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sábado, abril 20, 2024
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Outrage *****

Outrage *****

Outrage. Retorno brillante de Kitano al cine de yakuza. Una oferta inicial de parodia que se transforma luego en buen cine negro.

La yakuza, la mafia japonesa, vuelve a ser la protagonista del último estreno de Takeshi Kitano en la cartelera española. Nuevamente en su papel como creador cinematográfico de talante renacentista, hombre-orquesta delante y detrás de las cámaras, el director y actor japonés que forjara su popularidad en el campo del humor pero encontrara la fama ejerciendo como apóstol del cine de acción, retoma las mejores características de su cine de gánster arrancando Outrage con una panorámica de soldados de la mafia en la calle, junto a los coches de sus jefes, y empalma con otra panorámica en sentido contrario y más breve en torno a la mesa en la que dichos jefes están comiendo, dos movimientos que sin una sola palabra de guión nos meten de cabeza en el mundo de las familias del crimen organizado nipón y establecen el tema central de la película en menos de cinco minutos de metraje: los jefes y los empleados, las diferencias entre ellos, el abismo que los separa. La sumisión al sistema de poder, y frente a la sumisión, como en todas las películas de Kitano, la rebeldía, forman parte de las tradiciones temáticas del cine de yakuzas japonés y constituyen también uno de los grandes temas de la filmografía de este director que en las primeras escenas de Outrage deja muy claro el vínculo que tienen sus películas sobre mafia con el cine de samuráis con esos primeros compases y especialmente con esa escena de salida de los jefes y sus coches de la finca del jefazo con el que se han reunido, o con ese paseo por los dominios del presidente, que es el shogun o señor feudal superior de esta trama donde la historia de samuráis se encuentra con el cine de mafia, dando lugar a muy interesantes resultados y a una de las mejores películas de este director.

Los yakuza, que se consideran herederos de los samuráis, son buena munición argumental para que Kitano pueda rodar otra de sus fábulas poéticas sobre la traición, la violencia y la muerte. Poéticas como esa escena pausada de los coches negros por la carretera que en los títulos de crédito sirven para presentar el conflicto que arranca la trama, con esa imagen del vehículo separado del resto de sus hermanos, presentando la conspiración de la que ya anticipamos que va a tener resultados violentos. Esa misma conspiración en la que las distintas familias y clanes acaban metiéndose en una complicada espiral política de resultados imprevisibles.

Los juegos de estrategia en los pasillos del poder son los verdaderos protagonistas de Outrage, que en todo momento mantiene una misma idea: los más débiles son los más sacrificables, una injusticia que puede quedar expresada por una de las frases de diálogo que pronuncia el personaje interpretado por Takeshi Kitano: “Siempre nos toca el trabajo sucio”. Un trabajo en el que, dicho sea de paso, Kitano vuelve a reescribir a su gusto la aplicación de la violencia como acicate para mantener la tensión de la trama y poner al espectador en un estado de inquietud permanente con escenas como la del dentista, en las que su personsaje va bastante más allá en lo inquietante de lo que fuera el interpretado por Laurence Olivier en Marathon Man. Es curiosamente después de esa secuencia en el dentista, cuando se advierte una pauta de sentido del humor negro perverso, muy habitual en el cine de Kitano, que insistentemente nos muestra, cual si fuera en clave de comedia, las consecuencias de los ataques contra el clan enemigo. Tras el ataque violento, los atacados aparecen en el plano siguiente luciendo vendas y prótesis, como si de un cartoon de los violentos dibujos animados de Rasca y Pica en la serie Los Simpson, se tratara. El juego de causa y efecto resulta tan inquietante como cómico, y transforma esas acciones y esos personajes en una especie de títeres arrastrados por la vorágine del poder. Algo que por otra parte otorga a la película cierto carácter de metáfora interesante sobre lo que está ocurriendo a pequeña y gran escala en estos tiempos de crisis que nos ha tocado vivir.

De manera que la película se transforma así en su primera parte en algo más que una trama de acción con yakuzas para convertirse en una astuta e incluso taimada comedia que lleva al cine de Kitano a nuevas cotas y habita también el terreno de la autoparodia de la propia filmografía del director, resultando un ejercicio refrescante dentro de la misma.

Si alguien duda de ese carácter de comedia extrema y parodia del género de gánster, la secuencia que muestra al jefe del clan atacado con la prótesis cubriéndole todo el rostro y a su manipulador y cínico socio invitándole a “comer”, debería despejar todas las dudas al respecto.

La sátira gobierna esta nueva fábula poética de la violencia tejida por Kitano desde la madurez que le permite satirizar su propio cine con una fluidez visual y una sencillez narrativa ejemplar.

Pero conviene no engañarse por este tono de comedia que adopta la película en su primera mitad, porque, como ocurre en el cine dirigido por Takeshi Kitano, esa aparente sencillez oculta una complejidad y no poca amargura a medida que los personajes principales van tomando conciencia de a donde les conduce el laberinto de violencia en el que se han metido. Llega así la otra fase del relato, que coincide con el viaje desde el protagonismo coral del grupo de mafiosos en los primeros pasos de la historia al protagonismo más centrado en el personaje de Kitano, que de paso devuelve la trama al territorio del cine negro más puro. Cine policíaco muy recomendable.

Miguel Juan Payán


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