Crítica de la película Noé de Darren Aronofsky con Russell Crowe, Jennifer Connelly y Emma Watson
Darren Aronofsky planta cara al cine épico y bíblico sin perder personalidad como autor.
Totalmente imprevisible. Una sorpresa grata para quien esto escribe que puede ser al mismo tiempo una sorpresa menos grata para los espectadores que esperen ver cine de bíblico de catástrofe y estén más interesados en lo más obvio de la historia mil veces narrada de Noé, el arca, los animalejos en parejas, la lluvia a cascoporro, etcétera.
La principal virtud que tiene la película es también su principal riesgo. Y precisamente por correr ese riesgo, aceptar ese reto y tirar para adelante sin renunciar a sus claves como cineasta es por lo que creo que Darren Aronofsky ha rodado la mejor versión del asunto que aborda. La menos fácil también. La menos previsible.
Tras un arranque en el que vemos a Russell Crowe dando vida a un Noé más cercano a Mad Max, el guerrero de la carretera de Mel Gibson que a los personajes de la épica bíblica en su forma más tradicional, nos encontramos con una visión de la fase antediluviana del Antiguo Testamento que Aronofsky pinta sobre un telón de fondo árido y volcánico de erizadas rocas, sin un trazo de verde. Un paisaje casi extraterrestre capaz de equiparar los entornos más áridos de desolación paisajística que habitaban los hombres-simio de 2001 de Kubrick cuando se tropezaron con el monolito. Pienso que no son asociaciones casuales, porque en este arranque de su versión de Noé y el diluvio, Aronofsky se sitúa mucho más cerca de la ciencia ficción postapocalíptica que del relato de la más remota antigüedad bíblica. En ese mismo sentido trabaja con los personajes de los ángeles vigilantes enviados por Dios para vigilar y echarle una mano a los hombres en sus primeros pasos por este mundo. Esos vigilantes y la batalla de las cadenas en torno al Arca me han recordado mucho las novelas y paisajes de batallas épicas del universo de Warhammer 40.000 y sus Astartes. De manera que ya en esa primera fase y con estas características a cuestas, encuentro que este Noé está saludablemente alejado, incluso muy alejado, del más tradicional. Asumo que eso es lo mismo que ha molestado a los más puristas en lo referido a tratar personajes e historias bíblicas en el cine, pero también debo apuntar que me he reído mucho con algunas críticas que acusan a esta película de no responder a la historia… lo cual me hace preguntarme, reprimiendo una sonrisa: ¿Historia? ¿qué Historia?
Puedo entender que hayan quedado algo defraudados quienes esperaban un espectáculo bíblico al estilo Cecil B. De Mille (que en sus supuestamente pías recreaciones del Antiguo Testamento, tan admiradas por algunos seguidores del asunto, enseñaba bastante más sexo y carne de lo que se permite enseñar en Noé el no obstante denostado Darren Aronofsky), mezclado con efectos visuales de diluvio en la línea del desenlace de 2012, de Roland Emmerich. Pero defiendo esta variante de Aronofsky precisamente porque no propone más de lo mismo, porque no renuncia a sus inclinaciones y aportaciones como director autor para ceder sitio al espectáculo de fuegos artificiales visuales, porque no deja que las aguas del diluvio acaben ahogando a su reflexión, su trama y sus personajes. Si alguien quiere ver la ira del Dios judeocristiano del Antiguo Testamento en plan cine de catástrofe creo que dispone ya de una variada gama de versiones anteriores de este mismo asunto en cine y televisión. Pero ya les aviso que lo que nos propone Darren Aronofsky en Noé es mucho más interesante que sumergirse por enésima vez en esas estancadas aguas del diluvio bíblico más tradicional. Y conste que eso no significa que no haya espectáculo visual en la película. Lo hay, pero muy bien dosificado para que no devore totalmente lo que verdaderamente le interesa ponernos delante de los ojos al director.
¿Y qué es eso que tanto le interesa al director? Pues los personajes, esto es, Noé y el drama de encrucijada y decisiones a que se encuentra sometido. Por primera vez Noé se muestra como héroe y villano. ¿Salvador o asesino? Eso es lo que le importa reflejar de Noé a Aronofsky, y naturalmente eso deja automáticamente en un segundo término la peripecia eminentemente marinera y natatoria de su protagonista. El director no trata de nadar y guardar la ropa para cumplir con pleitesía ciega la tradición de venerar a los iconos del texto bíblico como héroes infalibles, intachables e intocables. Muy al contrario. Asociado al talento interpretativo de Russell Crowe, el director nos presenta al Noé más cercano y humano de la historia del cine. Sospecho que eso es en parte lo que realmente ha molestado a muchos de los detractores de la película por motivos religiosos.
Aronofsky tropieza en Noé con la misma encrucijada a la que se sometió John Huston cuando rodó La Biblia. Huston salió del reto aplicando en la superficie de su película una especie de capa de imprimación visual que incorporaba ocasionalmente planos propios de los pastiches bíblicos de Cecil B. De Mille y la épica paisajística de David Lean, pero sin renunciar en ningún momento a poner en primer término a los actores que le permitían tratar más en confianza y de manera más humana a las figuras bíblicas que retrataba. Aronofsky hace algo parecido con referentes más actuales. Incluye planos que parecen sacados de El señor de los anillos o El Hobbit, como los del ataque al arca, pero sin dejarse arrastrar a una dictadura de planos aéreos, cámaras voladoras y grandilocuentes planos generales que impongan la épica superficial y externa sobre la mirada íntima. Mantiene así su estilo visual de filmación cámara al hombro y nos mete entre sus personajes como si estuviéramos siguiendo una pieza de un reportaje televisivo. Nos muestra la épica y el diluvio como telón de fondo de la intriga y el conflicto de los personajes, nunca en un primer plano visualmente arrollador. El diluvio se pone al servicio de la intriga y el conflicto en torno a Noé, no es Noé el que se presta a ser una marioneta de la catástrofe. Y en esa intriga Aronofsky trabaja sobre todo el primer plano y la construcción de su película utilizando a los actores como su mejor efecto especial. De ese modo Noé queda dividida en dos partes, siguiendo escrupulosamente el viaje del héroe tejido por Joseph Campbell en su libro sobre mitología El héroe de las mil caras. En la primera, el héroe recibe y acepta su misión, y en ese camino llegamos hasta le ecuador del relato, la catástrofe propiamente dicha. Poner el diluvio en el ecuador del relato ya es en sí misma toda una declaración de principios por parte del director. A partir de ahí llega la segunda parte. Si la primera plantea un conflicto eminentemente exterior, la segunda nos zambulle en el conflicto interior de todos los personajes supervivientes de la catástrofe, filmado con gran coherencia desde dentro del arca en el que viajan. Hay poco paisaje exterior y el relato se desarrolla, en contraste con la primera parte, en una clave visual claustrofóbica. Y ahí es donde Aronofsky consigue hacer que la intriga y los conflictos de los personajes sean mucho más interesantes que el despliegue de épica visual de la primera parte. Noé se construye así como una balanza en equilibrio donde el platillo de la derecha es el de la épica visual más adolescente del cine de superproducción de nuestros días y el platillo de la izquierda es el viaje interior del atribulado Noé y sus compañeros, entre los cuales destacan como motores de intriga y conflictos los personajes interpretados por Emma Watson y Logan Lerman. El fiel de la balanza que registra el equilibrio de esas dos partes que integran la película es la evolución de la relación de Dios con los hombres, pasando desde el Dios temperamental y furioso que se siente traicionado por los hombres y por sus ángeles vigilantes y consecuentemente se distancia y castiga a los hombres en la primera parte al Dios que se reconcilia con lo humano otorgando a los hombres el libre albedrío en la segunda parte. Noé queda así como la historia de liberación del hombre. En ese sentido es interesante reparar en la pincelada más religiosa de toda la película, que incide con elegancia en la idea de Dios hablando o dejando de hablar con los hombres como recompensa o castigo, que desemboca en la idea de que la conversación de Dios con los hombres se torna mucho más fluida y menos traumática después del diluvio y cuando el hombre, Noé, recupera la confianza de Dios y con ello el libre albedrío, siendo así responsable de sus propias decisiones.
Sólo una pega, la misma que aqueja a otros momentos de piradas de pinza visuales de Aronofsky en La fuente de la vida: la recreación de Adán, Eva y el Pecado Universal me parece espantosa, pedante y de una simpleza que no se corresponde con el resto de la película.
Miguel Juan Payán
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