Crítica de la película Mandy
Interesante, curiosa para debate, homenaje a la serie B, disparatada y gamberra.
Rara como un perro verde. Pero al mismo tiempo muy divertida bajo el punto de vista friqui, plagada de homenajes y guiños que van desde Kurt Cobain al cine ochentero, El resplandor, Viernes 13, con su duelo de motosierras, Posesión infernal de Sam Raimi, cuyo protagonista, Ash, sirve como molde a Nicolas Cage para desarrollar su personaje de Red… con diálogos que por otra parte recuerdan el tono de macarra suicida y pirado de Bruce Willis en El último boy scout, de la que sospecho que la frase de la camiseta es una especie de homenaje.
Rica en referencias, vocacionalmente provocadora y gamberra, Mandy parece empeñada en ser inclasificable y se postula como título “de culto” entre los fanáticos del cine extremado, exagerado, disparatado, friqui. Al menos en su segunda parte, la más nutritiva en ese sentido, la que más recuerda títulos como Asesinos natos, de Oliver Stone, la citada Posesión infernal, o incluso Planet terror y el cine de explotación y gore tipo Grindhouse. Entenderán que, desde mi punto de vista más friqui me entusiasme este disparate.
Pero lo curioso es que en su primera parte el director se maneja con singular pericia visual a la hora de componer sus planos con una eficacia y una personalidad llamativa. E incluso con una belleza poética reforzada por la presencia y el trabajo desde lo extraño que constituye el personaje que da título a la película, interpretado con una presencia enigmática por Andrea Riseborough, que aporta solidez incluso a los momentos más extremos. En toda la película Panos Cosmatos trabaja el color con un empeño que me recuerda dedicación similar de Nicolas Winding Refn en Solo Dios perdona. Pero en su caso, decide viajar más lejos hacia el disparate. De manera que incluso se le puede perdonar a esa primera parte que alcance momentos de embrollada empanada mental en su diálogo y sea a veces innecesariamente densa y pretenciosamente enigmática y pedante, sobre todo en el personaje del antagonista interpretado por Linus Roache. Por otra parte, me resulta gracioso cómo dividePanos Cosmatos su propuesta en dos partes muy diferenciadas que son prácticamente dos películas unidas por esa especie de cordón umbilical que es el título Mandy que aparece en rojo sobre negro a modo de frontera entre la primera y la segunda hora de metraje. Dicho sea de paso, he tenido la sensación de que la primera hora es como una especie de introducción de las que no habrían durado más de quince minutos en una película más convencional, y que se alarga en tiempo oficiando como pórtico para la segunda hora dedicada a seguir los pasos de Nicolas Cage en su odisea de venganza sangrienta y brutal.
Al final se va algo de tiempo, se prolonga en exceso. Y en cuanto al trabajo de Cage, tiene barra libre para gritar y sobreactuar a placer, pero sirviendo al punto de comedia disparatada y violenta que encaja con la propuesta de la segunda parte, claro homenaje al cine de explotación. Volveré a verla varias veces.
Miguel Juan Payán
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