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Terminator (1984)

Terminator (1984)

Crítica de la película Terminator (1984)

Director: James Cameron; Interpretes: Arnold Schwarzenegger, Linda Hamilton, Lance Henriksen, Michael Biehn, Paul Winfield, Bill Paxton; Año de producción: 1984; Nacionalidad: USA; Guión, James Cameron, Gale anne Hurd, Harlan Ellison, William Wisher; Director de fotografía: Ada,m Greenberg; Director de efectos especiales: Stan Winston; Banda sonora: Brad Fiedel; Color; Duración: 108 minutos.

Se cumplen 35 años desde el estreno en España de Terminator, y la verdad es que si hubiera que escribir una especie de Génesis de lo que en la actualidad es el cine fantástico y de ciencia ficción, sin duda el más caro y a la vez el más publicitado y rentable de los géneros cinematográficos y el único que ha sabido desplegar sus alas hasta posarse en el nuevo mega-negocio que suponen no pocos video juegos cuya popularidad hace que lleguemos a confundir su origen preguntándonos qué inspiro a qué, tendríamos que remitirnos a esta historia de serie B que llegó a nuestro país, concretamente a la capital, despertando desde el enorme cartel que dominaba la plaza de Callao la curiosidad de un público que hasta el momento, y salvo la excepción que supuso Alien, prestaba poca atención a un género cuya denominación no era muy precisa que digamos  – casi siempre se le llamaba ciencia ficción, y aquello era un cajón de sastre en el que se daban cita desde mitos como 2001, Odisea en el espacio hasta series Z perpetradas por el cine italiano a partir de otros futurible mitos como el citado Alien. Así fue como de la noche a la mañana corrió entre los aficionados al cine y entre los aficionados a ver películas, que no son lo mismo, sobre todo si nos referimos a aquella juventud de los barrios periféricos acostumbrada a visitar la pantalla solo si la película en cuestión prometía elevadas dosis de adrenalina o de morbo, la noticia de una película que nos se parecía en nada  todo lo anterior, con un protagonista mitad hombre, mitad robot que parecía haber surgido de una pelea entre bandas callejeras, de una discoteca para uso exclusivo de devotos del heavy metal o de una bronca entre facciones de rockeros. Ni que decir tiene que nadie sabía pronunciar entonces ni de lejos el nombre de su protagonista (a lo sumo algún espabilado recordaba que era el mismo que hacía de Conan, y con eso estaba todo dicho). Lo que estaba claro es que el personaje en cuestión, con todo y con ser el malo de la función, resultaba fascinante por su chulería, por su aparente invulnerabilidad y por el ritmo desaforado que imprimía a su carrera asesina no dejando a su paso títere con cabeza. No sabíamos entonces, ni los aficionados al cine ni aquellos que simplemente se dedicaban a ver una película de vez en cuando, que acabábamos de asistir al nacimiento de un mito y al origen de lo que sería la vertiente más futurista e innovadora, no solo a nivel argumental, del cine de acción. Como tampoco sabíamos que esa modesta producción iba a marcar un antes y un después que se traduciría en una época dorada para los generadores de efectos especiales propiciando el inicio de la estimulante relación entre nuevas  tecnologías y cine, relación que se mantiene hasta hoy.

Año 2029, la Tercera Guerra Mundial es ya un recuerdo, tan solo el punto de partida de una pesadilla aún peor,  entre los escasos supervivientes humanos que aparte de soportar la lluvia radiactiva tienen que pelear incesantemente contra un sistema de inteligencia artificial que después de desencadenar el conflicto ha sabido fabricar una generación de robots cuya única misión es acabar con cualquier resquicio de vida sobre el planeta. Sin embargo, pese a la sofisticación del sistema, los humanos han creado un movimiento de resistencia cuyos miembros, curtidos en años de combates y dirigidos por su carismático líder, John Connor, están a punto de ganar la batalla definitiva. Consciente del riesgo que corre, el sistema recurre a un cambio de táctica que consiste en enviar al pasado a  uno de sus robots asesinos, el denominado T-800, Terminator. Su misión, acabar con la vida de la madre de John Connor antes de que tenga posibilidad de engendrarlo. Por su parte, los humanos logran conocer los planes de su enemigo y se apresuran a enviar al pasado a Kyle Reese, uno de sus mejores soldados, con el propósito de que proteja a la madre de su futuro líder.

Terminator (1984)

Los Angeles, California,  1984. Del interior de una columna de humo surge un hombre de proporciones hercúleas que no tarda en perderse en la noche para reaparecer segundos después ante un grupo de punks a los que sin cortarse un pelo exige un donativo en concepto de indumentaria. Los punks, como es lógico, no están por la labor, y su negativa les convierte, pese a su aire de forajidos urbanos, en las primeras víctimas mortales de un asesino frío y metódico, carente de sentimientos y por tanto incapaz de dudar o de desviarse de su misión exterminadora. Como si siempre hubiera vivido en la ciudad, el asesino, que no es ni más ni menos que un cyborg de apariencia humana, busca en la guía de teléfonos el nombre de Sarah Connor y empieza a eliminar de manera sistemática a las mujeres que comparten ese  nombre y ese apellido.

A partir de ese momento, la película despega hasta alturas insospechadas tomado prestados elementos propios del thriller, del policiaco y finalmente del western, aunque condicionados por la perplejidad que origina a su protagonista femenina esa enrevesada historia que parte del viaje en el tiempo y del paradójico bucle que se establece entre presente, futuro y pasado y por la peculiaridad de esa persecución de ambiente futurista que se desarrolla en un espacio contemporáneo y claramente reconocible. Más allá de los momentos de tensión que genera cualquier cacería humana y de la rutinaria historia de amor entre la alucinada Sarah Connor y su melancólico y atormentado protector,  la historia que vemos reflejada en la pantalla resulta tanto más aterradora por lo que en realidad solo se nos deja intuir, el futuro sombrío de una humanidad sometida y exterminada por las máquinas. De un plumazo, Terminator hace confluir la pura y simple acción y el espectáculo trepìdante no exento de artificios visuales con la psicosis colectiva alimentada durante décadas de Guerra Fría en virtud de la cual el estamento militar puede o podría ser más que capaz de generar mecanismos represivos que como la computadora Hal- 9000 de 2001, Odisea en el espacio, escapen a su control y sean capaces de pensar y decidir por sí mismos. La película genera así dos tipos de discurso destinados a satisfacer a dos tipos de público: los que simplemente contemplan las aventuras de un mito letal al que sucesivas versiones acabarán por llevar al terreno de la autoparodia en el que se convierte en algo similar a una hermanita de la caridad, y los que captan el pesimismo de un argumento que a partir de una premisa en apariencia tan simple desarrolla hasta llevarlo al paroxismo el legítimo y justificado miedo de lo que  el hombre puede hacerle a sus semejantes ayudado por la tecnología.

Fuese cual fuese la interpretación que convenció al público, la popularidad de Terminator comenzó un ascenso imparable que la alzó a la categoría de película mítica imitada durante casi una década hasta dar origen al subgénero de cyborgs. Finalmente, en 1992, la productora Carolco emitiría su canto del cisne dedicando 200 millones de dólares al presupuesto de una segunda entrega que, esta vez sí, se estrenó en todo el mundo como lo que era, una de las producciones más caras, arriesgadas y ambiciosas de al historia. En total, solo en España la película fue vista por 3.773.320 espectadores, lo que demuestra que el salto generacional se había logrado con éxito y que de aquel sombrío y nada desdeñable argumento había surgido una pequeña industria del espectáculo y el merchandising cuyo exponente más cercano es la cuarta entrega, Terminator Salvation, estrenada en EEUU hace poco más de un mes.

 A. Batlen

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