Inferior a su predecesora, pero sigue siendo inquietante.
La sorpresa muy grata que supuso para los aficionados al cine de terror La mujer de negro no puede repetirse en esta secuela que sin embargo trabaja lo suficientemente bien ese entorno siniestro que marcó la película anterior para poder ponerse sino a la altura, al menos a un nivel ligeramente inferior, pero igualmente eficaz, de su predecesora. El diseño de producción vuelve a ser la clave que marca lo mejor de esta película, como ya lo fuera en La mujer de negro, pero en esta ocasión, perdida la sorpresa del original, tiene el reto de mantener el interés del espectador respaldado por un guión menos sólido que el que en aquella prestara cierto aire de mezcla entre Poe y Lovecraft al conjunto del relato. Más desdibujada en lo que se refiere a su guión, adolece de una mayor inclinación a sacar partido a los sustos más fáciles y gratuitos, que no obstante hay que decir que estaban también en la entrega precedente, pero no fueron tan criticados como lo están siendo en esta, insisto, porque operaba en aquella cierto halo de sorpresa o reciclado novedoso de claves esenciales y eternas del terror cinematográfico.
El caso es que en su principio la trama pinta muy bien, con esa localización cronológica años después del relato anterior, en plena Segunda Guerra Mundial, pero rápidamente la historia de los niños desplazados y sus cuidadoras, que buscando refugio en la casa de la isla de la primera entrega acaban por verse amenazados por algo mucho peor que las bombas alemanas, acaba por dejarse arrastrar a una cómoda, si bien que al mismo tiempo eficaz y a ratos inquietante, colección de tópicos del género que adornan el conjunto del relato con cierta gracia y pueden servir como anzuelos de moderado rendimiento para mantener el tono tenebroso en el patio de butacas. Pienso que les ha faltado ser más valientes a la hora de hacer la secuela y atreverse a plantear algo realmente nuevo, sin ocuparse tanto por mantener claves del largometraje anterior. No habría venido mal, por ejemplo, añadirle más tono de aventura a la parte bélica, con el piloto de la RAF, por ejemplo, para darle otro aire más novedoso y no caer en la reiteración algo mecánica de recursos que ya fueron explotados en la primera entrega.
No obstante, me he divertido con ella y tal como suelo decir en estos casos, es imperativo, esencial, disfrutar este tipo de películas de terror en la sala oscura del cine, viendo lo que ocurre en pantalla grande, que inevitablemente mejora el funcionamiento de la propuesta y cuenta con sobresaltos del público como fiel aliado para crear un ambiente imposible de reproducir o conseguir en otro lugar. Son películas como ésta las que beben de la tensión entre anonimato y comunión, de multitud y soledad que acompaña a los espectadores de sala cinematográfica, convirtiendo la proyección en una experiencia colectiva.
Miguel Juan Payán
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