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lunes, noviembre 4, 2024
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Suite Francesa **

Suite Francesa **Suite francesa. Inofensivo melodrama romántico de amores imposibles en tiempo de guerra.

Si por algo interesa ver esta película es por sus aportes secundarios, que hacen lo posible para sobrevivir semiocultos tras la trama romántica principal. Lo mejor es el trabajo y el personaje de Kristin Scott Thomas, una actriz capaz de hacer que su talento brille incluso cuando lo tiene todo en contra, aunque tiene la mejor frase de toda la película: “No pienso vivir bajo la hora alemana”. Cada vez que aparece le aporta una inyección de interés a lo que ocurre en la pantalla. Por ello es la presentación y primera parte de la película, en el arranque de la historia, lo que más engancha. Pero al mismo tiempo es el testimonio de una oportunidad perdida: la de desarrollar la trama por el camino de la relación de esos dos personajes tan distintos, opuestos e incluso enfrentados, que son la suegra y la nuera, obligadas a vivir malos tiempos  con la corriente de la Historia en contra, condenadas a entenderse a pesar de la distancia que las separa. ¡Ahí estaba la película! Lamentablemente, la película elige otro camino, y el personaje de Kristin Scott Thomas  se pierde en este melodrama romántico simplón, platónico hasta provocar el estupor, inofensivo, y que en nada responde a esa especie de declaración de principios que hace el personaje de Madeleine Labarie (Ruth Wilson), cuando afirma al principio del relato: “Si quieres conocer a la gente, empieza una guerra”. La suegra, como Madeleine, como el marido de ésta, Benoit (Sam Riley), como Celine (Margot Robbie, de moreno, igualmente guapa, por cierto), que pasa casi desapercibido, o los vizcondes (Lambert Wilson y Harriet Walter), el teniente alemán Bonnet (Tom Schilling), son lo que más interesa de la propuesta. Insisto: en ellos está la película. Pero el director, Saul Dibb, renuncia a aprovechar todos esos elementos cuyo ejercicio de protagonismo coral salva la película de caer en lo anodino y lo repetitivo, lo ya visto muchas veces anteriormente, esa empalagosa historia de amor platónico de la protagonista con su galán alemán de turno.




Especialmente recomendada para las aficionadas a ver novelones televisivos de los que ponen en la sobremesa en distintas cadenas con el “amor” como emblema argumental, esta película podría haber sido algo mucho más interesante, pero le falta ambición. Prefiere acogerse a lo más obvio, cultivar el tópico, transitar por lugares comunes, renunciando a arriesgarse a pisar otros terrenos mucho más interesantes. Todo lo referido a la historia de amor de sus protagonistas no aporta nada nuevo al asunto. Es un encadenado de imágenes suaves que pretenden guiarnos por un camino que ya recorrió el cine más melifluo de Hollywood en su etapa más inofensiva y comercial. Incluso se queda algo antiguo respecto a lo que estamos a ver actualmente. Su ejercicio de amor platónico, contenido, que juega a ser Jane Austen cuando en realidad está más cerca de la producción en cadena de novelas románticas de quiosco no interesa. Tampoco es que llegue a desarrollarse lo suficiente como para tener la más mínima posibilidad de engancharnos o emocionarnos en modo alguno.  Quienes hayan visto Hiroshima mon amour entenderán mejor a qué me refiero y qué podría haber dado de sí esta historia de amor imposible y desesperado. Pero, claro, esa trama más interesante estaba en el personaje de Celine que pasa casi desapercibido, a pesar de estar interpretado por una de las féminas que más revuelvo armó en el cine tras su aparición en El lobo de Wall Street y que va camino de convertirse en icono popular  con su papel de Harley Quinn en Suicide Squad.

Miguel Juan Payán 

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