La moda de hacer remakes sigue saturando el mercado cinematográfico tratando de revivir sagas normalmente ligadas al género de terror o fantástico, pero que en este caso tocan una franquicia que muchos daban por muerta y que, sobre todo en los 80, dio una ingente cantidad de beneficios e incluso dejó una nominación al Oscar para una de sus estrellas, Pat Morita.
Karate Kid fue una de esas películas que con el paso de los años se han convertido en mitos dentro del cine sin que nadie pueda negárselo. No hablamos de la calidad de la película o la saga en sí, sino de su capacidad para convertirse en parte de la cultura popular de una generación que la recuerda con cariño y que aún emplea sus muletillas, totalmente integradas en el lenguaje de la calle. A esa clase de mitos me refiero cuando hablo de Karate Kid (lo de “dar cera, pulir cera” nos acompañará hasta la tumba).
No quiero decir con esto que la película original fuese mala. Más bien al contrario. Películas como Karate kid nos metieron el gusanillo cinéfilo a más de uno hace ya muchos años y aún hoy pueden ser vistas sin sonrojarse demasiado porque el guión de Robert Mark Kamen está estructurado en torno a los personajes y su forma de ser y comportarse y no en torno a las secuencias de acción espectaculares. En cierta medida es fácil identificarse con Daniel Larusso y con el viaje que emprende no sólo para aprender karate, sino para aprender a crecer en la vida.
Esa historia sencilla de superación y de amistad, casi paterno filial, con el señor Miyagi ocupando el lugar del padre perdido por Daniel, y Daniel siendo el hijo que el señor Miyagi nunca tuvo, eran suficientes para engancharnos y convertir la película, con el paso de los años, en un clásico moderno. Y repito que no es sólo por la calidad de la película (era una buena película, sin más), sino por cómo ésta se integró en la cultura popular de medio mundo.
Ahora le ha llegado el turno a su remake y si alguien se sorprende de que hable tanto de la cinta original, que no lo haga. No sólo le tengo un inmenso cariño, sino que los responsables de The Karate Kid, versión 2010, no se han estrujado mucho los sesos a la hora de hacer éste remake. Es exactamente la misma película. Si me lo permiten diría que hasta plano por plano. Pero perdiendo la frescura del original.
No sé si alguien se da cuenta a la hora de hacer estos remakes en Hollywood de que se exige un mínimo de frescura para que la gente se enganche realmente a una película. Pese al éxito brutal que ha tenido la misma (más de 175 millones de dólares recaudados sólo en USA) se necesita de algo más para convertirse en lo que era la película original. Para crear afición, vamos.
Aquí pretenden que los cambios a flor de piel signifiquen algo, cuando sólo son cambios estéticos. Que el protagonista sea negro en lugar de italoamericano, situar la historia en China en lugar de California, cambiar el karate por el kung fu (lo cual resulta absurdo hasta lo insufrible… Recordemos el título de la película). De hecho, cambiar la edad del protagonista para convertir la cinta en algo más familiar, afecta negativamente al relato, porque la historia sentimental del protagonista, calcada de la original, no hay por donde cogerla. Es un niño de 11 años…
El resto, está todo ahí. La mudanza que sienta rompe la rutina del niño. El extraño en una tierra nueva. El enfrentamiento con los niños de otra escuela de kung fu, la paliza, la aparición del profesor, aquí encarnado por el siempre dispuesto Jackie Chan… Todo. Plano a plano. Secuencia a secuencia. No se trata de que el espectador intuya por dónde van a ir los tiros. Es que sabe perfectamente que narices va a suceder en cada momento si ha visto la original. Hasta la grulla aparece en el metraje en el momento indicado…
Con una diferencia. Aquí se es aún más obvio con la historia. En parte se debe a la reiteración del guión, en parte a escenas como la del autobús, que sirven para dejarnos claro la relación padre/hijo que se establece entre los protagonistas (una de las pocas escenas que no aparecen en la original), pero que es tan obvia que cae en lo absurdo. Como si los espectadores no fuesen a darse cuenta de la trama de la película…
Pero con todo, no es una película aburrida. Han añadido mucho sentido del humor y muchas referencias a la original y su extenso metraje no se hace pesado ni insoportable. Jackie Chan aprovecha su carácter cómico e incluso se presta a demostrar, algo habitual en sus películas chinas, que es un buen actor dramático, competente y si darse demasiado al exceso.
Además el director aprovecha plenamente los escenarios naturales de China con una virtud, mostrándolos desde los ojos sorprendidos de un chaval recién llegado a China y no pretendiendo ser el que más conoce la cultura del lugar, algo muy habitual en el cine americano. Aquí, como el protagonista, descubrimos un país con ojos de turista o explorador. Como un mundo nuevo. Y las escenas de kung fu están pulcramente rodadas y son muy entretenidas, pese a los excesos propios de nuestra era y de los cómics y los videojuegos. No son muy creíbles, pero sí muy efectistas.
Pero le sigue faltando alma, corazón… Porque se lo intenta robar a la película original. Y así no hay modo de hacer terminar de encajar las piezas. Es un juguete muy bonito, pero carece de su propia personalidad. Más que un remake parece un plagio. Como si les diese miedo salirse de los zapatos de papá para empezar a andar. Y, la verdad, Karate Kid ya teníamos una. No hacía falta vestirla de seda para hacerla de nuevo.
Y, por dios, se aprendía karate, como dice el título, no kung fu…
Jesús Usero