Crítica de la película Suspiria
Estéticamente interesante y perturbadora, viaja hacia un desenlace excesivo y grotesco.
Seductora pero presa de un simbolismo pretencioso que hacia el final cae presa de cierta pedantería y exhibicionismo, tiene cosas que me gustan mucho y otras que me dejan algo más frío, especialmente cuando se muestra demasiado obvia en sus maniobras de seducción a través del esteticismo, con una estrategia de rompecabezas. A su favor tiene esta versión de Suspiria dirigida por Luca Guadagnino su decidida apuesta por ir más allá de la película original de Argento y no conformarse con ser un remake para zambullirse en un paisaje de múltiples referencias cinematográficas que a modo de puzle animan su planteamiento desde un punto de vista cinéfilo.
Reubicando la acción en Berlín, Guadagnino puede perfilar desde el primer momento el tema de la culpa como asunto central de su película, en torno al cual deambulan una serie de personajes que viven a caballo entre un mundo exterior bañado por la lluvia incesante en el que impera un terror social real, histórico, y un terror de interiores en el que ese otro terror real se filtra haciéndose omnipresente a través de las emisiones de radio, los informativos, periódicos y revistas. En el Berlín exterior y en todo lo que rodea a la figura del viejo psiquiatra Klemperer encontramos similitudes con el cine de Rainer Werner Fassbinder. En la composición de interiores con la profundidad de campo con figuras al fondo de la imagen y otras en primer plano y en los desplazamientos por pasillos y habitaciones de la escuela se hace notar la huella de Roman Polanski en Repulsión. Otros antecedentes recomendables para hacerle compañía a esta película serían La posesión, de Andrzej Zulawski, y The Neon Demon, de Nicolas Winding Refn, con la que comparte ese tono esteticista desbordante y a veces excesivo que puede caer bajo la sospecha de pretenciosidad.
Lo que me ocurre con esta nueva versión de Suspiria es que, incluso admitiendo su inclinación exhibicionista y entregada al exceso, confieso que consigue seducirme durante la mayor parte de su metraje, hasta el punto de que soy capaz de perdonarle su grotesco despliegue final, o esa especie de trampantojo innecesario, puro guiño, que es multiplicar la aportación de Tilda Swinton, tan inquietante y arrolladora como siempre, en tres personajes: Blanc, Klemperer, Marcus. Aclaro un poco. Mi secuencia favorita es la presentación de las profesoras de la escuela, que Guadagnino desarrolla en un plano secuencia interesante y significativo, acompañado por la voz en off de la votación para elegir a la líder del grupo (Madre Markus o Madame Blanc). Eso le sirve para establecer con la máxima economía de tiempo la clave de conflicto de relación en la lucha por el poder en el seno del grupo. Por cierto: las secuencias en que se reúne esa especie de aquelarre de todas las integrantes están siempre relacionadas con la comida, en torno a una mesa, otorgándole a esos fragmentos un cierto aire de celebración antropófaga que preludia el desenlace de la trama.
En lo referido a subtramas, encuentro más interesante el personaje y el conflicto del doctor Klemperer que el conflicto de relación que se plantea entre Blanc y Susie Bannion, finalmente previsible y claramente tópico, en el que no hay ni la mitad del revelador despliegue emocional de Klemperer con su esposa y el demoledor desenlace de esa subtrama.
Los actores naturalmente están bien, con Swinton a sus anchas, multiplicada, salvo en el aparatoso personaje de Markus, carne de exceso visual aberrante y grotesco que acerca el desenlace de la película más a lo repulsivo que a lo verdaderamente perturbador, y corre incluso el riesgo de caricaturizar el personaje, desarmándolo como vehículo de inquietud. Y tal como era previsible, Mia Goth le gana la partida a Dakota Johnson.
Miguel Juan Payán
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