Crítica de la película ¿Podrás perdonarme algún día?
De las mejores entre las nominadas a los Oscar. McCarthy y Grant se tiran como lobos sobre sus personajes.
Desde su aparente sencillez, esta es una de las películas de contenido más interesante entre las que han salido a la palestra en las últimas semanas a la caza de los premios del año. Es también la que, desde su argumento, defiende un tema que define perfectamente rasgos de debilidad que definen la verdadera naturaleza de una sociedad plenamente sumergida en la farsa y el postureo. En muchos aspectos, y desde el territorio de la comedia negra que destila amargura, su fábula tiene como asunto la falsificación de las cartas de escritores famosos, asentándose sobre un caso y un personaje real, pero su verdadero tema es la soledad a la que nos hemos condenado a nosotros mismos y de la que intentamos huir desesperadamente coleccionando memoria ajena en un inquietante ejercicio de huida y ninguneo de nuestras propias experiencias.
A la protagonista, una y otra vez, se le pide desde el diálogo de otros personajes, que hable con su propia voz, que deje de esconderse tras las memorias de personajes célebres a la que ha dedicado su carrera, y su viaje de la heroína no se completará hasta que comprenda que es su propia experiencia de vida la mejor materia prima para tramar sus historias. En lugar de eso, una y otra vez, se estrella con el muro de la negación de sí misma robando las memorias de otros y adornándolas con su propio talento, que no acaba de reconocer como suficientemente válido o que simplemente le da miedo exponer a la opinión del público. Por otra parte los clientes que compran sus falsificaciones, a los que nunca vemos -solo vemos a los intermediarios de las tiendas y a los agentes de la ley- son víctimas de esos mismos miedos que les llevan a negarse a sí mismos en la colección de los recuerdos y las intimidades ajenas.
La descripción de los personajes y el trabajo de sus dos actores es sólo una parte, importante, eso sí, de esta descripción de la soledad que se complementa con un trabajo de puesta en escena donde se revela con grandeza minimalista el laberinto urbanita en el que se mueven los personajes: baretos con escasa iluminación, calles miserables, tiendas de libros y recuerdos, una feria de coleccionista, el edificio y la casa en la que vive la protagonista, constituyen un abanico de paisajes elaborados para zambullirnos en la trama en planos medios y cortos que nos atrapan tanto como a los seres humanos convertidos en sombras que la habitan. Es una realidad asfixiante que nos acerca aún más a los personajes. En lo referido a éstos, la película es el regreso a la pantalla grande de los seres humanos imponiéndose a la dictadura de los sobrehumanos.
En todos estos aspectos, la película es una de las más recomendables para ese tipo de público para el que el cine sigue siendo una manera de compartir experiencias y una posibilidad de reflexionar y mirarse en el espejo de los personajes y conflictos que le propone la pantalla.
O, dicho de otro modo: una buena comedia negra, para adultos.
Miguel Juan Payán
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