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domingo, mayo 5, 2024
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LUNA NUEVA: claves y pistas sobre el fenómeno CREPÚSCULO

Si la pasada semana la cartelera se animaba con el estreno de una dignísima película-circo o película-fenómeno como es 2012, esta semana se adorna con otra producción que puede tener mucho en común con aquélla. Me refiero, claro está, a Luna nueva. Digo que tiene mucho en común con la supercatástrofe puesta en pantalla por Roland Emmerich porque en ambos casos se trata de productos concebidos esencialmente con la mirada puesta en satisfacer a un determinado tipo de público que acude al cine buscando una evasión sana pero al mismo tiempo asumiendo todas las características de la misma, esto es, que no acuden engañados en modo alguno respecto a lo que se les va a contar y cómo se les va a contar.

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A partir de ahí, como sucedía en el caso de 2012, cada cual puede elegir intentar ser objetivo y analizar o comprender por qué le gusta la saga Crepúsculo a sus seguidores, o bien puede permitirse el lujo de desenfundar el cuchillo jamonero y aplicarse a la demolición de lo que no le gusta o aún le repugna de Luna nueva, obviando, con una impertinencia que en mi opinión linda con lo soez, lo que pueda gustarle a los seguidores incondicionales de esta saga vampírica a la que tanto en su explotación literaria como cinematográfica podrán reprochársele muchas cosas, salvo incapacidad para conectar con su público de referencia y conseguir un éxito de recaudación incuestionable.

Me temo que el segundo camino conduce al tópico del rechazo sobreactuado y el distanciamiento con la boca pequeña –el síndrome de “me tropecé por casualidad con ese programa haciendo zapping, pero te juro por Snoopy que estaba viendo un documental de La 2 porque yo soy muy maduro y no veo cosas como esas”-, mientras que el primero puede aclararnos un poco más en qué radica la capacidad de la saga Crepúsculo para seducir a tantos y tantas incondicionales.

Me explico: Luna nueva es exactamente lo que pretende ser, tal como ocurre con 2012. No engaña. Se trata de un producto para explotación dirigido fundamentalmente a público femenino adolescente y construido según una serie de parámetros previos establecidos tanto por la exacerbación del romanticismo en la narrativa más reciente sobre vampiros (una corriente que tuvo uno de sus momentos de mayor éxito con el televisivo romance estilo La bella y la bestia entre Buffy y el vampiro Ángel), como por la feminización del contenido de la fábula. De tal modo y manera que nos tropezamos más con una variante de Romeo y Julieta de Shakespeare que con una actualización de clásicos de la temática vampírica como El vampiro de Polidori, Drácula de Bram Stoker, o el más jocoso y bromista de todos ellos, el modélico ejercicio de humor negro llevado a cabo por Paul Feval en La ciudad vampiro incluso antes de que se publicara la novela de Stoker.

Hay que aclarar también que aún considerando la feminización del tema, la saga de Crepúsculo se diferencia de Entrevista con el vampiro, de Anne Rice, tanto en que es mucho menos oscura y tenebrosa como en el esencial asunto de la decantación sexual del relato. En la saga de Rice nos encontramos una especie de rebelión contra las fórmulas de familia más tradicionales pero bajo una óptica de oposición contextualizada por una cierta tendencia homosexual de los personajes principales, en tanto que en la saga de Crepúsculo lo que se nos propone no es otra cosa que la tradicional fórmula del melodrama de pareja formada por heterosexuales con amores imposibles entre miembros de mundos o culturas distintas. Su lucha contra los obstáculos que se les imponen adquiere tintes superficiales de rebeldía pero está lejos de ser realmente una rebelión, por cuanto lo único que persiguen es la formación de una pareja tradicional en la cual, además, Bella, la fémina protagonista, es sistemáticamente protegida por el varón, el vampiro Edward. Es una visión que duplica su paternalismo protector y un puntito machista en esta segunda entrega en la que Bella se constituye en vértice de un triángulo que completan el vampiro Edward y el hombre-lobo Jacob, ambos empeñados en protegerla a lo largo de su viaje por ese mundo oculto de lo sobrenatural que tanto ha seducido a las seguidoras y seguidores de la saga.

No hay nada perverso o negativo en ello por sí mismo. Es simplemente parte de una fórmula que la autora ha elegido libremente para estructurar su relato y la definición de ese mundo de su invención en el que las claves del melodrama tradicionalista salen fácilmente a flote a poco que uno rasque la superficie del relato.

Dicho todo lo anterior, casi podría decir que a la hora de buscar parentesco para esta saga, tanto en su versión novelística como en su versión cinematográfica, me inclino por afirmar que está más cerca de la fórmula aplicada en Harry Potter que de la fórmula desarrollada en Entrevista con el vampiro. En ambos casos encontramos una tarea fecunda de reciclado de referencias y antecedentes, perfilada con toques de modernización y con la vista puesta claramente en un tipo de público concreto. En ese sentido, tanto a J. K. Rowling como a Stephanie Meyer hay que reconocerles su buen ojo para crear un modelo de ficción capaz de ganarles un público fiel y totalmente entregado, la primera entre la infancia que camina hacia la adolescencia y la segunda entre la adolescencia que camina hacia la edad adulta con todo lo que ello implica, incluyendo el tabú del sexo y la cohorte de miedos que lo acompañan, muy presente en Crepúsculo y en Luna nueva (si Edward se descontrola no hay quien libre a Bella de una buena dentellada en el cuello, por tanto él elige caballerosamente el alejamiento y la castidad…).

Otra cosa es lo que pueda sugerirnos Luna nueva a quienes no profesamos esa entrega incondicional a sus personajes y situaciones. Por comparación con Crepúsculo, en ésta segunda entrega yo, que siempre he sido más afín con los licántropos que con los vampiros, me lo he pasado algo mejor, más entretenido, vaya, lo cual se debe también sin duda a que se amplia la galería de personajes y situaciones presentes en la trama. La primera entrega estaba obligada además a presentar los personajes y su enredo sentimental, en tanto que la segunda puede explorar una faceta más aventurera. Además, tal como era previsible, el incremento de protagonismo del licántropo aporta unas variantes para el paisaje sentimental en el que vive la protagonista. Tampoco es que sea la historia de los Otelo, Yago y Desdémona de Shakespeare,  pero sin duda tiene más carrete dramático que la monogamia impuesta como epicentro de la primera película.

Nos encontramos además en esta segunda entrega con un relevo en la silla del director que permite reforzar las secuencias de acción con un planteamiento visual más en la línea de Chris Weitz. Quizá por eso y al menos por lo referido a los licántropos no he podido evitar que me recordaran ocasionalmente algunos momentos de La brújula dorada con el oso guerrero Iorek Byrnison como referente de antropomorfismo.

Sin embargo en lo referido al encuentro con los Volturi me viene a la memoria el encuentro de Louis y Claudia con Armand, Santiago y el teatro de los vampiros de Entrevista con el vampiro, mucho más evocador e inquietante,  confirmándome algo que ya pensé con Crepúsculo: que al menos en lo referido a sus versiones cinematográficas, las criaturas sobrenaturales de Luna nueva son antes primos cercanos de los superhéroes mutantes que aparecen en X-Men 3, pasados por un tenue filtro de corte gótico light, que descendientes en toda regla del perverso horror cósmico representado por Nosferatu, abuelo esencial de la corriente gótica más hard.

O dicho de otro modo, que pasan más tiempo en la luz que sumidos en la oscuridad.

Miguel Juan Payán

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