Menos original de lo que pretende, pero tremendamente funcional y resolutiva, la propuesta de mezcla de géneros que nos hace Sin límites merece el paso por la taquilla para pasar un rato divertido a medio camino entre la ciencia ficción y el relato de intriga, con unos toques de humor casi gamberro que ponen la sonrisa (ojo, no la carcajada) en el rostro del espectador. Gran parte del mérito es de su productor y protagonista, Bradley Cooper, que ha sabido agenciarse en esta ocasión un papel a su medida, para lucirse como antihéroe acompañado de una puesta en escena muy llamativa sobre todo en su principio, donde incluso resulta mareante, pero que impone un buen ritmo de desarrollo a toda la película ayudando a sortear con mayor solvencia los inevitables tópicos entre los que navega la trama como si fueran escollos.
El protagonista es un pringado de tomo y lomo que dice que es lo que no es y en ese sentido es un buen reflejo de la sociedad en la que vivimos, como el resto del relato, muy significativo como espejo de lo que nos rodea. Para empezar todo parte de la idea de que no usamos todo el potencial del cerebro que tenemos, sólo el 20 por ciento. Bien, ustedes ya saben, y sin duda podrán ilustrar con ejemplos dotados de nombre, apellido y hasta afiliación a la seguridad social, que no todo el mundo que conocemos usa el 20 por ciento de su cerebro. Algunos usan bastante menos. O eso parece. Por eso es tan divertida toda esta fábula sobre esta especie de Viagra mental que pone a tono lo que aparentemente el esfuerzo y la preparación no pueden conseguir. En ese sentido es en el que Sin límites me recuerda películas propias de los ochenta, de la época de las fantasías de los yuppies, el éxito a toda costa, pero por el camino más fácil, sin pagar el peaje del esfuerzo o la dedicación, y mucho menos del talento, naturalmente. En ese sentido esta película tiene tanto de Wall Street, de Oliver Stone (paradójicamente se la ofrecieron inicialmente a Shia LaBoeuf, que luego protagonizó la secuela de esa otra película junto a Michael Douglas y siendo mejor actor de lo que cabe suponer, no habría encajado tan bien como Cooper en este personaje), como de la comedia de Michael J. Fox El secreto de mi éxito, todo ello mezclado con algunas pinceladas visuales que inevitablemente nos traen ecos de Trainspotting (que curiosamente se tituló en Méjico precisamente Sin límites), American Psycho y El club de la lucha… Es con ésta última con la que le encontré más similitudes a su forma de contarnos la historia, aunque también recurra a la hora de contarnos cómo opera la pildorilla a la inevitable cita visual tomada al vuelo de la serie CSI.
Sin límites se alimenta en su puesta en escena de una mezcla de referencias múltiples y maneja todo tipo de herramientas que a veces la hacen excesivamente “moderna”, pero su director, Neil Burger, que ya dio muestras de saber lidiar con películas de intriga tipo puzzle en El ilusionista, controla con astucia el timón de la historia, y le da su ración de sexo al público adolescente en primer lugar (curioso: lo primero que consigue Eddie Morra, el prota, es un polvo sin compromiso, lo que encaja a la perfección con la idea de éxito como sinónimo de sexo y dinero que se manejaba en al década de los ochenta). Pagado ese peaje para el público más joven, Burger puede ya dedicarse a desarrollar su historia de intriga, en la que encontramos el argumento siempre infalible del tipo vulnerable metido en una historia que claramente le supera, todo ello construido sobre un flashback y con algunos personajes secundarios que más parecen salidos de las fábulas criminales de Guy Ritchie que de las peripecias más clásicas de falso culpable y hombre perseguido tipo Hitchcock o Marathon Man. Finalmente se impone no obstante el tono de intriga de éstas últimas durante la mayor parte del metraje, incorporando un juego de pistas que nos introduce el personaje de Robert De Niro, para mi gusto no del todo bien aprovechado, aunque tenía muchas posibilidades como versión menos festiva y más siniestra del Gordon Gekko interpretado por Michael Douglas en Wall Street. Para serles sinceros, Gekko nunca m e dio tan mal rollo como los encuentros de un afortunadamente sobrio y contenido De Niro que parece perfectamente capaz de hundirle la vida hasta los cimientos a cualquiera que le toque la cartera sin molestarse siquiera en alzar una ceja. Ojalá tengamos la oportunidad de ver al actor en más papeles de este tipo, en lugar de en las autoparodias de sí mismo que suelen ser casi dolorosamente frecuentes en su filmografía en los últimos años. Es el antagonista perfecto para el protagonista, porque en él se reflejan las principales amenazas para las dos obsesiones del personaje interpretado por Cooper, que resumen muy bien dos obsesiones de nuestro tiempo: 1.- conseguir el éxito a toda costa; 2.- que nadie se percate de que en realidad no es lo que parece o lo que dice ser, una pesadilla recurrente de inseguridad que supongo afecta más a ciertos famosos pero que en el fondo puede atacarnos a todos en un momento u otro en esta etapa de crisis donde todo parece estar en cuestión.
Y luego está Abbie Cornish, que es como una especie de mezcla entre Nicole Kidman (más simpática) y una actualización de Sharon Stone, y cuyo personaje entra en acción protagonizando una secuencia de persecución contribuyendo a desatascar la trama.
Ese es otro logro de la película, ser capaz de advertir en qué momentos corre el riesgo de empezar a estancarse y salir de los mismos son juego de cintura incorporando algún otro elemento o dándole un giro a los que ya maneja para que el espectador no se aburra y siga la historia con interés según los giros que se van operando en la misma.
En eso consiste la capacidad del cine para entretenernos, que es una de las obligaciones primarias de toda producción cinematográfica.
Sin límites cumple a la perfección con ese objetivo.
Miguel Juan Payán