Crítica de la película Ron Da Error
Divertido y colorista espectáculo, donde los robots se convierten en efectivos community managers de niños demasiado preocupados por las redes sociales.
¿Quién no recuerda los tamagotchi de finales de los noventa? Estos dispositivos, transformados en mascotas de plástico y batería recargable, tuvieron a los niños de esa época pendientes de si el aparato tenía que comer, dormir, o realizar actividades de evacuación cibernética. Al final, si el dueño no cumplía con los deseos de la caprichosa maquinita, el juguete sucumbía por una muerte trágica. Según los responsables del invento, la idea estribaba en concienciar a los más pequeños de la importancia de ser responsables con el cuidado de los animales domésticos. Algo parecido ocurre en esta película de animación, filmada por Sarah Smith, Jean-Philippe Vine y Octavio E. Rodriguez; aunque el asunto del que se ocupan los b-bots que hacen las veces de costosos tamagotchi es mucho menos humano que el de los citados artilugios del filo del milenio; ya que su misión se dirige a desplegar la existencia virtual de los críos que los compran.
La trama de Ron da error arranca en un mundo algo neurótico y artificial, dominado por las pantallas y la tecnología. En ese universo, una empresa saca a la venta los Bubble Bots: unas máquinas de brillantes colores, concebidas para acompañar a los niños en sus redes sociales, y potenciar así la popularidad de los menores, con publicaciones destinadas al éxito. Desde su puesta en venta, los kids se vuelven locos con el invento, y todos se hacen con su b-bot. Todos, menos Barney. El chico vive con su padre y su abuela en un cosmos demasiado analógico, por esto es el hazmerreír de sus compañeros de secundaria. Aislado de los demás, el protagonista desea que su progenitor le regale un b-bot, pero el hombre carece del dinero necesario. El día del cumpleaños de Barney, su papá y su abuela deciden adquirir un Bubble Robot; pero, al no poder acceder al precio oficial, compran uno en un callejón. Cuando el protagonista descubre la sorpresa, no entra en sí de gozo. No obstante, en el momento de iniciar la unidad, el joven se da cuenta de que su amigo de metal no es como los otros; ya que es incapaz de activar su memoria, encontrar el código de descarga, o comportarse como las píldoras habladoras que publicitan los anuncios.
Con este argumento, Sarah Smith, Jean-Philippe Vine y Octavio E. Rodriguez componen una película entretenida y con situaciones humorísticas de fácil compresión, que generan un efecto divertido y sin dobleces. Los responsables de la cinta imaginan una sucesión de escenarios cargados de brillantez, unidos a una galería de personajes que funciona a medio gas en sus múltiples cometidos. Sin embargo, y pese a que la amistad entre Barney y Ron recuerda a la mantenida por Elliott y E.T., la trama fracasa en sus aspectos más sensibles y reflexivos.
Ron da error no consigue ir más allá de las risas puntuales, sin reflejar adecuadamente el mensaje relativo a la importancia de la interacción humana, en un mundo demasiado dominado por el cosmos virtual. A esto contribuye la poco interesante exposición de la relación de Barney con el resto de sus compañeros de clase y con sus familiares; ya que únicamente resultan coherentes las ocurrencias de Ron, y nunca planteamientos más ambiciosos a nivel sociológico.
Jesús Martín
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