Mezcla hábil de comedia y drama romántico. Lo mejor es su reparto.
Ellos y ellas. Actores y actrices. Son la mejor aportación de esta “dramedia”. Es posible que ya me hayan leído en alguna ocasión algún exabrupto contra esa etiqueta que además de parecerme puro “postureo” me lleva pensar siempre en películas que no son ni carne ni pescado. Pero este no es el caso de Los miércoles no existen, que creo sale bien parada de su hibridación de comedia y drama, equilibra en la mayor parte de su metraje el humor con la parte dramática, fundamentalmente porque está bastante bien defendida por sus actores, que hacen el viaje desde un punto a otro de ese arco de desarrollo de manera convincente. Destacar a unos sobre otros no sería justo, pero no por ello puedo dejar de mencionar que el viaje de comedia a drama que hace Alexandra Jiménez me parece de los más completos de todo el arco de interpretaciones que construye esta especie de puzle que es la película. La película acierta en centrarse siempre en el antes o el después de las relaciones, inclinándose además, en mi opinión astutamente, hacia las situaciones de ruptura, que personalmente siempre me han parecido narrativamente más interesantes que las de encuentro y filtreo y seducción. La ruptura brilla ya como punto de arranque en ese fragmento tan bien defendido por María León, esa auténtica actriz/ángel del cine español que es capaz de vendernos lo que haga falta y es la mejor introducción que cabe pensar para meternos de cabeza como fisgones invitados en esa sucesión de romances, encuentros desencuentros y rupturas que es la película. Además es una excelente introducción de uno de los aciertos de la película, la clave musical que sirve como vínculo de paso de una pieza a otra del puzle de la película. León defiende ese prólogo con el ángel y el talento que la caracteriza, así que tampoco es que estemos descubriendo algo nuevo, pero incluso siendo habitual, al menos a mí me sigue sorprendiendo el romance que tiene esta mujer con la cámara desde una naturalidad capaz de desarmar en todo momento al espectador.
El esquema del enredo a varias bandas que acaba gravitando en torno a los mismos personajes, cuyos destinos se cruzan una y otra vez tejiendo un tapiz de las relaciones entre hombres y mujeres me ha recordado en primer lugar las comedias sofisticadas del cine norteamericano clásico, dirigidas por Mitchell Leisen con guiones de Preston Sturges y Billy Wilder, como los enredos a varias bandas y entre distintas clases sociales que le permitían a Gregory LaCava jugar a ser crítico con la sociedad de su tiempo sin meterse en problemas con los códigos de autocensura y el tradicional conservadurismo de la industria de Hollywood en los años treinta y cuarenta. Aunque en una clave mucho más cercana es inevitable pensar en Al otro lado de la cama y Love Actually en la galería de parentescos que me vienen a la cabeza después de haber visto Los miércoles no existen. Cito estos títulos a modo de pistas para el lector/espectador para que sepa por dónde van los tiros, aunque pienso que, como suele suceder en este tipo de películas, la personalidad de cada película es intransferible a otros títulos de hechuras similares porque viene dada por la propia personalidad de sus intérpretes, y por esa difícil magia o alquimia que se da entre los repartos de protagonismo coral. Y en ese aspecto, creo que la química entre los integrantes del reparto de Los miércoles no existen es una de sus grandes ventajas.
En lo negativo, le pondría la pega de que se alarga en exceso. Creo que le sobra metraje. Curiosamente es algo que también le pasaba a Love Actually. El cierre de sus distintas historias, relaciones o parejas hace que asistamos a varios “finales” anticipados que nos hacen pensar que el final se está prolongando más de la cuenta. Por otra parte creo que a su desenlace le sobra esa especie de epílogo de pretensiones agridulce pero en el fondo muy almibarado, que obviamente para no destripar la película no voy a revelar. Prefiero que juzguen ustedes mismos. En mi opinión, la película bien podría haber terminado con ese plano de los dos personajes y el test de embarazo. Entiendo la necesidad de “cerrar” las tramas para mayor satisfacción de la curiosidad del espectador, pero me parece que eso es maleducar al espectador, que debería ir aprendiendo que no todo en la vida tiene respuesta o solución cerrada. A ver, tampoco es que pretenda que me hagan un Rashomon con una “dramedia” romántica, pero es que ese final está tan edulcorado que casi tengo que salir disparado del cine a tomarme un café puro sin endulzar para compensar con una saludable descarga de amargura.
Miguel Juan Payán
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