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miércoles, diciembre 11, 2024
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La seducción ****

La seducción ****Sofía Coppola filma uno de sus mejores trabajos ampliando el abanico de su estilo.

La primera pregunta que cabía hacerse ante este largometraje era si su directora iba a conseguir darle personalidad propia lejos y alcanzando al menos el mismo nivel que la versión anterior de esta misma novela, de Thomas Culinan, dirigida por Don Siegel en 1971 con Clint Eastwood como protagonista y que en España conocimos con el título de El seductor. Y la respuesta es afirmativa.

Ésta versión, que además de adaptar la novela citada toma como base el guión de adaptación de la misma escrito para la película de Don Siegel por Albert Maltz e Irene Kamp, consigue plenamente ponerse a la altura de su predecesora. Y al mismo tiempo desarrolla su propia personalidad. Es una versión sobradamente distinta del mismo asunto como para poder desarrollarse plenamente con identidad propia. Sofía Coppola ha escrito su versión partiendo de esas dos fuentes, la novela y el guión anterior en lo que a mi parecer es un giro copernicano muy interesante a todo ese material de partida.




Pienso que la clave de ese giro han conseguido captarla bien en el cambio de título en castellano de la película. Ambas versiones comparten el título original de The Beguiled, pero mientras la de Siegel llegó a nuestra cartelera como El seductor, la de Sofía Coppola llega como La seducción, eliminando así la vinculación del acto de seducir al personaje masculino y dejando que todos los personajes compartan esa especie de ceremonia de seducción que tiene todos los ingredientes del relato de intriga en ambas versiones cinematográficas, pero en la de Coppola se despliega como una interesante propuesta de cruce de géneros.

En esa ceremonia misma encontramos por un lado perfectamente reflejado una interesante visión de esa especie de paréntesis habitado por mujeres que es como una isla de falsa y zozobrante paz sumida en el mar de caos de la guerra civil entre el sur y el norte. La guerra mantiene una presencia simbólica en el relato a través de esos cañonazos que se oyen cada vez más cerca y esas columnas de soldados y prisioneros que pasan ante la verja de la mansión que habitan las protagonistas. Ese mundo de caos que es la guerra parece ser una metáfora de un mar de violencia masculina cuyas olas van rompiendo cada vez con más frecuencia contra la mansión-isla de las féminas, hasta que finalmente una de esas olas llega hasta el interior de la casa en forma de soldado enemigo herido, desencadenando el conflicto sin que el ceremonial de falsa paz y alejamiento de la violencia organizado por la directora de la casa, interpretada por Nicole Kidman, pueda impedir que finalmente la realidad entre en ese frágil paréntesis de cotidianeidad monótona que ha construido en torno a sus protegidas, revelando el verdadero miedo de entrega a las pasiones que parece pesar sobre las mujeres que habitan la casa. Como féminas del siglo XVIII llevan sobre sus espaldas el cambio de imagen de la mujer en un mundo eminentemente masculino según la cual antes del XVIII se pensaba que la mujer era un ser mucho más sexual y más capaz de gozar del sexo que el hombre pero después se creó la idealización masculina de la mujer casi asexual de la era victoriana. Obviamente ninguno de estos dos clichés respondían a la realidad ni por otra parte parecían especialmente interesados en reflejarla, pero ambos atraparon a la mujer en una jaula de miradas eminentemente masculinas. La versión de Sofía Coppola se inclina a ser una mirada al interior de esa jaula de falso orden perfectamente pautado de costumbres y maneras de la imagen de fémina asexuada mientras que la versión de Siegel operaba más desde el punto de vista masculino convirtiendo la historia en una historia de terror gótico con metáfora de castración incluida. Coppola es inteligente y en ningún momento se entrega a los excesos de hacer de la película un panfleto de reivindicación feminista, sino que mantiene una objetividad que puede quedar definida con ese montaje de planos cada vez más lejanos con los que acompaña el comienzo del camino por el bosque de la niña interpretada por Oona Laurence sirviendo como muleta al soldado herido interpretado por Colin Farrell camino de la mansión. En ese sentido es interesante la coreografía de planos generales que acompaña lo que es eminentemente un ejercicio de planos de detalle, primeros planos y planos medios con los que Coppola saca el máximo partido a su reparto, acercándose a sus mejores trabajos tras la cámara, Lost in Translation y Las vírgenes suicidas, y creando un perfecto retrato, de marcado carácter pictórico, del miedo que nos hace esclavos de las apariencias que proporciona a su película actualidad, porque en lo esencial el juego de roles entre hombres y mujeres sigue lastrado por esos clichés sobre lo femenino que mencionaba antes. En La seducción se nos revela así como gran protagonista de toda la película el miedo como gran titiritero que maneja los hilos de nuestras vidas, reprimiendo instintos, deseos y pasiones perfectamente naturales que de un modo u otro acaban por salir a flote transformadas por la represión en conflictos culpables.

Coppola maneja muy bien todos estos elementos para proporcionarnos una de sus películas más interesantes y completas.

Miguel Juan Payán


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