La cueva de los sueƱos olvidados, impresionante documental de Werner Herzog, autor de joyas como Aguirre o la cĆ³lera de dios o Nosferatu.
Hay que verlo, pero hay que verlo en pantalla grande. En el cine. Con todo el despligue visual que su director ha sabido darle a este viaje en esa cueva que Ć©l mismo califica como una especie de mĆ”quina del tiempo en la que pueden verse algunas de las primeras muestras conocidas de preocupaciĆ³n de nuestra especie por el arte. En estos tiempos de crisis que corren y estĆ”n arrasando con todo y con todos como un voraz incendio especialmente daƱino para la cultura y el arte en general, corresponde a los cuatro de nuestra desnortada especie que siguen interesados por ser algo mĆ”s que primates con ordenador continuar zambullĆ©ndose en la piscina de la curiosidad en lugar de entregarse al oprobio del gratuito goce infantil con las maquinitas, porque es la curiosidad precisamente lo que nos sacĆ³ de esas cuevas que nos muestra la pelĆcula de Herzog para conocer el mundo. Y lo cierto es que despuĆ©s de ver este documental casi dan ganas de agarrar una mochila y salir disparado por la puerta para intentar recuperar la realidad apartĆ”ndonos del mundo artificial y plastificado que nos hemos construido en los Ćŗltimos tiempos.
Tal y como sucediera en otras obras maestras de este director a recuperar con urgencia por las nuevas generaciones de aficionados al cine, tĆtulos como Aguirre o la cĆ³lera de Dios, con ese primer plano impresionante de bajada por la falda de la montaƱa, en su versiĆ³n del clĆ”sico expresionista alemĆ”n Nosferatu, con esa recreaciĆ³n inquietante del carnaval en tiempos de pete, Fitzcarraldo, retrato de los sueƱos del hombre enfrentados a la realidad, o Cobra Verde, donde buceĆ³ nuevamente en las claves de Aguirre profundizando ademĆ”s en su asociaciĆ³n creativa con uno de los talentos interpretativos mĆ”s afinados y al mismo tiempo mĆ”s imprevisibles y caĆ³ticos de la historia del cine, el volcĆ”nico e indomable Klaus Kinski, su compinche en todas las pelĆculas citadas, Herzog hace del paisaje el principal protagonista de su pelea por trasladar un trozo del pastel de la vida real a la pantalla. Navega asĆ con solvencia en un gĆ©nero, el documental, que siempre ha estado presente como invitado estelar en sus historias de ficciĆ³n, aportando al tejido de la fĆ”bula una inquietante capa de verosimilitud extrema y casi me atreverĆa a decir que visualmente extenuante, capaz de hacernos pensar que realmente hemos abierto una puerta a otro mundo, tan sĆ³lido y real como el nuestro, por mucho que estĆ© habitado por criaturas totĆ©micas que parecen escapar de una mitologĆa pagana destinada a conmover a los espectadores con su proteica exhibiciĆ³n de grandeza y miseria.
Todo ello estĆ” de algĆŗn modo en este viaje a las cuevas de Chauvet, en Francia, donde el arte rupestre convierte en protagonistas de la historia a esos primeros humanos empeƱados en hacer lo mismo que Herzog lleva empeƱado en conseguir durante toda su carrera como cineasta: cortar un pedazo de realidad para servirlo en la pantalla grande como un suculento plato visual adornado con las claves esenciales de la mitificaciĆ³n y la fabulaciĆ³n.
Miguel Juan PayƔn
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