Crítica de la película Legado en los huesos
Nueva e interesante entrega de la trilogía del Baztán. .
Iniciada con El Guardián Invisible, película que estuvo rodeada por una polémica innecesaria que acabó dañando su taquilla, aunque la recaudación final no estuvo mal, lejos de asustarse, sus responsables han decidido dar el todo por el todo y rodar las dos siguientes películas, adaptaciones de los libros de Dolores Redondo, a la vez, algo tan habitual ya fuera de España y que permite seguramente no sólo abaratar costes, sino completar la trilogía sin necesidad de esperar a que la taquilla responda. Legado en los Huesos llega ahora y en abril el cierre, Ofrenda a la Tormente, y repiten tanto el reparto liderado por Marta Etura como el director, Fernando González Molina, un hombre que parece tocado por la varita del éxito en la taquilla y un auténtico artesano en estos tiempos.
También repite el guionista, Luiso Berdejo, que está dando mucho que hablar este año con La Trinchera Infinita, y que aquí abraza las claves del género policíaco y su variante de asesinos en serie con pasión. La historia nos devuelve al Valle de Baztán donde Amaia Salazar (Etura) debe regresar para investigar una serie de terribles suicidios que quizá no sean lo que parecen, sólo un año después de los hechos de El Guardián Invisible. La película además, para seguir ganando en interés, ha sumado tres nombres de mucho peso como son Leonardo Sbaraglia, Imanol Arias y Ana Wagener. El resultado, como decíamos, es un thriller competente y complejo, que juega muy bien sus cartas y nos engancha pese a sus defectos, que también los tiene.
Con un reparto de ese estilo, ya se tiene media batalla ganada. La lucha de Amaia Salazar por descubrir la verdad, se enfrenta a su lucha como madre, y a los secretos que esconde el propio valle entorno a su familia y a su propia sangre. Hay nombres como Nene, Francesc Orella, Elvira Mínguez o Pedro Casablanc cuya sola presencia ya añade, y da volumen a los personajes. Si sumamos los nombres antes mencionados, donde sobre todo destacan las figuras de Sbaraglia y Wagener, la película sigue creciendo. Y no es que Arias no haga un buen trabajo, es que su personaje es menos agradecido porque cae en la parte menos interesante de la historia.
Mantener la tensión y la sorpresa es clave en una historia de este estilo (así debe ser y nos callamos muchos secretos) y en el caso de esta trilogía ya en la primera entrega había un elemento sobrenatural que envolvía el valle… y que era el punto flojo de la historia. Pasa aquí lo mismo. No termina de funcionar, no termina de encajar y la charla del Padre Sarasola, el personaje de Arias, sobre el Mal así lo demuestra. Fernando González Molina compone una atmósfera opresora, angustiosa, lóbrega y lluviosa única para enmarcar el lugar y la acción. Es un tipo brillante tras la cámara, sin duda, y eso se nota. Pero el guión se tambalea demasiado. Ni lo sobrenatural termina de cuajar (a veces parece parte de otra película), ni las escenas cotidianas ayudan (hay elementos que no cuajan), lo que hace que el resultado final, aunque bueno, no sea brillante. Eso sí, sabe cómo dejarnos con la miel en los labios y dudo mucho que quien acuda a ver esta no necesite, imperiosamente, ver la tercera entrega en abril.
Jesús Usero
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