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viernes, mayo 3, 2024
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No habrá paz para los malvados ****

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Una gozada. No se me ocurre otra forma de comenzar este comentario sobre No habrá paz para los malvados, la última y genial aportación de Enrique Urbizu al cine policíaco español, y sin duda una de las mejores de su cosecha, siendo esta notable en habernos hecho pasar muy buenos ratos demostrando que el cine negro español es posible, entretenido, interesante, y además tiene, como en esta película, la capacidad para vincularse a asuntos de la realidad que nos tocan directamente, cumpliendo así con una de las funciones esenciales de este género, que es la denuncia de la corrupción del sistema y el levantamiento del cadáver de la moral asesinada por la conveniencia política.

No habrá paz para los malvados tiene todo eso, pero además tiene a un José Coronado que en mi opinión debería estar entre los nominados al Goya al mejor actor de este año y en esta película factura uno de sus mejores trabajos para el cine, superando otro gran trabajo a las órdenes del mismo director y en el marco del mismo género en La caja 507, asociado al otro actor-fetiche de Urbizu para estos menesteres, Antonio Resines.

El trabajo de Coronado en esta película tiene muchos puntos de contacto con el que realizara Resines en el debut policíaco de Urbizu, la también muy buena Todo por la pasta, se nutre del personaje que interpretó en La caja 507, pero al mismo tiempo está también construido sobre el trabajo del propio Coronado en torno a otro personaje de policía quemado y en conflicto que interpretó en La distancia, película igualmente recomendable en el marco del policíaco rodado en España. Ojo que no quiero decir con esto que esté repitiendo las mismas claves. Muy al contrario. Intento simplemente explicar que este gran trabajo de interpretación no es cosa de un día ni fruto de la casualidad o las esquivas musas de la inspiración, sino tarea tocada por las virtudes, la solidez y la credibilidad que les proporciona a los actores la experiencia y la familiaridad con el medio en el que se desenvuelven sus personajes. Todo eso es lo que hace ejemplar la construcción que hace Coronado de ese policía corrupto metido hasta las trancas por su mala cabeza y peor conducta en un enredo que le supera, pero para el que quizá sea el tipo más indicado, visto que alguien tiene que sacar la basura y como la ficción se empeña en recordarnos, a veces los peores son más capaces para tales menesteres, quizá porque tienen menos que perder. Aunque lo cierto es que a la vista de otros personajes que se asoman por este potente e intenso drama urbano acaba uno preguntándose si Santos Trinidad, el poli por Coronado será realmente lo peor que deambula por la misma o son mucho peores aún quienes menos lo parecen, un tema ese de las apariencias recurrente en la filmografía de Urbizu, ya sea como director o como guionista. Coronado tiene el instinto especialmente afinado para componer este tipo de personajes que juegan contra la imagen de galán con la que insistentemente han querido etiquetarle los medios de comunicación y de la que ha sabido escapar a su manera edificando una galería de personajes contra pronóstico en las películas ya citadas y en otras como El Lobo o GAL. Cuestión de saber elegir papeles y acertar a reinventarse después de tirarse unos cuantos años en la serie de televisión Periodistas, tras la que incluso se metió en la faena de ser la versión más joven del Goya interpretado por Paco Rabal a las ordenes de Carlos Saura, entre otras muchas cosas.

El otro elemento a destacar en la película es la proximidad del tema a los turbulentos tiempos que nos ha tocado vivir, arropada además por un paisaje urbano con seña de identidad propia que encaja perfectamente con el tipo de personajes que maneja Urbizu en su fábula. El perfil de la ciudad de Madrid aparece como protagonista ya en las distintas versiones del cartel promocional, bien sea tras el personaje de José Coronado o incluso reflejándose en su ojo derecho como si el personaje llevara la ciudad metida dentro.  Es toda una declaración de principios que viene a decirnos que también en las calles de nuestras ciudades, ya se trate de Madrid o de cualquier otro lugar, podemos levantar fábulas de cine de género competentes, o como en esta ocasión incluso mucho más interesantes que los equivalentes que nos puedan llegar de los Estados Unidos. Sabido es que el paisaje urbano, esto es, la ciudad o ciudades en las que se desarrollan la tramas policiacas en general y las del cine negro en particular, son un protagonista más de dichas fábulas, y que inevitablemente distintas ciudades otorgan distinta personalidad a las historias que acogen. Pues bien, Urbizu acierta completamente al sacarle el máximo jugo a las características de Madrid para otorgarle a su historia un alma bronca, convulsa, a ratos nerviosa e intensa, en la que prima el espíritu de rompecabezas a medio terminar de esta ciudad que parece no acabarse y se derrama, como la propia trama de la película, en flecos interminables, en un extrarradio de gigantescas proporciones, con el que al mismo tiempo convive una modernidad visualmente impactante que juega a disimular su complejo de ser en parte cartón piedra. Madrid y Santos se llevan de maravilla, en algunos momentos (como esas imágenes del personaje mirando el paisaje desde una ventana o desde un descampado lejano a los rascacielos que constituyen la silueta urbanita madrileña) parecen convertirse en una sola cosa, pero para mayor beneficio de la película, esa pareja se convierte en trío cuando policía y ciudad se completan con el otro elemento esencial del relato, una representación femenina ejemplar y ajena a los tópicos, la juez Chacón encarnada por Helena Miquel. Santos y ella acaban siendo algo así como una una buena pareja de baile en una enrevesada trama policial repleta de equívocos y giros inesperados tanto por los personajes como por el propio espectador.

Urbizu ha explotado con astucia meticulosa ese mimetismo entre el poli y la ciudad, en un ejemplo de conocimiento y buena administración de una de las características esenciales de las historias policíacas. Como referente pido al lector que haga memoria y retroceda hasta otro ejercicio ejemplar de cine negro totalmente distinto al que nos ocupa, cualquiera de las dos partes de El Crack, de José Luis Garci. En las mismas encontramos otras formas distintas de mimetismo entre personajes y paisaje, otras visiones diferentes de Madrid en el cine, que no son ni mejores ni peores que ésta, sino simplemente distintas, entre otras cosas porque las ciudades, como las personas, cambian, y Madrid ha cambiado mucho como escenario para las fábulas policíacas. Tanto como el propio cine español, que tiene muchas y muy buenas muestras de cine policíaco, desde las más alejadas en el tiempo, como Apartado de correos 1001, A tiro limpio, Los ojos dejan huella, El cebo, Los peces rojos… hasta títulos más recientes como las citadas previamente y otras como Fanny Pelopaja o Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.

Finalmente, como ocurre en todas las buenas fábulas de policías que saben tomarse en serio a sí mismas, No habrá paz para los malvados, dignísima heredera de lo mejor del cine policíaco español, se nutre de un elenco de actores de reparto que lejos de ser secundarios ocupan un puesto esencial en uno u otro fragmento del relato, integrándose como habitantes en ese ejercicio de mimetismo entre el protagonista y la ciudad con el policía judicial Leiva interpretado por Juanjo Artero a la cabeza.

De ese modo queda completo un puzzle que bien merece recibir oportuno reconocimiento en la taquilla, porque además es una de las ofertas más atractivas como entretenimiento y cine de género que nos ofrece actualmente la cartelera y saca el máximo partido a un personaje que siempre ha brillado con luz propia en el cine y la tele del género policíaco, sea de donde sea: el policía corrupto. Series como Shield, al margen de la ley o películas como Asuntos sucios, de Mike Figgis, Vivir y morir en Los Ángeles, de William Friedkin, o Día de entrenamiento, de Antoine Fuqua, por citar sólo algunas, son buena prueba de ello.

Miguel Juan Payán

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