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jueves, marzo 28, 2024
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Sin rastro (Gone) ***

Sin rastro (Gone) ***

Sin rastro nos propone un viaje al suspense en el que la víctima se convierte en cazador. Entretenida.

Las claves del suspense están tan transitadas por el cine y la televisión que cada vez resulta más difícil encontrar propuestas audiovisuales en este género que consigan aportar algo a lo visto hasta el momento o al menos logren mantener el interés del espectador más allá de la reiteración en la fórmula más tópicas y convencionales. Sin rastro consigue mantener el interés del espectador edificando su narración sobre dos claves: convertir a la víctima en cazador, un papel en el que Amanda Seyfried está bastante convincente y consigue atraparnos en la trama, y mantener la duda sobre la realidad o ficción de las sospechas de la protagonista respecto al retorno del psicópata que la secuestró y la misteriosa desaparición de su hermana. En ambos casos todo gira en torno a una narración en primera persona donde conocemos la historia eminentemente a través del punto de vista de la protagonista, una fórmula a la que Alfred Hitchock le habría sacado petróleo y que en manos del director de Sin rastro se revela como el elemento sobre el que descansa la personalidad de la película.

En este tipo de esquemas, como espectador entras o no entras. Y siempre que eliges entrar es porque el actor te ha ganado para su causa, porque realmente resulta muy difícil descubrir alguna veta sin explotar en este tipo de tramas de intriga. Conocedor de ello, el director saca el máximo partido a Seyfried, haciendo que la propia personalidad de la actriz y su rostro de inocencia rota e inquieta dominen toda la peripecia, hasta el punto de que su mirada acaba filtrándose a la manera en la que se organizan los planos, las secuencias y las escenas de la película. Atendiendo a ello, es posible que el argumento y el guión no sean especialmente originales, pero el factor diferenciador que consigue sostener nuestra atención y convierte Sin rastro en una película bastante entretenida es el trabajo de su protagonista. Buena prueba de ello es que en algunos momentos en que la narración se aparta de su punto de vista para introducir información suplementaria destinada a despistar al espectador e introducir dudas sobre la cordura y las sospechas de la joven el interés acaba bajando bastante respecto a la propia peripecia que ella está viviendo. Ello se debe en que esos momentos son además los más tópicos de la trama, las conversaciones entre los policías y demás nos apartan de lo central, que es la manera en la que la joven perseguida se convierte en perseguidora.

Sin rastro es por tanto lo que podríamos denominar una película de carrera y persecución en la cual se desarrollan dos viajes siguiendo las pistas: el de la protagonista siguiendo el rastro del asesino y el de la policía persiguiendo a la protagonista. Vale que no hay nada realmente nuevo en ese relato, pero no es menos cierto que esta fórmula es infalible, como ya demostró en su momento Alfred Hitchcock en clásicos como El hombre que sabía demasiado o Con la muerte en los talones, o como probaron series clásicas de televisión como El fugitivo o El inmortal. De hecho la fórmula argumental elegida para contarnos la historia de Sin rastro tiene muchos puntos de contacto, sino todos, con el planteamiento argumental de El fugitivo. Como el protagonista de aquella, la joven que emprende la caza y captura de su secuestrador maníaco para encontrar a su hermana mientras ella misma es objeto de una operación de caza y captura montada por la policía, busca en primer lugar al culpable pero al hacerlo en realidad está buscando un camino de redención y una retribución, esto es: una forma de venganza.

Siguiendo esta pauta, los artífices de Sin rastro se inclinan por la eficacia y la sencillez antes que por la experimentación o la aparatosidad. Se limitan a ilustrar de manera sencilla esa doble carrera y persecución, sin grandes alardes de pirotecnia visual en las persecuciones, lo que podría sacarnos de la narración en una película en la que la verosimilitud está ya comprometida por la propia utilización de lugares comunes en el género por el que transita. No hay por ello grandes sorpresas, pero sí un buen entretenimiento e incluso algunos momentos de intriga muy conseguidos, a lo que hay que añadir un final que llega hasta las últimas consecuencias y donde no se desautoriza al personaje central buscando acomodos bienpensantes para la trama. Otro detalle a su favor es que no cae en la trampa de montar una historieta romántica para la protagonista, algo que habría sido fatal para el relato, restándole toda la credibilidad como juego de intriga.

La debilidad del proyecto no viene desde el lado de la interpretación, porque viene a ser una especie de monólogo o un concierto para un solo instrumento que funciona con solvencia, Amanda Seyfried. Su vulnerabilidad procede sobre todo de un guión que a veces se deja arrastrar por la obsesión de sembrar el relato de pistas falsas y sospechosos posibles de una manera un tanto peregrina, algo que no aporta nada al tema central. Les pongo un ejemplo para que me entiendan mejor: el personaje de policía novato interpretado por Wes Bentley está totalmente desdibujado, parece que va a jugar un papel en la trama pero se queda en un camino cortado, sin salida, presa de su papel como señuelo que incluso da lugar a una de las frases más absurdas de la película, cuando alguien pregunta dónde está ese personaje y otro contesta que ha ido a llevarle caldo a su abuela. Sí, tal como se lo cuento.

A pesar de ello, Seyfried consigue echarse sobre los hombros este ejercicio de intriga y lo hace funcionar sin sorpresas pero con solvencia, elevándolo hasta un entretenimiento bastante potable.

Miguel Juan Payán

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