Simpática y divertida comedia romántica ambientada en el siglo XIX. Y no sólo eso, sino que además convierte en ficción la vida real del doctor Mortimer Granville, que ha pasado a los anales de la historia como el inventor de un aparato que revolucionó en muchos sentidos la sociedad tal y como la conocemos. Granville es el padre, ni más ni menos, del vibrador, y en torno al nacimiento de ese objeto, el final de una era y el nacimiento de otra, el espíritu feminista que cobraba cada vez más empuje a finales del siglo XIX y el amor, gira esta comedia romántica británica, que, si bien no cambia por completo los patrones preestablecidos del género, por lo menos trata de animarlos un poco trasladándonos a otra época y ofreciéndonos un buen ejemplo de humor británico.
La historia de Granville, totalmente transformada para la comedia (algo que se nos advierte desde el inicio), nos lleva a la vida de un joven doctor que quiere cambiar el mundo, con nuevas perspectivas, nuevas ideas sobre higiene y gérmenes. Eso le lleva a terminar trabajando para un médico experto en el tratamiento de la histeria femenina, que era como, hasta 1952, se llamaba a cualquier síntoma que, desde insomnio a irascibilidad, que normalmente estaba provocado por una pobre vida sexual y que los médicos trataban con masajes vaginales para producir un paroxismo (entonces se creía que la mujer no podía alcanzar el orgasmo) y relajar a la enferma. Granville termina ideando un método para ayudar con la histeria, al mismo tiempo que conoce y se relaciona con las hijas del doctor que le ha dado trabajo, una perfecta señorita de la sociedad, la otra rebelde, feminista y trabajando en un hogar para los desfavorecidos.
Y si algo brilla realmente en la película es su sentido del humor. Momentos como el de Lolly Molly, la explicación práctica sobre los paroxismos, el personaje de Rupert Everett y su teléfono, los patos en el parque… Hace reír con ese aire británico ácido e irreverente, que convierte los chistes sexuales en puro ingenio gracias a su sutileza y encanto. Ayudan mucho esos actores, desde el alelamiento de Hugh Dancy a la soberbia de Jonathan Pryce o la presencia magnética de Maggie Gyllenhaal. Todo ayuda con a sumar a esta pequeña película que supera la ausencia de medios con imaginación, con el resultado de que parece haber costado mucho más de su presupuesto.
Luego todo acaba diluido por los parámetros de la comedia romántica, que, personaje feminista o no alrededor, termina moviendo la historia por los mismos caminos de siempre, haciendo el desenlace algo… soso, y eso le acaba pesando a la película. Porque prometía más, porque ofrecía más, porque con un personaje como el de Gyllenhal había mucha más tela que cortar, en lugar de hacerlo tan unidimensional. La escena del juicio es posiblemente el momento más aburrido de la película, por desgracia. Como si los guionistas se hubiesen dormido en los laureles. Y la película prometía más. Queda el grato recuerdo de una comedia entretenida, irreverente, con aires feministas y mucho, mucho, sentido del humor.
Jesús Usero.
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