Crítica de la película Spencer
Pablo Larraín (Jackie) se acerca a la figura de Lady Di desde un posicionamiento psicológico, en este imaginativo biopic sobre la madre de William y Henry.
Según la opinión general, Diana Frances Spencer era una mujer que derrochaba tristeza y miedo, cuando aparecía en las portadas de revistas al lado de su esposo Carlos de Inglaterra. Esta mujer, de porte aristocrático y frágil estabilidad emocional, se ganó a los británicos en base a su mirada huidiza y a sus constantes retos al estricto protocolo de la corte comandada por Isabel II. Con semejante material humano, el cineasta chileno Pablo Larraín se interesa más en imaginar el infierno interior padecido por esta princesa de flequillo rubio, que en mantener el guion por los cauces habituales de las historias aireadas por la prensa, o por los datos esgrimidos en otras biografías fílmicas más sujetas a los discursos oficialistas.
La acción de Spencer se sitúa en la Navidad de 1991, fecha coincidente con las últimas vacaciones invernales que Lady Di pasó en calidad de Princesa de Gales. El gélido espacio de Sandringham House, palacio ubicado en la localidad inglesa de Norfolk, es el inmenso escenario en el que transcurre el argumento. A él acude con desgana y ansiedad Diana, no sin antes perderse en una carretera comarcal de la campiña, por lo que detiene su coche para preguntar por el camino en una gasolinera. A partir de esta anécdota, la película enfoca el objetivo de la cámara hacia una Kristen Stewart que se transforma de manera sorprendente en la madre de William y Henry. La intérprete de Crepúsculo demuestra que ha conseguido dejar atrás su icónica imagen de heroína juvenil, para acceder a la categoría de actriz con recursos suficientes como para realizar trabajos dramáticos de altura.
Una vez instalada en las dependencias de Sandringham House, la Lady Di de Spencer se dedica a reproducir sus temores cervales hacia la hipocresía desplegada entre los silentes miembros de la familia real; los cuales no permiten errores de comportamiento en los invitados, ni libertades fuera de las reglas impuestas durante generaciones en las ceremonias navideñas de carácter regio. Dentro de este laberinto de rigideces impuestas, la protagonista siente que su mundo se derrumba, y que se dirige vertiginosamente hacia su autodestrucción. Un hecho que Pablo Larraín enfatiza con las singulares conversaciones que Lady Di mantiene con el fantasma de Ana Bolena, como si la esposa decapitada de Enrique VIII fuera un referente de la propia situación de Diana.
Precisamente, el inspirado acercamiento a la figura de la que fuera Princesa de Gales es la pieza que mejor está diseñada en el guion elaborado por el fogueado Steven Knight. Un trabajo que potencia la caracterización de Kristen Stewart, hasta llegar a límites de intimidad enfermiza, y que aporta una increíble verosimilitud al retrato del célebre personaje.
El perfeccionismo psicológico que el film desarrolla con respecto a Lady Di se queda en el rol principal del argumento; ya que el resto de los tipos que deambulan por Sandringham House parecen meras marionetas de relleno en un teatrillo de costosos resortes, carentes del adecuado peso específico en la trama. Este hecho desequilibra el resultado final de la cinta, y la contundencia del mensaje.
La citada incapacidad para dotar de entidad a Carlos de Inglaterra o a Isabel II provoca que muchas de las situaciones planteadas queden un tanto inconexas, sin conseguir elevar su significancia a través de los depresivos momentos escenificados por Kristen Stewart, ni por medio de las desconcertantes y deslucidas apariciones del fantasma de Ana Bolena.
Jesús Martín
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