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Mi mayor placer culpable: Masters del Universo (Gary Goddard, 1987)

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Mi madre tuvo a bien darme a luz en el año 1989, a las puertas de los frenéticos (en cuanto a acontecimientos) y terribles (en cuanto a moda) años  noventa. He-man y los Masters del Universo, línea de juguetes de Mattel, triunfó en el periodo comprendido entre 1981 y 1987 llegando a desbancar en cuanto a ventas a la Barbie, niña mimada y buque insignia de la empresa juguetera.  Puede parecer entonces que hay un error en cuanto a fechas, porque cuando los célebres muñecos con calzón de vikingo comenzaban a forjar su leyenda en el imaginario colectivo, yo todavía estaba en proyecto de ser un ciudadano del planeta tierra. Sin embargo, hay una explicación sencilla a tamaño misterio: cuando era un pequeño traste, mis primos tuvieron el gran detalle de permitirme jugar con sus Masters del Universo. Ahí  fue cuando empezó mi idilio friki.

De esas tardes de juegos con muñecos vintage destartalados, pasé a una búsqueda frenética por jugueterías de toda la geografía gallega. A día de hoy, y con 22 añazos, cuento con una colección importante de muñecos pertenecientes a la mítica saga ochentera, y soy digno pujante online. Guardo con  sumo cuidado vhs y dvd’s de la serie de dibujos animados, ya que He-man y los Masters del Universo tuvo su propio serial de manos de la digamos suavemente roma y parca en cuanto a medios Filmation, con la que obtuvo un éxito arrollador entre 1983 y 1985. Se puede decir que la serie de Filmation fue la primera en iniciar la estrategia de utilizar una serie de entretenimiento como catálogo de productos a vender.

Cuando el susodicho serial ya formaba más que parte del library de las cadenas que la habían repuesto hasta el hartazgo y la línea de juguetes ya no generaba las ganancias de antaño, Mattel, en un intento desesperado de insuflar vida a su agonizante gallina de los huevos de oro, decidió vender los derechos para la recreación fílmica del universo de He-man, Skeletor, y sus adalides y secuaces (respectivamente).

La decisión llegaba lógicamente a destiempo, y Mattel pagó caro su descuido. Ninguna major se ofreció a poner pasta por un proyecto que olía a flop a millas de distancia. Sin embargo, hubo un par de incautos – o más bien espabilados- que decidieron comprar la licencia a precio de saldo para así intentar rascar unos dólares. Los iluminados fueron Menahem Golam y Yoram Globus, mandamases de la Cannon Group, productora de películas de muy dudosa calidad (en su catálogo se albergan filmes de  la talla de Delta Force y demás cintas de Chuck Norris y otros reyes del cine de lucha casposo tan en boga en los ochenta). Con semejante punto de partida, pocas expectativas de llevar a buen puerto un proyecto que ya necesitaba de por sí un golpe de efecto si quería salir airosa en la batalla de las audiencias. Para la Odisea que se les venía encima, reclutaron a un actor emergente en cuanto a cine pugilístico, un rubiales sueco de nombre Dolph Lungdren, que había sido el antagonista de Sylvester Stallone en la exitosa Rocky 4. Además, contaron con Frank Langella, eterno secundario y desconocido pero de talento más que constatado. Por último se puso sobre la palestra a una joven y novata Courtney Cox, que se convertiría años después en una rutilante estrella televisiva a raíz del exitazo que supuso la serie Friends.

El resultado fue mejor de lo esperable, pero no suficiente para evitar el fiasco comercial y con ello dar  por finiquitado el universo de los Masters del Universo. El realizador, Gary Goddard, confesó tiempo después que poco pudo hacer con la presión económica impuesta por unos productores que no podían (o no querían) gastar más de lo pactado. De ahí a que los guionistas se sacaran de la manga una historia que comenzaba en el planeta Eternia de los dibujos animados pero que transcurría en su totalidad en el planeta tierra. Todo ello por obra y gracia de una llave cósmica que acababa por accidente en nuestro mundo. Lógicamente, la razón no era otra sino abaratar costes. Como otras muestras del cutrerío imperante está la supresión de un personaje tan mítico como el mago Orko por un horrendo troll ideado expresamente para la película. Era más fácil maquillar a un enano que crear un pequeño mago que levitaba y hacia trucos de magia.

Sin embargo y pese a todo, Masters del Universo es una película que a día de hoy se recuerda con cariño y nostalgia por sus fans (que son muchos, si no se lo creen echen la vista a los precios que pueden llegarse a pagar por los muñecos  casi treinta años después de su salida a la venta).  ¿Existe alguna razón por la que deberíamos exculpar a esta película? Sí, la hay, y más de una:

En primer lugar, está ese aroma eminentemente ochentero, camp y casi kitsch que emana en cada uno de sus fotogramas. Vista hoy, Masters del universo es una película inocente, pueril y tontuna, y es que los niños de los ochenta consumidores de la Mirinda distan mucho de los de ahora, mas dados al Red Bull. Si realizáramos el experimento  de ponerle esta cinta a nuestro primo pequeño, probablemente acabaría riéndose de lo pasteloso de las situaciones o literalmente se dormiría. Vista por nosotros, los mayores, Masters del Universo es una película amable y bonita, no hay una palabra malsonante ni un solo chorro de sangre (aquí, como en la serie, nadie moría, como mucho los malos acababan en un lodazal escarmentados) y existe una exaltación de los buenos sentimientos y de las virtudes muy propio de aquella época y de las películas de la Amblin, por ejemplo.

Es muy digna también la manera en que el equipo de la película logró salir del entuerto propiciado por la escasez de medios. La historia se trazó a partir y debido a la falta de dinero, pero la cuestión es que supo sobrevivir a la tormenta con somera dignidad. Tanto el viaje al planeta tierra y las aventuras que en él se llevan a cabo como la puesta en escena, el diseño de los personajes e incluso los efectos especiales (humildes pero efectivos) son notables, y no se le puede ni se le debe pedir más.

Sin embargo, la gran baza con la que cuenta la película viene de la mano del villano de la función. El Skeletor de la serie animada evolucionó desde el papel arquetípico de malvado bellaco a una caricatura de sí mismo y casi colega de su eterno odiado príncipe de Eternia. El Skeletor del film es únicamente la representación absoluta del mal.

Frank Langella ha declarado en varias ocasiones que el papel con el que más se ha divertido en toda su carrera fue precisamente el de Skeletor, y no es para menos. Cada vez que hace su aparición en pantalla, Langella nos seduce con todo tipo de gestos y movimientos que subrayan la crueldad intrínseca de un malvado que lleva tiempo ansiando terminar con el héroe de la función y gobernar un planeta del que ha sido desterrado y vilipendiado. Sus diálogos son pomposos, si me lo permiten shakesperianos y mas que antológicos.

En una de las escenas más enigmáticas del film, Skeletor se mira la palma de la mano lánguidamente una vez que ha capturado a He-man tras años de persecución y sentencia: «Todo le llega al que sabe esperar». Ha ganado por fin, pero su voz ronca cae taciturnamente por la garganta sintiendo que su lucha ha perdido sentido, porque si caza a He-man, su existencia deja de tener sentido. Lo sabe y dice lo que tiene que decir, pues en el fondo está deseando que He-man se escape y volver a empezar la batalla.

Porque lo que a Skeletor le gusta es perseguir a He-man, no cogerle, igual que al Jóker le divierte más ir detrás de Batman y jugar con él. Lo divertido es que en el fondo son amigos. Y ninguno puede matar al otro porque el mal sólo puede existir si hay un bien al otro lado de la balanza.
La magnificencia de Skeletor es palpable. El puede acabar con He-man, pero simplemente no le da la gana. En una escena le espeta a su eterno adversario “Yo soy más que un ser, más que la vida,  soy un Dios, tu Máster así que arrodíllate ante mi”. Se sabe superior y lo que quiere es divertirse. Lo excepcional es que consigue divertirnos también a nosotros.

Por si fuera poco, la película destapa sin tapujos lo que la serie de dibujos no podía mostrar y lo que todo fan deseaba constatar: Skeletor y su fiel secuaz, la hechicera Evil-Lyn tienen una relación que va más allá de la meramente laboral. En el film disfrutamos de las miradas cómplices que se prestan el uno al otro y esa eterna dicotomía en su relación de amor-odio, de sumisión a la par que desobediencia, de privilegios y castigos. El culmen de la evidencia llega con esa escena donde el rey del mal sentado en su trono, acaricia a su vil compañera arrodillada a sus pies mientras le confiesa sus siguientes pasos hacia la conquista del planeta Eternia. Si eso no es una exhibición de amor, que baje Cupido y lo vea.

Pese a quien le pese, y a pesar de sonar descabellado, descerebrado e incluso cómico, Skeletor no tiene nada que envidiarle al sobrevalorado Darth Vader (el plagio a la saga de George Lucas es más que evidente, basta con ver ese calco a los Stormtroopers pero con uniforme negro). Si por algo podría perder la batalla sería por esa mascara de goma que le resta contundencia y credibilidad, pero lo cierto es que el mayor de mis canguelos vino de la mano y gracias a Frank Langella. Me quedo para siempre con la curiosidad de cómo sería juntar a estos dos malvados junto al Señor de la Oscuridad  de Legend. Sin duda, un triunvirato del horror de lo más terrorífico.

Para terminar de convenceros, os diré que la banda sonora la firma Bill Conti, ganador del Oscar por el soundtrack de Elegidos para la Gloria, pero más célebre si cabe por ser el autor del tema principal de Rocky. Siendo francos, el tema principal es un plagio sin miramientos del de Superman, pero es una fanfarria tan melódicamente ochentera que encandila y deja pegada por sí misma.

Por todo lo expuesto, este film es mi placer culpable. Una película parca en cuanto a puntuaciones pero que en mi foro interno es un pletórico cinco estrellas. Ahora solo me resta enunciar dos cosas:

1) Ruego y suplico que sea la major que sea, que aluna se anime a realizar una nueva película de una vez. Si ya le ha tocado a los Transformers, a G.I JOE y a TRON:      ¿ A qué esperan con el más exitoso de todos los mitos culturales ochenteros?

2)  Por el poder de Grayskull! (¿pensabais que iba a marcharme sin decir esto?).

 

Lorenzo Chedas Redondo. SecondWeekendDrops.

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