Finalmente la saga de Predators ha conseguido poner en pantalla una continuación capaz de satisfacer a quienes nos enganchamos a la misma después de ver su primera entrega protagonizada por Arnold Schwarzenegger. Hemos tenido que esperar años y aguantar continuaciones bastante discutibles, pero después de ver Predators creo que ha merecido la pena.
Hasta ahora siempre había pensado que después del original, la mejor era la segunda entrega, que en contra del parecer general me gusta bastante, principalmente por el cambio de ambiente y personajes que significó en su momento, metiendo al Depredador en una urbe del futuro y una guerra de gánsteres armados hasta los dientes, y con Danny Glover siguiéndole la pista emulando al Popeye Doyle de French Connection o, mejor, al Jean-Paul Belmondo haciendo el saltimbanqui por los tejados de París en Pánico en la ciudad, persiguiendo al asesino psicópata Minosas (la dirigió Henri Verneuil, 1965, por si a alguien le interesa verla). Sin embargo después de ver Predators he tenido que recomponer mi lista de preferencias dentro de la saga y diría que ésta es la mejor después de la primera, mejor incluso que aquella variante urbana, porque rescata, más que recuperar, el espíritu del original de los devaneos y variaciones que han estado a punto de quemar definitivamente la franquicia de Depredador con experimentos bastante desalentadores, como Aliens versus Predator 2, ese desperdicio de tiempo y dinero, inexplicable por otra parte y sensiblemente inferior a su predecesora, Aliens versus Predator, que no era nada del otro mundo y estaba lejos de hacer honor a las dos series que cruzaba, pero al menos resultaba moderadamente entretenida.
En ambas dos, se alejaron tanto de las claves del original, sospecho que en un fallido intento de seguir los videojuegos y cómics desarrollados sobre ambos personajes, que al final al Depredador y al Alien no los conocía ni la madre que los parió. Y además, como suele suceder en estos casos, ni siquiera se acercaron a los buenos resultados conseguidos por las viñetas con el cruce de estas dos alimañas espaciales, ya que ni siquiera tuvieron la astucia de limitarse a adaptar una de las mejores variantes en cómic del asunto propuesto, Aliens versus Predator, con guión de Randy Stradley.
Lo curioso es que la propuesta que ahora llega a nuestras pantallas ha conseguido ser más “comiquera” que todas las anteriores, sin dejar por ello de ser cine, y al mismo tiempo consigue ser una buena continuación de la película protagonizada por Schwarzenegger sin perder su propia personalidad, porque, amigos, ya no estamos en los ochenta, sino en el siglo XXI, y las cosas no pueden contarse igual, ni con el mismo tipo de personajes.
La primera película era un buen reflejo de la moda del “hard body” que presidía el cine comercial norteamericano de aventuras en los años ochenta, una de las últimas muestras del cine de la Era Reagan (John McTiernan la dirigió en 1987 y Reagan dejó el cargo tras su segundo periodo en la Casa Blanca en 1989). No en vano Schwarzenegger fue uno de los astros más representativos de ese periodo junto con Stallone y su Rambo o Bruce Willis y su John McClane en Jungla de cristal, que también dirigió McTiernan, en 1988).
Pero ahora no estamos en aquellos tiempos, y uno de los aciertos de Predators es actualizar el original sin desvirtuarlo en lo esencial, y manifestando a las claras desde el principio su independencia. Ya comenté en el artículo de la revista Acción en papel que Adrien Brody no es Schwarzenegger ni falta que le hace (aunque el hombre se haya metido unas horitas de gimnasio para revivir el enfrentamiento final con la alimaña del original, con antorcha incluida). En esta ocasión los personajes principales son menos esquemáticos y resultan más creíbles que los del original, pero además su desarrollo está gráficamente marcado por las variantes de los videojuegos y el cómic, sin desmentir a la primera película, que es homenajeada con distintos guiños, como la ametralladora “impaciente” que empuña Nikolai, el relato de Isabel (por cierto, gran trabajo de Alice Braga resumiendo las características de las féminas de la saga en las películas y el cómic aportando su propia personalidad al asunto) sobre la ocurrido tiempo atrás en la selva de Guatemala y el papel del barro como camuflaje, o algunos momentos claves, como el duelo del yakuza, katana en mano, que se despliega visualmente como un cómic inspirado por los grandes títulos del cine japonés, que es el equivalente del duelo a cuchillo del indio de la primera película…
Pero además hay otros elementos muy curiosos en esta película que amplía las variantes de Depredadores y lanza garfios de contacto con grandes clásicos del cine de terror y ciencia ficción como El malvado Zaroff y capta todo el espíritu de los clásicos de la ciencia ficción de serie B filmados en Estados Unidos en los años 50 con esa escena en la que los protagonistas salen del bosque y miran al cielo del planeta alienígena al que han ido a parar (el equivalente a lo que fura esa primera escena de la nave alienígena que cae a la Tierra en la primera película).
Tiene también a favor Predators que nos mete de cabeza en la acción trepidante desde el principio, sin andarse con rodeos ni preámbulos, haciendo gala, con la cabeza bien alta, de su verdadera naturaleza como vehículo de esparcimiento y evasión, sin renegar de sus orígenes, pero no por ello deja de servirnos una trama creíble en la que nos implicamos, exponiendo sus cartas con astucia y desde el punto de vista del guión y el ritmo en los momentos más adecuados (el descubrimiento de las trampas, el ataque de los perros… y así hasta llegar a ese personaje de Larry Fishburne que el actor interpreta como si fuera una variante del fotógrafo encarnado por Dennis Hopper en Apocalypse Now y además sirve al desarrollo y el progreso de la trama dando pistas sobre el argumento).
Miguel Juan Payán