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jueves, abril 25, 2024
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Los últimos días ****

Los últimos días ****

Los últimos días, recomendable paseo aventurero el fin del mundo. Otra visión del apocalipsis por los artífices de Infectados.

El cine español vuelve a zambullirse en el tema del fin de los tiempos que ya tocara Jorge Torregrossa con Fin, que en opinión de quien esto escribe es una película interesante pero incomprendida y ofende por su nihilismo en todo lo que satisfará Los últimos días desde con su punto de vista más aventurero y épico. Creo que Fin es una buena película y así lo dije en mi crítica para esta página, pero he de reconocer que me lo he pasado mejor viendo Los últimos días, que tiene un tono mucho más aventurero y trepidante, incluso épico en algunos de sus momentos, más acorde con una visión del apocalipsis centrada en la lucha por la supervivencia, frente al nihilismo de la aceptación de la extinción que nos planteaba Fin. Fin daba más miedo precisamente por esa casi bíblica advertencia de que no somos nada y de nada vale que sigamos luchando. Era una película derrotista. Frente a ella, Los últimos días es un retrato optimista de que hay que luchar hasta el final, proporcionando al espectador una visión mucho más entretenida y optimista, menos inquietante, del apocalipsis.

Lo que diferencia a Los últimos días de Fin es que donde la segunda era un réquiem tenebroso (recreado eso sí con gran habilidad a plena luz del día del Mediterráneo) empeñado en sumergirnos en un catastrofismo milenarista y tremendista, de Antiguo Testamento, la primera es una fábula sobre el cambio necesario con cierto aire de nueva era y centrada en el tema de la renovación de los ciclos de la vida y las civilizaciones. Fin propone exactamente lo que explica su título, el final de todo, sin más explicación ni más objetivo, en un tono siniestro y absoluto, sin vías de escape emocional para el espectador, algo que ha pagado en la taquilla. Los últimos días propone el final de un ciclo como principio de algo nuevo.

Álex y David Pastor, que ya dieron una visión indy muy recomendable del fin de los días y las epidemias al estilo zombi en Infectados, superando con esa propuesta otra de similares elementos surgida en la cartelera casi al mismo tiempo, el remake del clásico de George A. Romero The Crazies (inferior al original), vuelven a ponernos ante una catástrofe que cambia definitivamente la vida del ser humano en nuestro planeta tal y como la conocemos. Presas de un ataque de agorafobia, miedo a los espacios abiertos, capaz de matar, los seres humanos se ven obligados a confinarse en espacios interiores, sin poder salir a la calle. La propuesta argumental es doblemente interesante como fiel reflejo de los tiempos que vivimos. Por un lado alude a esa progresiva tendencia a recluirnos en nuestras casas y, lo que es peor, en nosotros mismos, haciendo abuso más que uso de las nuevas tecnologías. Por otro, al presentar su historia, aluden a la situación económica que está devastando nuestra sociedad con despidos masivos injustificados: el protagonista es un futuro parado y el co-protagonista es el encargado de recursos humanos de la empresa que tiene que despedirle. Esta doble reflexión sobre dos apocalipsis que están cambiando nuestro mundo, la de ficción alimentada por esa tendencia a la reclusión y el alejamiento de la vida real, la calle y el contacto con el prójimo que propician las nuevas tecnologías, y la real alimentada por los zarpazos de una economía sumida en el caos y el despropósito que dilapida carreras, talentos y experiencia para entregarse al camino fácil de los despidos masivos, es un buen punto de arranque para esta fábula.

Los últimos días es además muy interesante porque, en coherencia total con ese cambio de ciclo que aborda en su argumento, se convierte con singular eficacia en un resumen de las principales características del cine catastrofista, al tiempo que voluntaria o involuntariamente rinde homenaje a una serie de fuentes esenciales de este tipo de películas.

Un ejemplo de ello es la manera en la que los directores dan pistas sobre el origen de la catástrofe sin llegar a decantarse por ninguna de las posibilidades, incorporando a sus diálogos alusiones a la nube provocada por la ceniza volcánica, las antenas de telefonía móvil, etcétera. Es el mismo planteamiento que aplicara George A. Romero a la no-explicación de su apocalipsis zombi cuando hacía vagas alusiones a un satélite en La noche de los muertos vivientes (1968).

Otro ejemplo es la pincelada de las semillas que va coleccionando el personaje de José Coronado, que recuerdan las que le entregara como legado de la civilización moribunda Max Von Sydow a Yul Brynner en Nueva York año 2012 (Robert Clouse, 1975), película con la que Los últimos días tiene mucho en común, y no me refiero sólo a esa huida por túneles de metro y alcantarillas o a esa reticencia casi agorafóbica a afrontar los riesgos del exterior de sus protagonistas.

Los últimos días me ha recordado también, sobre todo en su primera parte con la llegada al cruce de caminos de la estación de Sants, la novela de Dmitry Glukhovsky Metro: 2033, origen de un recomendable videojuego de acción y terror supervivencialista.

Estas claves están desarrolladas con su propia personalidad por Los últimos días, que saca el máximo partido desde el punto de vista del ritmo a una construcción en flashback cuyo protagonismo es mayor en los primeros compases del relato y que, en otro ejercicio de coherencia narrativa, va difuminándose hasta que esos recuerdos del pasado del protagonista desaparecen totalmente a medida que personajes y espectadores progresan en su camino por el laberinto de la catástrofe y van asumiendo que el mundo que conocieron ha dejado de existir.

Este buen rimo convierten la aventura en una historia de viaje muy entretenida a la que sólo puedo ponerle una pega: su reticencia a hacer de su protagonista, Quim Gutiérrez, un antihéroe de carácter tan épico como el que disfruta su acompañante, interpretado por José Coronado. Entiendo que la vulnerabilidad, las dudas y debilidades de corte metrosexual del joven informático contribuyen positivamente al carácter del relato como historia de iniciación y aprendizaje en la supervivencia, habilitando además un interesante contraste entre el personaje de Gutiérrez y Coronado que propicia una mejor química entre ambos, pero en el tercer acto y desenlace de la trama echo de menos que Gutiérrez tome las riendas de su vida con más autoridad, como relevo del personaje de Coronado, haciendo buenas la enseñanzas que ese interesante personaje de mentor reticente haya podido transmitirle a lo largo del viaje y otorgándole un aire ciertamente épico y más estimulante a ese reto final al que se enfrenta arrastrando el mismo lastre de dudas y reticencias que le acompaña durante todo el relato.

No es un problema de esta película. Es algo que afecta a muchos otros personajes de este mismo género. Y quienes lo duden pueden comparar el personaje de Rick en la serie televisiva The Walking Dead con el Rick original de los comics en que se basa la misma, y así quizá se expliquen por qué a la mayoría de los seguidores de dicha serie nos resulta crispante dicho personaje y nos parece mucho más interesante Daryl, el tipo de la ballesta… e incluso el temible Gobernador nos parece un bastardo más simpático que el tal Rick. Un efecto de rebote o respuesta a tanta metrosexualidad y vulnerabilidad impostada en los héroes supervivientes de la ficción de nuestros días, que parecen haber olvidado su capacidad para servir como ejemplo y estímulo o simplemente se empeñan en imponernos un modelo de masculinidad artificial y poco creíble que transmite una preocupante debilidad o laxitud como moda cultural, más que como reflejo de una circunstancia real.

No se confundan. Este no es un comentario sexista. Me ocurre lo mismo con el personaje de Leticia Dolera, un interesante personaje de superviviente al que me habría gustado ver más en el relato, cuya resolución es igualmente laxa y en mi opinión fallida.

Dicho de otro modo: después de pasar por la experiencia que nos narra la película, el personaje de Gutiérrez, sea hombre o mujer, sea heterosexual u homosexual, tenga testículos u ovarios, y así se haya operado sus genitales para cambiarse de sexo (porque el valor no habita un lugar concreto de la anatomía humana por debajo de la cintura, de la misma manera que el amor o el afecto no habita en una víscera cardíaca), ha quedado marcado por y para las exigencias de la supervivencia de un modo que forzosamente debe convertirle en personaje más épico que el que nos describe la película es final.

En mi opinión, los creadores tienen el legítimo derecho de hacer con sus personajes lo que les da la gana. Pero no deberíamos olvidar que los personajes tienen la obligación y el deber casi sagrado de convertirse en modelos de ficción para el espectador. Y eso, amigos, se está perdiendo en el cine de los últimos tiempos en beneficio de una visión un tanto domesticada y ligera de calorías de lo que es la existencia que a la larga podría convertirse en otro posible origen de la epidemia de agorafobia que provoca la catástrofe de ficción propuesta por esta película…

Miguel Juan Payán

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