos indiscriminados perpetrados por el ejercito de Estados Unidos como prolongaciĆ³n inĆŗtil y cĆ­nica de la guerra de Viet-nam, hasta la mascarada siniestra y genocida llevada a cabo entre su propio pueblo por los alucinados jemeres rojos. Con ese antecedente, al que habrĆ­a que sumar la presiĆ³n que supone semejante reconocimiento a una escarizada Ć³pera prima, Roland Joffe desplazĆ³ su mirada hacia el pasado, concretamente hacia el tercio final del siglo XVIII,Ā  para narrar una historia de fondo igualmente grandiosa y trĆ”gica: el reparto de tierras, vidas y haciendas llevado a cabo por los poderes coloniales de EspaƱa y Portugal con la imprescindible ayuda y bendiciĆ³n de la iglesia catĆ³lica en un momento en que la instituciĆ³n supuestamente religiosa constituĆ­a uno de los mayores centros de poder; historia con mayĆŗsculas y minĆŗsculas protagonizada por un puƱado de hombres obligados a elegir entre su condiciĆ³n humana y el dogma de obediencia que aceptaron en el momento de vestir los hĆ”bitos. Escrita por el prestigioso Robert Bolt, autor entre otros de los guiones de Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago y Un hombre para la eternidad, La misiĆ³n encierra en poco mĆ”s de dos horas ese drama a tres bandas: la lucha por el poder colonial, la poblaciĆ³n indĆ­gena destinada a engrosar las fortunas de los estados y ā€œempresariosā€ dedicados al lucrativo negocio de la trata de esclavos, y los misioneros que intentan impedirlo,Ā  personalizado en su vĆ©rtice por dos hombres cuyas formas de ver la vida se revelaran decisivas cuando el conflicto alcance su punto culminante.

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Jeremy Irons y Robert de Niro daban vida a esos personajes que proponen al espectador dos formas muy distintas de afrontar el mismo problema. El primero es el Hermano Gabriel, un valeroso y tenaz jesuita que se adentra en las selvas de IguazĆŗ con la intenciĆ³n de llevar el verbo sagrado hasta laĀ  morada de la tribu de los guaranĆ­es, indĆ­genas famosos por su feroz rechazo a cualquier tipo de extranjero. El segundo es Mendoza, unĀ  hacendado cuya fortuna tiene su origen en la compra venta de esclavos. Arrogante, violento e iracundo, Mendoza sucumbe ante sus propias debilidades humanas e impulsado por unos celos sin fundamento real mata en el transcurso de una pelea a su propio hermano. Productos de muy distintas formas de actuar, el Hermano Gabriel y Mendoza verĆ”n como confluyen sus destinos personales cuando el religioso ofrezca al hacendado, ahora sumido en la desesperaciĆ³n y el remordimiento, una remota posibilidad de redenciĆ³n. Para alcanzarla, Mendoza habrĆ” de ascender literalmente a un plano fĆ­sico y espiritual superior que incluye enormes sacrificios, en especial el de renunciar a la violencia y el de contemplar como iguales a esos indios guaranĆ­es ahora convertidos en miembros de una gran familia cristiana a la que Gabriel y un pequeƱo grupo de jesuitas sirven como guĆ­as y protectores. Por increĆ­ble que parezca, la transformaciĆ³n de Mendoza es un hecho real que corre paralela a la creaciĆ³n por parte de los jesuitas de una suerte de ā€œexperimento celestialā€ que mĆ”s bien parece un hecho precursor del socialismo utĆ³pico materializado en una comunidad de iguales en la que reinan la comprensiĆ³n y la armonĆ­a. Evidentemente, el hecho de ser solo un experimento y de estar asentado sobre la tierra hace que el su mera existencia se convierta en un obstĆ”culo diplomĆ”tico en el marco de las negaciones entre las coronas de EspaƱa y Portugal, cuyos dignatarios deciden trazar una nueva lĆ­nea imaginaria sobre el mapa dejando fuera de la protecciĆ³n de la Iglesia a esos indĆ­genas que a partir de entonces estarĆ”n de nuevo a merced de los tratantes de esclavos. Conscientes del peligro que esa decisiĆ³n polĆ­tica supone para toda la obra realizada y para los hombres y mujeres que se cobijan en ella y en la reciĆ©n descubierta fe cristiana, el Hermano Gabriel logra atraer al representante del Vaticano en AmĆ©rica, pero este, tras una visita a los terrenos y las gentes de la misiĆ³n, reconoce su impotencia ante las decisiones refrendas por el Vaticano: la misiĆ³n tendrĆ” que ser abandonada y sus habitantes puestos bajo la jurisdicciĆ³n del gobierno de Portugal.

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MĆ”s allĆ” del peso que suponen los elementos tĆ©cnicos y artĆ­sticos de esta gran pelĆ­cula: la participaciĆ³n de actores de primera fila entre los que aparece brevemente un jovencĆ­simo Liam Neeeson, la fotografĆ­a del oscarizado Chris Menges y la impagable partitura original compuesta por Ennio Morricone, Ā Ā la importancia de La misiĆ³n, al menos en lo que respecta a su repercusiĆ³n en EspaƱa, radica en el debate provocado ante la utilizaciĆ³n legĆ­tima de la violencia emprendida por el personaje de Mendoza, curiosamente el que mĆ”s simpatĆ­a despierta entre el pĆŗblico, que organiza la resistencia con los guaranĆ­es e incluso con la participaciĆ³n de algunos de los jesuitas mientras Gabriel, al frente de buena parte de la tribu, decide dejar el destino en manos del AltĆ­simo y en la conciencia de quienes decididos a acabar con su obra misionera no dudarĆ”n en hacer uso de una violencia desmedida. Una vez que el drama se convierte en tragedia y que la matanza se revela como el Ćŗnico mĆ©todo de solucionar problemas al que recurren los poderosos representantes de la ā€œcivilizaciĆ³nā€, el espectador debe compartir la pregunta que desde un plano final formulaĀ  la imagen congelada y contrita del enviado del Vaticano. Realista en sus momentos mĆ”s decisivos por mĆ”s que sus adornos estĆ©ticos sean casi incontables, La misiĆ³n viene a exponer el enorme valor intrĆ­nseco de la bondad humana, su capacidad para generar el fenĆ³meno de la redenciĆ³n ā€“ algo parecido a ese deseo de ā€œpaz en la tierraā€ ā€“ y la futilidad de ambas ante la codicia, el robo descarado y la violencia sobre las que se asienta nuestro mundo occidental.

A.Ā Batlen

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