Otra comedia romántica que se estrena en nuestras salas. Mucha gente estará ya hasta el moño de ver las mismas tramas una y otra vez repetidas en pantalla con resultados similares y personajes prácticamente calcados uno de otro. Sin casi ningún margen de error para la improvisación, la imaginación o la sorpresa, las comedias románticas parecen muchas veces estar escritas en cadena, con un guión básico en el que apenas se cambian un par de líneas de diálogo y algunos personajes secundarios. Cuando una película como 500 Días (Juntos) se estrena, es una sorpresa para casi todo el mundo porque no se parece a ninguna otra comedia romántica e impone unas nuevas reglas, narrativas, de guión e incluso en torno a los personajes. Y se agradece.
Hace una semana cuando hablaba de Amor y Otras Drogas recordaba la buena impresión que me había causado el hecho de que la película tratase sin tapujos y con frescura el hecho de que hubiese sexo en pantalla, personajes malhablados y humor políticamente incorrecto. Ahora toca el turno de hablar de Morning Glory y la verdad es que la película deja un sabor de boca simpático, aunque nunca espectacular. Y lo hace saliéndose un poquito de los estándares establecidos.
Es decir, la comedia romántica funciona siempre para sus seguidores porque son ellos mismos los que esperan encontrarse esos lugares comunes de los que hablábamos antes y disfrutan con ellos de tal forma que les importa un comino que las películas sean repetitivas, sosas o de mal gusto. Es para el resto, para los que sientan curiosidad por un reparto en concreto o para los que se ven obligados a acudir a una película sin ser su género predilecto, para los que los cambios suponen un punto y aparte interesante.
Lo interesante de Morning Glory es que no es una comedia al uso. Si me hacen apuntar aún más alto, diría que no es una comedia romántica, pese a que haya un romance entre el personaje de Rachel McAdams y Patrick Wilson, es sin duda lo más secundario de la función. No tiene relevancia y, de hecho, le resta fuerza a la trama principal porque, hay que asumirlo, la química entre ellos dos es dudosa en el mejor de los casos. Por no decir inexistente casi siempre.
Pero la película está escrita por la misma guionista de El Diablo viste de Prada. También es la guionista de otras películas más convencionales aún como 27 Vestidos, pero aquí Allison Brosh McKenna intenta repetir el éxito de la primera con un esquema similar de partida. Lo importante en la trama es la historia de una joven intentando triunfar en el mundo laboral, enfrentada a un personaje más maduro y mucho más resabiado que ella, malvado hasta cierto punto, que casi parece dispuesto a hundir la carrera de la protagonista y todos los que la rodean si las cosas no se hacen a su manera.
Esta historia tiene dos problemas de base. El primero es que ya hemos visto El Diablo viste de Prada y no vamos a encontrar aquí nada nuevo bajo el sol. La historia se desarrolla casi de la misma manera con la llegada al trabajo de McAdams, un trabajo que para el que está más que preparada aunque la gente no piense lo mismo. Trama similar cambiando el mundo de la prensa escrita por el de la televisión. El segundo problema es que para la guionista estos son, con perdón, los mundos de Yupi. Joven y mujer en el panorama laboral occidental y no hay zancadillas, ni mala sangre, ni machismo ni tantas y tantas cosas a las que las mujeres se enfrentan cuando asumen un puesto de mando en nuestro mundo. Vamos, un poco de color de rosas, pero, claro, esto es una comedia, no un drama social.
El contrapunto y la mala baba la pone un espléndido Harrison Ford (la escena de la cacería, o la borrachera del personaje) con ganas de reírse de sí mismo, dando vida a un presentador de noticias legendario que se ve obligado a aceptar el trabajo en un matinal que casi nadie ve. Un tipo encargado de dar siempre las noticias de última hora y que ve cómo su carrera se diluye entre cotilleos y moda. Su lucha constante con McAdams y el respeto y afecto que surge entre ambos son la historia en sí. Y aquí sí que hay química en esta relación mitad paternal, mitad de respeto.
Qué sería de una película así sin un grupo de secundarios que lo apoyen como es debido y aporten más humor aún a la trama. Si McAdams está adorable y perfecta para el papel y Ford es el auténtico motor de la película, actores como Jeff Goldblum, lo mismo que John Pankow como ese productor asociado, mano derecha de la protagonista. También divertida está Diane Keaton, pero se echa en falta algo más de miga a un personaje que parece más un dibujo animado que una persona.
Lo mejor de todo y de la dirección de Roger Michell, el director de Notting Hill, por ejemplo, es la elegancia y el buen gusto con el que se expone todo en pantalla. Ganas de reírse de sí mismos, todas las del mundo. Ganas de hacer chistes escatológicos y similares, ninguna. Se agradece el esfuerzo por ser más inteligentes que la media de este tipo de películas. Aunque no sea suficiente para hacer una gran película, si obtenemos un resultado simpático y que no hace daño al cerebro.
Quizá deberían haber mirado más esa incoherencia de “estamos intentando hacer buena televisión” pero para conseguir subir la audiencia se ponen a hacer televisión basura (Diane Keaton vestida con tutú o besando a una rana, hilarantes eso sí…). En definitiva, una película simpática, que nos hará sonreír varias veces y con la que soltaremos alguna sonora carcajada. Pero nada más. Se olvida tan pronto como se ve, pero nunca se hace cuesta arriba. Mucho mejor que otras del mismo estilo que nos llegan casi cada día.
Dentro de su género, una buena película, sin duda. Y por ver a Harrison Ford haciendo su papel más divertido en años, merece la pena echarle un vistazo.
Jesús Usero