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sábado, mayo 18, 2024
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Summer Camp ***

Summer Camp ***Alberto Marini debuta como director de largometrajes con esta vertiginosa película, en la que las influencias del gore contenido de Rabia y The Walking Dead son más que evidentes.

Después de colaborar en filmes del tipo de Darkness y Dagon, el italiano Alberto Marini da el salto profesional en calidad de cineasta, para plantar en la cartelera esta pesadilla de metamorfosis heredadas de Posesión infernal (Sam Raimi, 1981); aunque con explicaciones más psicodélicas que sobrenaturales.

Rodada en inglés y con un elenco interpretativo limitado a cuatro protagonistas y a un puñado de secundarios, el creador transalpino narra los problemas de dos monitores de un campamento de verano, cuando ellos y las dos chicas americanas que están matriculadas en los cursos de supervivencia ofertados son atacados por un extraño virus, que les convierte en depredadores violentos y sin capacidad de raciocinio.




Marini acierta al concretar el tiempo en que transcurren los hechos a una sola noche, a la vez que dota de entretenimiento sanguinolento al agresivo guion que tiene entre manos. Sin rarezas insustanciales de por medio, el director italiano cuenta los acontecimientos con una simplicidad que recuerda a las producciones ochenteras, en las que lo importante era pasar un rato de miedo irreflexivo y adrenalítico. Una consigna que entiende a la perfección el equipo interpretativo de Summer Camp, cuyo trabajo se presta a mostrar los continuos cambios físicos que asumen los personajes.
En ese sentido, el modelo Andrés Velencoso, Diego Boneta, Jocelin Donahue y Maiara Walsh cumplen con los objetivos planteados, pese a que sus caracterizaciones no trasciendan más allá de los estereotipos habituales en el género de los contagios homicidas.

Todos ellos están más o menos creíbles en las costuras de unos roles que carecen de entidad, más allá de los bosques en los que se adentran y de la lucha por mantenerse a salvo de la plaga misteriosa, que convierte a los humanos en bestias ansiosas de sangre.

Sin embargo, la simplicidad reinante queda rota cuando Marini intenta aportar un poco más de claridad a una trama de gritos desaforados y escasa habilidad dramática. En tales tesituras, la inverosimilitud de las causas que generan la fiebre criminal parece sacada de un sueño indigesto, como puesta ahí con el brochazo de un libreto al que únicamente le van las persecuciones enloquecidas y los maquillajes desasosegantes.

Semejantes lagunas en la historia hacen que la evolución de la película quede como lastrada por un elemento artificioso, que anula muchas de las pretensiones iniciales de apostar por un gore menos macabro que el de otras producciones con similar tratamiento temático.

No obstante, el desenlace a lo Chicho Ibáñez Serrador levanta en algo el interés perdido con la llegada del alba, y los descubrimientos rocambolescos con los que se topan los supervivientes de la noche de terror. La secuencia que precede a los títulos de crédito permite a Marini salvar el interés de su ópera prima; justo como es habitual en el terror palomitero (lo mejor siempre suele estar al final).

Jesús Martín


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