Jennifer Lopez vive una pasión prohibida y adúltera con su vecino de diecinueve tacos. Lo que no sabe la mujer con el trasero más caro del mundo es que el chaval esconde una psicopatía galopante.
Profesora de buen ver y adulta. Chico rebelde con músculos hasta en la nuez. Ambos se juntan en una de esas noches locas de verano. Ella se halla muy vulnerable por el engaño de su esposo con una gachí de su trabajo, y el joven empieza a tocar donde no debe. La cosa termina como se puede imaginar el lector. Y ahí reside el mayor problema de esta película dirigida por el veterano Rob Cohen (A todo gas): que todo transcurre como parece que va ir.
El responsable de títulos tan activos como xXx parece haberse bajado una versión vip del programa screenwriter, para teclear la búsqueda “thriller sexual con teenager y dama treintañera”.
Y lo que le ha salido al cineasta estadounidense es esta historia, que bien podría colarse entre las que suelen programar los canales televisivos españoles en las tardes de los sábados y domingos.
Sin sobresaltos excesivos, el argumento de Obsesión narra con celeridad y tensión de laboratorio la relación básicamente hormonal entre Claire Peterson (Jennifer Lopez) y Noah Sandborn (Ryan Guzman). Una apuesta por la aceleración secuencial que no se atisba mala del todo, si no fuera por el hecho de que las escenas se suceden sin sorpresas ni descubrimientos impactantes. Un déjà vu cinematográfico, que reproduce un tema con casi tantos en títulos en su haber como el del hombre maduro que cae en las redes de una lolita con veneno en la piel.
Llegados a este punto, algo tiene que haber animado a Cohen para ponerse al frente de esta obra, más allá del mero interés dinerario. Y el motivo más evidente parece estar en la posibilidad de sacar partido a la pareja protagonista: la formada por la sensual Jennifer Lopez y el cada vez más solicitado Ryan Guzman. Ellos son los que sostienen el guion, mientras los secundarios solo se contentan con comparecer como víctimas propicias del criminal con acné.
Lopez muestra que a sus cuarenta y cinco veranos no le sobra ni un gramo de grasa, y deja claro que su cuerpo sigue siendo la envidia de todo bicho viviente. La actriz está convincente en las escenas en las que se abandona a su relación imposible, con una caracterización que parece inspirada en la ejercida por la sólida Diane Lane para Infiel. Por su lado, Guzman está convenientemente exagerado en la mirada y en sus actitudes, al tiempo que cumple como extraño objeto del deseo.
Sin embargo, lejos de los escarceos de cama y las batallas fogosas, el resto de la trama queda como sometida a un continuo proceso de reiteración cansina e inverosímil, sin capacidad para alzar el vuelo ni siquiera en los momentos en los que la película debería acercarse a alguna clase de clímax.
Cohen intenta mermar tales problemas con golpes de efecto, enfrentamientos violentos y pasados tormentosos. Sin embargo, las lagunas del libreto firmado por Barbara Curry resultan demasiado evidentes.
Por cierto, queda mucho mejor el título original de la movie: El chico de la puerta de al lado.
Jesús Martín
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