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lunes, abril 29, 2024
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Red State ****

Red State ****

Red State, gran viaje al terror protagonizado por monstruos sacados de la realidad y el fanatismo. Kevin Smith se reinventa a sí mismo.

Red State es sin duda una de las mejores películas sobre los estragos del fanatismo, las sectas y la guerra desatada contra el terror sin garantías constitucionales en el paisaje de los Estados Unidos. Es también la mejor película dirigida por Kevin Smith hasta el momento. Y lo más apetecible de la cartelera en el fin de semana próximo. Al menos para quien esto escribe.

Por todo lo anterior ha sido una muy grata sorpresa. Un giro de ciento ochenta grados en la errática carrera de un director que tras conseguir sorprendernos y convertirse en un fenómeno del cine de los noventa con su descarado y original abordaje de la comedia en películas como Clerks, Mallrats o Persiguiendo a Amy, empezó a perderse cuando rodó Dogma, quizá despistado por haberse convertido en una especie de icono de la cultura popular, intentó reencontrarse con desigual fortuna en películas como Jay y Bob el silencioso contraatacan, Una chica de Jersey, Clerks II y ¿Hacemos una porno?, y de repente pareció entrar en barrena y perderse totalmente, entregado al humor ramplón de las producciones de los grandes estudios en Vaya par de polis, donde realmente se nos hizo difícil aguantar su encadenamiento de chistes malos hasta el final y se demostró que su camino no podía desarrollarse en asociación con un estudio de los grandes, porque necesita la independencia y la modestia como el comer para poder poner en pantalla algo interesante.

La prueba de ello: Red State. Una película rodada sin grandes estrellas y con un presupuesto aproximado de 4 millones de dólares. A menos dinero, más libertad para narrar de la forma que le parezca más adecuada para la historia al director, y no a una legión de ejecutivos de Hollywood. Martha, Marcy, May, Marlene, otra película estrenada este año y también encuadrada dentro del tema de las sectas, pero totalmente distinta a ésta, si bien ambas podrían ser proyectadas en un programa doble para adolescentes en las escuelas, demostró exactamente lo mismo moviéndose también en las claves de un cine llamémosle independiente, por calificarlo de algún modo, aunque ese término no acabe de convencerme del todo, visto el abuso que se ha venido haciendo de dicha etiqueta en los últimos años.

Un detalle a tener en cuenta: Kevin Smith escribió el guión de esta película en 2007 y lo presentó a la productora de los hermanos Weinstein junto con el de ¿Hacemos una porno? Eligieron producir la otra película considerando que Red State era incapaz de atraer al público.

He dicho que no tiene grandes estrellas, pero lo que sí tiene Red State son grandes actores. Un reparto capaz de meternos en esa historia de cabeza por la naturalidad que aportan al relato. Y entre todos ellos especialmente Michael Parks, encargado de interpretar al predicador fundamentalista convencido de que está haciendo la obra de Dios en la Tierra.

Frente a él, otro grande, John Goodman. Si Michael Parks, al que hemos venido viendo interpretando a una especie de versión actualizada de fantasma de Gary Cooper, en plan sheriff tipo duro, en el prólogo de Abierto hasta el amanecer o en Planet Terror, encuentra un papel perfecto para lucirse en otro registro distinto con el pastor Abin Cooper, que según Smith concibió pensando concretamente en el actor, Goodman consigue también reinventarse a sí mismo en el personaje del agente de la ATF que se hace cargo de un caso capaz de convertirse en una orgía de violencia.

Ellos son los dos puntales interpretativos sobre los que Smith construye su película, elaborando una fábula que consigue mantenernos atentos y esperando qué será lo próximo que va a ocurrir. Smith construye en base a una astuta mezcla de géneros y referentes que arranca con un cierto aire de cotidianeidad juvenil al estilo de Chronicle, pero rápidamente entra en una clave de película de terror muy realista e inquietante presidida por un discurso del pastor cuya duración se convierte en una especie de ceremonia hipnótica donde el espectador empieza a notarse dividido, sintiéndose al mismo tiempo como los jóvenes atrapados y los feligreses, igualmente atrapados, todos víctimas del discurso de ese predicador al que incluso los nazis le han negado el saludo por su extremismo y que escupe por la boca atrocidades tan temibles como “Ningún miedo nace fuera del respeto, la admiración, el sacrificio…”

Lo más peligroso de este monstruo real, perfectamente humano, sin abalorio sobrenatural o deriva fantástica que pueda justificarlo, radica en que, como ocurre con los relojes estropeados, que dan la hora bien al menos dos veces al día, consigue meter en su discurso algunas ideas que pueden tener cierta base de verdad, frente a una abundante colección de tópicos y aberraciones. Es el mismo método de seducción del diablo al que dice combatir, pero del que en realidad ya se ha convertido él mismo en una marioneta. Un ejemplo de esas verdades a medias, astutamente introducidas en el esencialmente monstruoso discurso del predicador lo encontramos en la frase “la red global es el patio de juegos del diablo”. Hombre, pues en parte sí, no nos engañemos. Por distintos motivos. Porque ahora todos estamos controlados. Porque en buena parte de los casos no sirve para informar, sino para desinformar. Porque nuevamente el avance tecnológico y científico mal utilizado no es evolución, sino involución, y precisamente porque facilita que cualquier mala bestia como el predicador monstruoso de esta película encuentre mayor eco para sus atrocidades. No es casualidad, sino puro recurso de coherencia, que los jóvenes sean atraídos a la trampa a través de la propia red de redes. Aunque de ahí a satanizar internet vaya un abismo. Hay una escena que explica a la perfección que lo satánico nunca está en los objetos o herramientas, sino en cómo las utilizamos: el plano en el que uno de los fanáticos saca un arma de fuego de las entrañas de una Biblia trucada. La imagen es algo burda, demasiado obvia, poco elegante, pero muy efectiva para dejar clara esa idea que comentamos: mal utilizada, una Biblia también puede convertirse, como Internet, en el patio de juegos del diablo. Ojo en esa misma línea al cuadro elegido por el predicador como estímulo visual para sus fanáticos feligreses: El jardín de las delicias, de El Bosco. Y digo que son referentes algo burdos para transmitir la idea, por obvios e incluso tópiocos, pero Smith los elige porque tiene muy claro que en este asunto es mejor no dejar que un ligero despiste pueda apartar al espectador de la idea general que quiere transmitir con su relato.

Por otro lado, Red State es una película que en un alarde de madurez y coherencia se niega a repartir papeles de héroes y villanos, aunque sí establezca con diáfana claridad la frontera que separa a los verdugos de las víctimas. Y al hacerlo, saca el máximo partido a una estructura argumental que tiene varios giros a lo largo de su desarrollo propiciando esa sorpresa que he señalado al principio de este texto.

Organizado como un relato de intriga en el que por un lado conocemos la situación límite a la que se enfrentan los jóvenes en la secta y por otro las gestiones de investigación que se van organizando en torno al predicador y sus secuaces, Red State tiene unos giros de argumento endiabladamente eficaces relacionados con la forma en la que se saldan los intentos de fuga, seguidos por momentos en los que Smith nos deja claro y nos mantiene en la idea de de que cualquier cosa puede suceder y no hay fórmula de finales felices para ninguno de los personajes, lo que añade mayor verosimilitud a la historia. La introducción del personaje de John Goodman en la historia está muy bien, la forma en la que con los cuerpos de los dos chavales tirados en el suelo o la resolución que le da al personaje de la joven de la secta o del compañero de Goodman, la manera en la que pasa del terror a una parte final de asedio y acción violenta… todo ello nos lleva a no esperar nada formulista o previsible.

Una muy recomendable película. Cuatro estrellas… y media.

Miguel Juan Payán

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