Crítica de la película Salvaje
Pesadilla urbanita sobre la irresponsabiliad, el caos y la bestia que llevamos dentro.
Nunca le toques las narices a un extraño porque no sabes por dónde te puede salir, y además la capa de civilización de nuestra especie es más fina de lo que parece y adelgaza por momentos. No te creas la propaganda de buenismo y los anuncios de refresco con cola: la bestia que todos llevamos dentro sigue ahí, acechando, a punto de saltar.
Ese es el sabio consejo que parece proponer esta película cuyo título original, Desquiciado, me parece más acertado que el que le han puesto en España: Salvaje. No son sinónimos. Conviene empezar a sacarle partido al rico idioma del que disponemos, el castellano, que además se habla en buena parte de este planeta.
Desquiciado define mejor en qué estado encontramos al personaje interpretado por Russell Crowe en este largometraje. A algunos lectores puede recordarles otro individuo muy similar, argumentalmente hablando: Un día de furia (Joel Schumacher, 1993). Aunque son muchas las cosas que diferencian ambas películas.
En primer lugar el protagonismo. Aquí se juega una baza de definir claro desde el primer momento algo que la película de Schumacher manejaba con más dosis de intriga, aunque finalmente con creciente torpeza. Crowe es un antagonista en clave desquiciada, con una protagonista que es perseguida por éste. No hay sorpresa ni suspense sobre los roles de cada personaje en Salvaje.
En Un día de furia el personaje interpretado por Michael Douglas era el protagonista, eso sí, en evolución, progresando desde un comienzo en el que se ganaba cierta empatía del público hasta una relevación paulatina de sus verdaderas motivaciones, que acababan por aflojar la propuesta por falta de arrestos, poniendo la película finalmente en un territorio mas plano y menos interesante de lo que habría podido ser por su maniqueísmo fácil.
En Un día de furia de repente el protagonista dejaba de ganarse nuestra simpatía… o eso pretendía el director, que nos dejaba escapar sin complejos de culpa de su inicial influencia, en la que podíamos incluso reconocernos. Apostaba por el giro sorpresa más que por hacer que el público quedará realmente sorprendido por haber hecho casi causa común con el personaje que interpretaba Michael Douglas. Y soltaba un discursito final bastante falso.
Así que aunque Un día de furia era mejor película que Salvaje (Desquiciado) durante casi todo su metraje, también era mucho más tramposa con el espectador. Y al final, retrocedía, se bajaba los pantalones, se entregaba a lo previsible, al telefilme tontorrón y melodramático.
Frente a eso, Salvaje (Desquiciado), no nos engaña. Y en el planteamiento argumental es incluso más sincera y equilibrada, porque no juega a marear la perdiz sino que va claramente a lo que va: darnos un rato de intriga de acción trepidante, con cierto mensajito, es cierto, porque lamentablemente es bastante maniquea, pero sin intentar ser “algo más grande que la vida”. Es una variante de pesadilla urbanita con personaje psicópata haciendo destrozo. Y ya. Pero es muy entretenida. Y no engaña.
Otros referentes a tener en cuenta son El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg, 1971), y sobre todo Autopista al infierno (Robert Harmon, 1986).
Deja claro el personaje de Crowe es una bestia parda desquiciada, absolutamente indefendible, pero muy probable en la galería de fauna urbanita que está proliferando últimamente en Estados Unidos y en el resto del planeta; un peligro muy cercano; una amenaza mucho más cotidiana de lo que creemos. Pero la fémina que se convierte en su víctima tiene también lo suyo y lo de su prima la rara. Es una irresponsable y arrogante generadora de caos, de las que cuando la despiden por llegar tarde al trabajo le echa la culpa al tráfico en lugar de reconocer que se ha dormido; la especie de inconsciente que lleva un volante como el que lleva un carrito del súper; desordenada, propensa a la queja y una pentacampeona en escurrir el bulto. Incapaz de reconocer sus errores y subida al caballo de su tragedia existencial, parte importante de la cual es fruto de su reincidente desorganización. Una calamidad de persona.
Para decirlo de forma campechana: esta es una película sobre lo que pasa cuando se junta el hambre con las ganas de comer. Porque, y eso es algo positivo, la película no oculta que la protagonista es parte del problema. En eso resulta deliciosamente perversa, mostrándonos la manera en la que otros se convierten en daños colaterales, momento autopista y tal.
Además Russell Crowe interpreta al animal destructor de regreso a la caverna primitiva y feroz con una alegría y una vocación de disfrutar del estereotipo como actor de talento que no solo le honra, sino que además nos resulta muy divertida, eficaz y contundente. Sin paños calientes: es puro espectáculo en modo golem, voy a arrancarte la cabeza, y tal.
La película tiene al menos la decencia de pintarnos una protagonista que es un dibujo de mucha fauna urbanita que anda por la vida sin enterarse de nada y con unas características que define perfectamente la carta que se ve obligado a escribirle su hermano. Una egoísta de tomo y lomo frente a la peor pesadilla de un urbanita, que no es otra que un urbanita todavía más desquiciado y en caída libre hacia su transformación en monstruo.
Lo malo de todo esto es que me temo que conozco a más gente de estos dos tipos, unos a punto de estallar y otros siempre dispuestos a detonar la bomba, de la que me parece recomendable.
Pero creo que lo que la película quiere es que nos preguntemos si no somos nosotros mismos parte del problema, nos pensemos dos veces si somos unos cretinos arrogantes y recordemos que el animal que llevamos dentro siempre está ahí, acechando, esperando para saltar si lo dejamos suelto.
Así que trata con respeto a tu prójimo aunque no lo conozcas de nada y ni siquiera te caiga bien a primera vista.
Espero y confío que la mayoría de los espectadores se queden con ese mensaje y no caigan en la trampa de imitar a Crowe. Pero por si así fuera, no se pongan chulos con extraños al salir del cine.
Miguel Juan Payán
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