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viernes, abril 19, 2024
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Project X ****

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Project X, viaje cámara al hombro hasta el caos, nos lleva a las fronteras de la comedia gamberra con resultados sorprendentes. Muy buena.

Parecía una comedia gamberra original, pero al terminar de verla tenemos la sensación de haber asistido a una disección cinematográfica del caos en toda regla, muy pertinente en los tiempos que corren. Cómo se genera el caos, cómo adquiere mayor fuerza desde la inocencia e ingenuidad de sus iniciadores, y cómo finalmente barre con todo.

¿Les suena? A mí sí. Miren páginas de noticias de los últimos doce o quince meses.

Es como ver una tormenta perfecta en todas sus fases de desarrollo.

Lo mejor de la película es que es más de lo que parece. Veamos: en principio podría haber sido simplemente una comedia gamberra, pero acaba resultando algo mucho más interesante: un viaje al caos de la adolescencia servido, eso sí, desde la fórmula de la comedia gamberra, con personajes que, como Costa, son al mismo tiempo un eco del típico personaje introductor del caos, equiparable al monstruo del terror, pero con sesgo humorístico.

Muy curiosa esa la capacidad de la película para mimetizar la manera de desarrollarse de botellones y fiestas juveniles descontroladas donde el alcohol, las drogas y el sexo acaban torciendo las cosas. Y la película se decanta por ser una crónica no maquillada al estilo Hollywood, que sigue la evolución de una fiesta casi con interés antropológico.

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Lo primero que me llamó la atención de Proyecto X es que transcurre en Estados Unidos, con todos los tópicos para este tipo de asuntos que allí se manejan y que hemos venido viendo en películas como Desmadre a la americana, Ir a perderlo y perderse, Risky Business, Porky´s, etcétera, pero en el fondo la manera en la que los chavales protagonistas viven la peripecia de esa fiesta que están organizando es válida para cualquier chaval en torno a los 17 años en casi cualquier lugar del mundo occidental. Mismos miedos, mismas preocupaciones, mismas mierdas de la adolescencia, y por supuesto, los mismos impulsos que les llevan a meterse en ese lío monumental.

Las mejores películas de comedia, como El guateque, de la que esta película bien podría ser la versión del reverso tenebroso, son buenas precisamente porque no son localistas. El localismo es lo que está matando a muchas comedias juveniles norteamericanas, pero no es un problema que afecte a Project X, que además es otra cosa más seria disfrazada bajo la capa de la comedia. La conversación un tanto inocente sobre las perspectivas de diversión sexual que mantienen los protagonistas en el coche al volver del supermercado es un buen ejemplo de ello. El dibujo del caos que hace Proyecto X está asociado inevitablemente a la comedia gamberra pero llevada hasta sus límites más inquietantes precisamente por esa sensación de verosimilitud que se deriva de la cámara al hombro.

Es la misma táctica aplicada por Chronicle para vendernos su historia de chavales con superpoderes, y aunque en ésta no hay superpoderes sino simplemente adolescentes con ganas de juerga, ambas películas comparten el tema real de su trama, que no es otro que la necesidad de integrarse, destacar, conseguir ser populares de los adolescentes en cualquier lugar del mundo. Y el precio que algunos pagan por ello. Esperen a llegar a la hora de película y tendrán más claro de lo que hablo. Digamos que, desde ese punto de vista, bien podríamos estar ante una especie de versión realista de los adolescentes idealizados por Spielberg y J.J. Abrams en Super-8.

Realista e inquietante. De las que te pone la sonrisa en los labios con alguno de los diálogos del zumbado de Costa y luego te la congela mostrándote las consecuencias del caos que ha organizado.

Después está esa idea de peligro y aventura que podría haber sido un complemento de la comedia propiamente dicha pero acaba convirtiéndose en elemento dominante y, de paso, saca la película de lo tópico para llevarla por otro camino. El primer aviso en ese sentido es la secuencia en la que la cámara al hombro nos mete de cabeza en el gueto, siguiendo al pirado Costa en su búsqueda de sustancias para animar el festejo. Es una situación de mirada hacia el abismo que forma parte de los ritos iniciáticos de la adolescencia para muchos chavales. “Sin riesgo no hay diversión”, parece ser una consigna simplista y muchas veces tremenda del asunto que siguen chavales en todos los países del mundo. Llegados a este punto a muchos padres se les pondrán los pelos como escarpias, presas de una creciente inquietud, pero lo cierto es que posiblemente muchos de ellos deberían ser sinceros consigo mismos y preguntarse si, de un modo u otro, no se vieron metidos en algún momento en una situación ligeramente parecida o puede que incluso calcada a la que describe la película para sus protagonistas y que puede resumirse como: “niñatos pringados jugando a ser hombres en un lugar poco recomendable”.

La frase “Ir al campo de tiro e imaginarte que matas policías” unida al tema musical “You are beautiful” de James Blunt que suena de fondo como un eco en ese plano con el traficante es un buen resumen de por qué la película nos engancha: es la mirada al abismo, amigos.

El tema del gnomo es una nota de anticipo y aviso de lo que puede pasar a continuación en la fiesta. De hecho, el gnomo se convierte en un elemento casi central en el desarrollo del caos posterior. Como dice Costa: “¡Es un gnomo, supongo que se mueve!”

Lejos del mero ir y venir de tópico en tópico al que nos tienen acostumbrados en los últimos años las comedias juveniles americanas, ésta simplemente ha elegido contarnos algo que bien podría haber sido un pedazo de realidad. Algo tan sólido que, para ser sincero y cuando empieza la interacción con los vecinos adultos, tengo que reconocer que empieza a resultar cada vez más inquietante y advierte de cómo puede acabar todo el asunto. Hay algo siniestro que crece en este macrobotellón que va aumentando su tendencia hacia el caos.

Y el caos, con el enano de jardín como principal protagonista, va ganando espacio acompañado por el alcohol y las pastillas…

Hasta que llega un momento en el minuto sesenta en el que nos olvidamos de Peter Sellers en El guateque, de Tom Cruise haciendo el chorras en Risky Business, de los cachondos gamberros de Desmadre a la americana o Resacón en Las Vegas, y lo que nos va quedando más claro mirando a ese protagonista atribulado desde este sólido ejercicio de cámara al hombro es que el caos no respeta nada y tiene vida propia. La frase de Costa: “Lo siento, Thomas, yo sólo quería echarme un polvo” me ha sonado a disculpa inútil y muy familiar a las que nos están dando los expertos en finanzas de estos aciagos días de crisis económica y caos financiero en general.

Ahora bien, precisamente por esto último, me ha chocado bastante esa especie de desenlace a modo de premio que, francamente, me parece una bajada de pantalones frente a la verosimilitud en el dibujo del caos de la que hablaba anteriormente. Ese retorno en el desenlace a las claves de la comedia trae de nuevo a primer plano las fórmulas más tópicas del cine juvenil gamberro, algo que me parece que la película no necesitaba.

Si lo miramos desde un punto de vista más amplio, ese “premio” final tras el caos puede convertirse en combustible para imitadores. De manera que ahí va un aviso para los padres de adolescentes: si dejan que sus hijos vayan a ver esta película, les recomiendo que no les dejen también la casa un fin de semana.

No sea que la líen parda.

Y a vosotros, chavales, sólo un aviso que me manda difundir desde el más allá el amigo Blutarsky de Desmadre a la americana: “niños, no hagáis esto en casa” (y si lo hacéis, que la fiesta sea siempre en la casa de algún otro pardillo…).

Miguel Juan Payán

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