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viernes, marzo 29, 2024
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Lolo, el hijo de mi novia ***

Lolo, el hijo de mi novia ***Julie Delpy se pone delante y detrás de las cámaras para contar esta comedia de enredos familiares, con ciertas dosis de sainete generacional y algo de egocentrismo bienintencionado.

Los años han hecho que Julie Delpy afronte su madurez con la ironía de un espíritu altamente intelectualizado, como afectado por la bohemia artística en la que ha crecido. Pese a su aspecto, la hija de los también actores Albert Delpy y Marie Pillet es una mujer de fragilidad engañosa tras su melena rubia y su marmórea epidermis; ya que en sus actitudes revela una naturaleza irónica e intimidatoria.

Por lo menos, así lo deja entrever en las películas que componen su carrera como directora y guionista, dentro de la que Lolo no es una excepción a la norma.




La chica de Blanco construye para ella un personaje a medida: el de una profesional de la moda llamada Violette, la cual desea encontrar al hombre perfecto a sus cuarenta y cinco tacos, con el que compartir el resto de su existencia. Tan solo hay un problema: Lolo, el hijo de diecinueve primaveras de la protagonista.

A modo de thriller humorístico sobre un individuo con un complejo de Edipo casi tan agigantado como el de Norman Bates en Psicosis, la película agradece la ligereza con la que está narrada, sin meterse muy de lleno en las paradojas vivenciales de los seres que pueblan el metraje.

De esta manera, todo en el filme parece tocado por la varita de la simpleza argumental, y ahí residen las mayores virtudes de esta obra ejecutada con eficacia por Delpy. Aunque, en esa apuesta por la artificialidad en pos de provocar la carcajada gratuita o la media sonrisa, la creadora francesa olvida elaborar situaciones realmente graciosas y diálogos especialmente verosímiles.

Nada en Lolo parece surgido de la improvisación y la naturalidad, y el contraste entre los diferentes mundos en los que se mueven Violette y Jean-René está orquestado con una sensación de cansancio descriptivo; como dibujado a través de estereotipos, prestados de las publicaciones destinadas a las amantes de las pasarelas y del corazón de los famosos.

Dentro de semejante decorado, Julie incide con voluntad delatora en la vacuidad y petulancia que exhibe habitualmente el campo de la alta costura. Y lo ilustra con una serie de personajes vacíos y egocéntricos, ubicados en escenas tan insustanciales como la de la fiesta en la estación de metro abandonada.

Pero esa sensación, de hallarse ante un producto ajeno a las emociones desbocadas, no se evapora cuando Violette y Jean-René están juntos en la soledad de la alcoba o en las estrecheces del apartamento de éste, sino que persiste hasta los títulos de crédito.
Tal frialdad, impostada por el libreto, obliga a JD a descansar el peso argumental en los numerosos planes del relamido y mimado Lolo, para acabar con la presencia de Jean-René. Retorcidos pensamientos que componen los momentos más interesantes de la movie.

Ante tal desbarajuste dramático, Dany Boon, Vincent Lacoste y la propia Delpy se muestran incómodos en el esqueleto de unos roles que adolecen de entidades reconocibles y definidas.

Jesús Martín


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