Bill Murray lidera con maestría esta agradable comedia dramática. Y es una delicia ver al actor en acción, hasta el punto de que tenemos la sensación de que no le vemos lo suficiente, y puede que sea así. Porque muchos de sus trabajos no nos llegan o no llegan al gran público, que se pierde el talento del actor para lo sutil, lo comedido, pero al mismo tiempo ser capaz de pasar de una emoción a otra en un instante, haciendo a su personaje una persona de carne y hueso, convenciendo a la audiencia. Sobre todo cuando tiene un guión detrás que le apoye. Siempre diré que una de las mejores interpretaciones masculinas que recuerdo de la pasada década es la suya en esa joya que es Lost in Translation.
Una mujer divorciada se muda con su hijo junto a la casa donde vive Vincent, el personaje de Murray, un tipo misántropo, borracho, jugador y gruñón, que no soporta el contacto con la mayoría de seres humanos pero que, por azares del destino, deberá hacerse cargo del niño como si fuese una niñera, mientras su madre trabaja, lo que creará un lazo entre ambos difícil de entender y de romper, y que permitirá que descubramos los secretos que esconde un personaje como Vincent, que nos enseñan quizá por qué es como es. Una historia amable y divertida, con momentos dramáticos pero que busca ante todo hacer reír al espectador con el personaje de Murray y con sus peculiaridades, hasta llegar al emotivo final.
Es una película humanista y “buenrrollista”, bienintencionada y bien escrita, pero si no fuese por el trabajo de Murray y el resto del reparto, sin duda no la tendríamos en tan buena estima. Se pasaría de sentimental, de buscar la lágrima fácil (que emociona, sin duda, pero lo busca con demasiadas ganas). Pero entonces aparece el reparto en escena y la película se eleva como la espuma, haciéndose algo especial, único y diferente. No sólo por Murray, también por Melissa McCarthy, alejada de esos estridentes papeles que la han convertido en tan popular, mucho más interesante aquí. O Naomi Watts, como esa “dama de la noche” con la que Murray tiene una peculiar relación. O, sin duda, el niño, Jaeden Lieberher, que escapa muy bien del típico niño repelente demasiado habitual en este tipo de películas.
Tiene un aire a Frank Capra en su espíritu, que hará que muchos entiendan de qué tipo de película estamos hablando. Sí, es una comedia, y tiene momentos bastante gamberros o peculiares, consigue arrancarnos muchas carcajadas y se convierte en una delicia para el espectador, con ese aire de película pequeña y sin pretensiones. Pero también tiene su fondo y su poso dramático (el giro que da hacia el tercer actor es cuando más carga las tintas en ese aspecto) y acaba sorprendiendo por lo bien que resuelve la historia, su acertado humor y la sensación optimista que nos deja al final. Pero, claro, sin Bill Murray no sería lo mismo, la verdad.
Jesús Usero
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