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miércoles, abril 24, 2024
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Sherlock Holmes, juego de sombras ****

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Mejor que la primera, más divertida, con más aventuras, más humor y más secuencias de acción. Un buen regalo de reyes para los aficionados al cine de evasión.

Guy Ritchie se reencuentra con su particular versión de Sherlock Holmes dispuesto a abrir nuevos caminos para el personaje manteniendo una curiosa fidelidad a los indaptables relatos y novelas originales de Arthur Conan Doyle que muchos de los seguidores del personaje en clave literaria o de los incondicionales de las versiones cinematográficas norteamericanas protagonizadas por Basil Rathbone quizá seguirán sin comprender. El repudio por parte de los aficionados más puristas frente a esta versión de Holmes perpetrada con saludable instinto transgresor e incluso gamberro por Ritchie y Robert Downey Jr. quizá no sea menor en esta ocasión de lo que lo fue en la primera película, pero si liberamos nuestra mente de los prejuicios y aceptamos las verdaderas claves de lo que debe ser una adaptación al cine de nuestros días de un icono de la novela policíaca como es Holmes, ambientado además en la era Victoriana, justo es reconocer que esta era la mejor versión posible para actualizar el personaje, o sin duda la más divertida…

Para esta segunda peripecia, Ritchie toma como referencia el asunto de las cataratas de Reichenbach, cuya aparición en pantalla hacia el final de la película es visualmente impresionante, y hace del personaje de Moriarty, archienemigo de Holmes, el antagonista perfecto de un protagonista renovado en su vigor con una libertad de movimientos geográfica mayor de la que tuviera en la primera entrega, y totalmente desinhibido en lo que se refiere a las bromas sobre su inclinación sexual y las relaciones con el doctor Watson. La película tiene todo tipo de guiños cinéfilos incluidos que van desde Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder, director que también se atrevió a dar una imagen alternativa del personaje de Conan Doyle en La vida privada de Sherlock Holmes, hasta Dos mulas y una mujer, esa especie de reinvención del espagueti western en Estados Unidos que llevó a cabo Don Siegel con Clint Eastwood y Shirley MacLaine como protagonistas, y que está aquí presente en una clave musical con la misma banda sonora acompañando el viaje a caballo en el que Holmes, no es casualidad, monta una mula, como ya hiciera en aquella otra película MacLaine ataviada con los hábitos de una monja. La introducción de estos guiños es especialmente astuta e interesante porque no es en absoluto caprichosa. Tanto en Con faldas y a lo loco como en Dos mulas y una mujer encontramos la idea predominante de esta nueva peripecia de Sherlock Holmes que no en vano se titula Juego de sombras: nada es lo que parece.

Esa coherencia al incorporar los guiños que acompañan las aventuras de esta segunda entrega son la mejor referencia para entender la solidez con la que Ritchie ha construido esta segunda entrega. Siendo, como todas sus películas, una reescritura del tema en clave de gamberrada singular, entretenida, divertida, es sobre todo, lo más importante, imprevisible. Al contrario de lo que suele ocurrir en la mayor parte del cine de aventuras y de intriga de nuestros días, no es fácil que el espectador presuma o anticipe lo que va a ocurrir a continuación, algo en lo que es especialmente significativa la trepidante escena de acción en el tren, que me recordó el tono de gran aventura y tensión participativa del espectador conseguido por Spielberg con En busca del Arca perdida e Indiana Jones y el templo maldito.  Tal y como ocurriera en aquellas dos películas, trabamos familiaridad rápidamente con el héroe y sus acólitos, lo que facilita que entremos totalmente en lo que es básicamente una historia de viaje, una road movie con ritmo de serial repleto de peligros y situaciones arriesgadas. Pero esa estructura quedaría algo endeble y falta de base si se quedara sólo en eso. La estrategia de Ritchie para darle mayor solidez y solvencia dramática es otorgarle al personaje del villano un protagonismo que le convierte en contrapeso perfecto del detective protagonista. Es un Moriarty que Jared Harris encarna a la perfección. Véase como ejemplo el primer encuentro con Holmes en su despacho de profesor universitario, hablando de cuerpos celestes condenados a chocar, o el encuentro con Irene Adler, encarnada nuevamente por una Rachel McAdams que el director consigue mantener presente en todo el metraje como contrapeso al festivo despliegue de secuencias de acción y destrozo generalizado. Junto a todo eso, el guión se las ingenia para incorporar además una subtrama ligera, breve, pero significativa, con la boda de Watson y la actitud del buen doctor/escudero del héroe, interpretado por Jude Law, ante los cambios impuestos por su nueva situación social, reforzando de paso el curioso despliegue de personajes femeninos en el relato, que curiosamente incorpora a tres tipos de mujer completamente distintos pero complementarios. Se podría decir que en esa fábula que juega con un incremento de las referencias a la supuesta relación homosexual entre Holmes y Watson presente ya en algunos chistes de la primera entrega, el director ha decidido  construir una especie de criatura de Frankenstein femenina cuyas distintas partes constituyen la mujer perfecta, aunque se encuentren divididas en tres personajes distintos. Irene Adler es la mujer inalcanzable, la compañera ideal que aparece y desaparece, escapándose como la arena entre los dedos de Holmes, tan enemiga como amante. En el extremo opuesto encontramos a la Mary Watson de Kelly Reilly, la esposa perfecta, comprensiva y compañera “social” a la que el director ha revestido con un atractivo físico superior al que lucía en la primera entrega, dato a tener en cuenta. Situándose entre ambas está la parte más floja de esta segunda película, un personaje, Madam Simza, interpretado por Noomi Rapace, que ejerce como compañera de aventuras trepidantes, cuya  presencia en el relato queda un tanto desdibujada, no tanto por el trabajo de la actriz, que pronto tendrá la oportunidad de demostrar si su salto a Hollywood es sólido o no en Prometheus, de Ridley Scott, como porque el guión no le da a la actriz la menor posibilidad de ser algo más que un títere para las secuencias de acción, variante un tanto desdibujada de la aportación más brillante de McAdams como Irene Adler en la primera entrega. Cierto es que se plantea un conflicto con la participación del hermano de ese personaje en la conspiración, pero luego el planteamiento dramático aplicado a ese tema queda devorado por el duelo entre Holmes y Moriarty sin alcanzar una resolución que permita el lucimiento de la actriz o de su personaje.

Finalmente dos detalles más: el primero es la coherencia que impone Ritchie a sus secuencias de acción, ese juego con la anticipación de lo que va a ocurrir en cámara lenta que se basa en la aplicación del razonamiento deductivo de Holmes a las secuencias de combate. Ello le permite distanciarse de las escenas de pelea acelerada, con cortes que no nos dejan ver nada, tan habituales en el cine de acción de nuestros días. Holmes pelea primero en cámara lenta anticipando sus movimientos y los del contrario. Y ello lo aplica perfectamente Ritchie al enfrentamiento intelectual y físico con Moriarty, que se convierte en una partida de ajedrez mortal y definitiva, perfectamente aplicable a esa curiosa forma de narrar la acción que es sin duda una de las características más significativa y carismática de esta saga cinematográfica sobre Sherlock Holmes.

Vayan a verla y disfruten sin prejuicios de la que es sin duda una de las mejores películas de aventuras y acción de este año que acabamos de estrenar. El perfecto regalo cinematográfico para disfrutar en la noche y el día de Reyes.

Miguel Juan Payán

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