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viernes, mayo 17, 2024
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La vida de Pi ****

La vida de Pi ****

Pocos cineastas son tan versátiles en su temática y su forma, contenido y continente, como Ang Lee. Sorprendente desde que se nos diera a conocer con esa joyíta bonita y deliciosa de “El banquete de bodas” (1993) no ha hecho sino descolocarnos, afortunadamente, con la diversidad de sus historias y siempre y desde el princípio.

“Sentido y Sensibilidad” (1995) fue el siguiente paso, hincada de tacón fuerte y sonoro con el que se presentó a un espectador más internacional, demostrando que un asiático podía bordar un clásico de Jane Austen con la misma solvencia y soltura que James Ivory lo consigue con cualquier adaptación de la obra de su amado E.M. Forster y salir a hombros por la puerta grande.

Lejos de conformarse con ese objetivo conseguído, después vendrían títulos tan diferentes como la magistral y dura “LaTormenta de Hielo” (1997), la local y colorísta “Tigre y Dragón” (2000), la sensible y rompedora “Brokeback Mountain” (2005) o su filme más reciente “Destino Woodstock” (2007).

Pocos cineastas han retratado mejor el amor que se consume bajo el peso de los princípios como se siente dolorosamente en ese “Deseo, peligro” (2007) y pocos han resultado tan valientes a la hora de probar diferentes géneros aún a riesgo de no salir airoso de la contienda como él con ese fracaso que le supuso la herida e insípida “Hulk” (2003) pero que hasta con esa aventura original y maltrecha todos sus adictos le hemos apoyamos a ultranza.

El próximo 30 de noviembre llega a nuestras pantallas una vuelta de turca más, “La vida de Pi”, su última criatura, la adaptación a la pantalla grande del famoso best seller de Yann Martel, una fábula de aventuras donde se confunde lo real con lo fantástico, un cuento estructurado en dos partes, el continente del relato y el contenído que sería el relato en sí mismo.

El protagonista de la historia es un chaval indio de origen feliz y colorísta en un mundo feliz y colorísta. Sus padres, dueños de un zoo en la ciudad de Pondicherry serán los artífices, “hadas madrinas” hacedores de la firme personalidad del chico que determinará su destino.

La decisión del padre de trasladar a su familia junto con el negocio a Canadá en un cargero japonés y el posterior naufragio del barco será el momento de inflexión en la vida de Pi, el detonante de la historia que nos interesa cuando la tempestad deje a Pi, único superviviente de la tragedia, en un bote, a la deriva en mitad del océano Pacífico y con la única compañía de Richard Parker, un feroz y bellísimo ejemplar de tigre de bengala.

La película, primera incursión de Ang Lee en el universo 3D, nos propone desde ese momento crucial un viaje rítmico y emocional de tintes, a veces, filosóficos que no es más que una inmensa metáfora de la vida. La intuición nos sirve bien en el recorrido que desde nuestra naturaleza más salvaje nos lleva a sobrevivir a ella convirtiéndonos en las personas civilizadas que llegaremos a ser aunque para ello, a veces, necesitemos “imaginarnos” la vida de color de rosa.

La actitud nos define y así le pasa al Pi de nuestra historia.

Como ocurre en la lucha interna y diaria de cada indivíduo con su lobo estepario particular, las naturalezas del ser humano y del animal han de aprender a convivir juntas y de esta manera, Pi y Richard Parker establecen normas de entendimiento y negociación mútuas mientras se va desarrollando el día al día del relato dando lugar a episodios de una belleza descriptiva tan espectaculares que es difícil no pensar en el “Avatar” ( 2009) de James Cameron, con esos verdes esmeraldas, esos oros líquidos y esos turquesas imposibles, fruto del delirio, la imaginación desbordada o puede que de la mente más lúcida de un chaval hecho de agua y esperanza.

Esta es una película que entretiene; estéticamente, un placer para la vista, con un arranque de voz en off que te anuncia que serás testigo de una historia curiosa e increible, no exenta de suspense; con momentos de mucha soledad que puntualmente le recordarán a más de uno el “Náufrago” de Robert Zemeckis y que en otros muchos a esa inmensa “Big Fish” de Tim Burton por el muestrario de ingrediente humano que exhibe; tierna y conmovedora en la comprensión del otro y sus motivos a medida que ambos protagonistas se van conociendo más, tolerando más y aprendiendo más el uno del otro, “La vida de Pi” es de una belleza salvaje tal que consígue momentos épicos como el de la recreación de esas tempestades en mitad del océano sometiendo a la voluntad humana, pura fuerza de la naturaleza destrozando una cáscara de nuez.

Hay lugar para la sensibilidad y la ternura y el sentido del gusto y el olfato. Es una película que sabe a caramelo de café con leche en una parte de sus escenas líquidas. Otras veces eres capaz de degustar los brotes jugosos y tiernos de una ensalada cuando los personajes parece que avistan una tierra cargada de posibilidades y misterio; sientes gula de agua dulce mientras hueles a pescado secado al sol y de días, ésta, es película que ataca directa a los cinco sentidos de quien la ve, cargada de personajes únicos que encierran sorpresas en una historia única que guarda un secreto y con un final digno de las mejores historietas de este tipo, el único posíble…..¡esa es la propuesta!

No se le podría sacar ningún “pero” al imaginario de Ang Lee a la hora de plasmar en imágenes las palabras de Martel salvo que a veces se hace demasiado largo el periplo marítimo pero tampoco llega a ser mayor problema. La película, dentro del repertorio de su autor, no guarda ningún otro objetivo más ambicioso que el de entretener y agradar y son dos propósitos que esta película tan orgánica cumple absolutamente y que además se agradece aunque yo ya esté deseando que me vuelva a sorprender con un nuevo drama de los suyos.

Marta Simón Alonso


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