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domingo, mayo 19, 2024
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La sombra prohibida **

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A veces dentro del panorama de actualidad del cine español hay una película que aparece con la que duele ser duro o a la que criticar no te apetece demasiado porque sientes un especial cariño o apego por ella. La Sombra Prohibida, segunda entrega de La Herencia Valdemar, es una de esas películas por las que uno siente ese cariño, pero que no alcanza a cumplir todo lo que prometía cuando nos vendieron la idea por primera vez, de éste díptico de cine de horror inspirado por las obras de H.P. Lovecraft que ahora cierra sus puertas con esta película.

No es fácil atacarla porque la película, las intenciones de sus creadores, son las mejores, por ejemplo. Ofrecer un relato de horror con un reparto interesante y unos medios cuidados en un país donde el cine de género ha sido prácticamente olvidado, por no decir abandonado a su suerte desde hace un tiempo. Pensemos, ¿cuántas películas de género fantástico recordamos en España en los últimos tiempos? De género de verdad, porque por ejemplo, Los Ojos de Julia era película de miedo, sí, pero de cine fantástico no tenía nada…

El esfuerzo de autofinanciación realizado en esta película y en su anterior entrega es enorme, y recuerda en parte los que realizó la Fantastic Factory hace un tiempo con películas como Faust o Dagon, que también estaba inspirada en Lovecraft. Lo que pasa es que mientras la Fantastic Factory tenía un aspecto dejado y algo perdido, aquí se nota que la gente involucrada desde el inicio, sus creadores, lo han puesto todo para obtener un producto digno. Con resultados dispares, eso sí, pero le han puesto todo el cariño y corazón posibles.

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Pero por mucho que se hayan dejado la piel en el intento no estaría siendo honesto ni haciendo bien mi trabajo si defendiese la película a capa y espada sin criticarle sus defectos o sin defender lo que realmente opino de la misma, como diría mi compañero Miguel Juan Payán. Y La Sombra Prohibida adolece de algunos defectos que se cargan esas buenas intenciones y esas ganas de hacer una película competente de cine fantástico. Una cinta entretenida que el público quiera ver y que a la salida nos hiciese decir, “no parece española”, que últimamente parece el grito de calidad que se le da a una película patria que resulta que nos gusta.

Vaya por delante que encontré la primera entrega bastante curiosa. La Herencia Valdemar poseía, sobre todo en su historia del pasado, la que centraba la trama, algunas ideas que eran muy interesantes, poderosas visualmente (ese monstruo que recorría las paredes de la casa, esas sesiones de espiritismo…) e incluso argumentalmente, como la historia de amor maldito de sus protagonistas. Quizá el pasado enmascaraba mejor algunos de los problemas que aquí se hacen más visibles.

Y el problema, como tantas veces, es el guión. Que la película comience con un recordatorio de lo acontecido en La Herencia Valdemar es una mala señal. Es una secuela, no hace falta recordarnos qué ha pasado anteriormente. A no ser que tú mismo sepas que la trama es demasiado enrevesada y que la gente va a andar perdida desde el minuto uno. O que estemos ante un episodio de televisión y necesites un “En anteriores capítulos…”. En ambos casos es un error de bulto.

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Y luego tienes los diálogos. Decir que son poco creíbles es poco. Hay momentos en los que uno no es que no se lo crea, es que piensa que le están tomando el pelo. Charlas imposibles, explicaciones que nadie daría jamás, la misma voz para todos los personajes… hay palabras que ni los más eruditos emplearían en una conversación natural y frases tan rebuscadas que muchos espectadores acaban por reírse. Y es una pena.

Los personajes son demasiados lo que hace que no pasen de un mero boceto en la mayoría de los casos. Están mejor definidos los del pasado que los actuales, y eso acaba pesándole al relato, en un ir y venir de gente de un lado a otro sin ton ni son, que acaba por marear y aburrir. Y encima Cthulhu tarda la tira en asomar, lo que hace que el verdadero motivo de ver la película para muchos, el bicho, se haga demasiado de rogar.

Los actores defienden sus papeles con ganas, la verdad, como mejor pueden, dando la cara durante toda la película hasta en los giros más inverosímiles de guión. La escena de Óscar Jaenada despertando con la máscara en la siniestra habitación, o el curioso baile de maniquíes son perfectos ejemplos de ambientación bien conseguida y de buen trabajo de los actores. Aunque uno se pregunta qué hubiese pasado si a gente como Eusebio Poncela o Norma Ruiz, por poner dos ejemplos, les hubiesen dado más tela que cortar.

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Y tampoco podemos tachar de bodrio absoluto una película cuando tiene los valores de producción que tiene esta, al menos en nuestro país. Hay decorados y localizaciones magníficas, como la mencionada habitación de las fotos o las cuevas hacia el final de la película, donde cada rincón de las grutas recuerda en algo a los Primigenios. Con muy buen hacer y mejor estilo. Y eso se merece un reconocimiento, lo mismo que el diseño de la criatura y los efectos visuales. Siendo española, técnicamente no hay pegas que ponerle a la película.

Así que si quieren acercarse a las salas de cine y echarle el ojo, quedan avisados. Puede que no sea la película que esperan. Sustos no hay, y lo que se pretende es crear una atmósfera, una sensación de miedo a algo sobrenatural y extremadamente peligroso (ojo a las escenas de comerse las arañas para evitar la locura de ver a Cthulhu), que se logra a medias, merced al trabajo técnico, pero que el guión muchas veces parece querer echar por la borda. Una lástima, porque podía haber quedado algo mucho más digno y que hiciese al público desear repetir la experiencia. Ahora esperemos que sigan queriendo hacer cine fantástico en nuestro país. Buena falta le hace a nuestra cartelera.

Jesús Usero

 

 

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