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miércoles, mayo 15, 2024
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Marea Letal **

Marea Letal **


Marea letal, vehículo para el lucimiento de Halle Berry y su pareja, Olivier Martínez con tiburones como actores secundarios.

Habría sido interesante ver una especie de reedición de las películas de aventuras centradas en un grupo de compañeros dedicados a una actividad de riesgo tal y como la explotó Howard Hawks y protagonizada por una fémina. Pero le falta la épica del cine de aventuras de Howard Hawks. Es más bien como la serie Nikita en la segunda parte del Tiburón de Spielberg. Y no porque lo protagonice una mujer. No se trata de que sea una mujer, no soy tan bobo, sino del tipo de mujer que nos presenta. Afortunadamente el universo femenino es mucho más rico y complejo que el que puede aportarnos una revista de modas o una publicación de relatos para leer en una peluquería de señoras.

Está bien servida de paisajismo. Incluso en exceso. Se les va la mano. Un ejemplo es el plano de los delfines bajo el agua, que sobra tanto como el del vómito del adolescente visto desde el fondo del mar… Nos sacan de la coherencia del relato. En ese momento no hay personajes bajo el agua. Ese alarde es un buen ejemplo de cómo la película se ha concebido más como un despliegue visual impactante para envolver a la estrella, Halle Berry, que como un verdadero relato de aventuras.

El principal problema es que ha sido concebida para el lucimiento de su protagonista femenina y para que pueda compartir la experiencia con su marido en la vida real, y ese tipo de alianzas en las que la realidad y lo privado entran en la fórmula, no suelen salir bien. Salieron bien sólo en dos ocasiones en la historia del cine, la primera con Humphrey Bogart y Lauren Bacall, donde la pareja se forjó durante el rodaje de su primer largometraje juntos y luego la relación sentimental de ambos fue explotada promocionalmente pero siempre contando con el respaldo de directores, tramas y guiones con personalidad propia que estaba más allá de la anécdota de las relaciones entre los dos protagonistas. Ocurre lo mismo en el segundo caso: Spencer Tracy y Katharine Hepburn, igualmente envueltos en una propuesta madura, interesante, totalmente ajena y claramente superior a la reunión de la pareja ante las cámaras. El problema en este caso es que además no es fácil creerse a los personajes. Resultan falsos en sus alegrías y muestras de amistad que suenan a exigencias del guión. En cuanto a la pareja protagonista, su relación en la vida real no es suficiente para construir una buena y sólida relación en la ficción. Las cosas no son tan fáciles. Para empezar, reflejar lo mejor de estar en pareja en el cine es notablemente difícil, precisamente porque, tal como afirma la protagonista de la película voz en off al principio de Marea letal, lo que realmente importa son las pequeñas cosas, los pequeños gestos cotidianos, eso que tan bien nos transmitió, por poner un ejemplo, Mike Figgis en la relación entre Sera y Ben en Leaving Las Vegas, haciendo de las miradas de Elizabeth Shue el andamio sobre el que edificar una sólida recreación sentimental en la pantalla, o lo que consiguió Roberto Rossellini con Ingrid Bergman y George Sanders en Te querré siempre. Y eso está totalmente ajeno a lo que vemos entre los personajes de Berry y Martínez en Marea letal, que ni siquiera consigue reproducir una sólida fábula idealizada del amor como la que nos sirvió en bandeja sacándole todo el jugo a la guerra de sexos John Huston en La Reina de África con el muy improbable emparejamiento de Bogart y Hepburn.

En el caso de Berry y Olivier Martínez la propuesta está supeditada y sometida al lucimiento de la actriz y a la anécdota de que esté ante las cámaras junto a su marido. Buen ejemplo de que el argumento es un pretexto con escasa personalidad es que la presentación de la trama ocupa casi 50 minutos. La mitad de la película. Es una mala gestión del tiempo. Volviendo al modelo de Howard Hawks le habría venido muy bien reducir el metraje de ese planteamiento para darle mejor ritmo y dinamismo a la historia.

En lo referido a las secuencias submarinas, son estéticamente muy bellas y funcionan en clave documental, como en ese plano del ataque del tiburón a la foca suicida, pero en el momento de integrarse en la construcción de la intriga de ficción carecen del poder inquietante de los ataques del tiburón por ejemplo en Open Water (Chris Ketis, 2003).

Si te gustan los tiburones en el cine, ahí va un trío para ver: Tiburón (Steven Spielberg, 1975), la más grande e imprescindible, luego totalmente distinta y en clave más gamberra con toques de cine de catástrofe Deep Blue Sea (Renny Harlin, 1999), tan descerebrada y entretenida como Serpientes en el avión, y para una intriga estilo Hitchcock sustituyendo asesino psicópata por un escualo, una muy buena, Open Water (Chris Kentis, 2003).

Miguel Juan Payán

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