The Master. Enormes Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman. Su pulso de actors recuerda Pozos de ambición.
Paul Thomas Anderson ha vuelto a hacerlo. The Master es una película que se sale de la norma. Una rara avis en la cartelera. Posiblemente no todo el mundo le saque el mismo jugo, el mismo disfrute. Pero como ya ocurrió con Pozos de ambición, es buena, muy buena. Otra cosa es que no le llegue igual a todo el mundo. La manera en la que este director cuenta su historia tiene todo el aroma de la buena literatura y en su cine no es difícil encontrar un amplio abanico de ecos que cubre todos los estilos, desde William Faulkner a William Burroughs, de John Fante o Jack Kerouac a Henry Miller o Charles Bukowski… Pero eso no debería despistarnos. No por ello su cine deja de ser cine. Tal y como ya ocurrió con Pozos de ambición. De hecho es imposible no pensar en esa otra película mientras estamos viendo ésta, porque de algún modo me parece que la fórmula de Pozos de ambición está mejorada en The Master. Pozos de ambición era un monólogo del gran Daniel Day Lewis, casi en solitario, sin ninguna otra presencia en el reparto que le hiciera de contrapeso o le diera la réplica de forma continuada en todo el relato. Desde ese punto de vista, creo que la composición de su personaje que hace Joaquin Phoenix es tan notable como la de Daniel Day Lewis en Pozos de ambición, pero él en lugar de desarrollar un monólogo interpretar un pulso con el jefe de la secta, personaje que da título a la película, interpretado por Philip Seymour Hoffman. De ese modo, estamos ante un pulso entre dos actores de enorme talento en el que indudablemente se advierte la inclinación literaria en el tratamiento de personajes y situaciones que siempre presentan las películas de Paul Thomas Anderson, pero donde la historia se construye también sobre influencias puramente cinematográficas.
Por ejemplo en el tema del arranque de la película con el protagonista viviendo los últimos tiempos de su participación en la Segunda Guerra Mundial, nos encontramos con una sucesión de escenas que tienen mucho en común con La delgada línea roja de Terrence Malick. No es la única huella del cine de Malick en The Master, que se presenta también en esa breve subtrama, casi poco más que un guiño, una especie de cameo argumental de Malas tierras que tiñe la relación entre el protagonista y su novia adolescente, Doris.
Junto a esos ecos del cine de Malick encontramos referencias que nos remiten a fuentes más clásicas. Si en Pozos de ambición había huellas del cine de King Vidor junto a ecos de El viento, de Victor Sjöström y Avaricia, de Erich von Stroheim, en The Master es casi imposible no pensar en el personaje de Charles Foster Kane y Orson Welles al ver la caracterización y la interpretación que hace Philip Seymour Hoffman del Maestro. La propia presentación de su personaje con características de hombre renacentista capaz de hacer varias cosas al mismo tiempo, ejerciendo como escritor, científico, pensador… encaja perfectamente con la megalomanía que tanto marcó y definió a los personajes creados y en muchos casos también interpretados por Orson Welles a lo largo de su carrera. El Maestro Lancaster Dodd podría haber sido interpretado por Welles, sin duda, y Paul Thomas Anderson introduce esa especie de guiño en una historia que tiene también en común las resonancias shakesperianas con el cine del director de Ciudadano Kane. Unas resonancias shakesperianas que se materializan esencialmente en esa especie de variante sectaria de Lady Macbeth que interpreta con notable talento a la altura de los dos protagonistas masculinos una igualmente enorme Amy Adams en el papel de la esposa de Lancaster Dodd. Pienso que tanto Joaquin Phoenix como Philip Seymour Hoffman como firmes candidatos al Oscar, y creo que Adams puede optar perfectamente a una nominación como mejor actriz de reparto.
Pero junto a estas claves de literatura, más cine clásico, más exploración de personajes y situaciones que miran al abismo de la locura y habitan en el disparate, lo que constituye la magia de The Master es no sólo un gran trabajo de dirección de actores o lo notable que resulte la composición de ese reparto, sino la forma absolutamente magistral con la que Paul Thomas Anderson mueve y encuadra a sus personajes, su planificación, el trabajo visual de composición que preside casi cada uno de los planos de la película, otorgándoles un significado de poesía visual que va desvelando las grandezas y miserias de sus personajes en un nivel de interés y profundidad que no resulta fácil ver en el cine.
The Master no es una película fácil. Incluso podría atreverme a calificarla de “marcianada”, de no ser por ese trabajo de narración visual que constituye el punto fuerte de la película. En su notable trabajo como director de actores Paul Thomas Anderson destaca por su cuidado de cada gesto y cada movimiento. Pero en su manera de componer cada plano de su película el director de The Master es aún más exigente, dueño de un talento como observador de la naturaleza humana que le convierte en uno de los mejores narradores visuales de nuestro tiempo.
Un ejemplo de ello es esa secuencia final en la que Freddie Quill, el personaje interpretado por Joaquin Phoenix, repite con la mujer que se ha ligado en el bar la prueba del parpadeo que le aplicó a él Lancaster Dodd. Ese momento de emulación lo dice todo de manera muy sencilla no sólo sobre el propio personaje de Freddie, sino también sobre su relación con Dodd y por qué ésta se resuelve de la forma en la que nos muestra el director tras esa escena emotivamente intensa que nos desarma totalmente en la que el Maestro le canta a su protegido en un último intento por seducirle y retenerle a su lado. De manera sencilla, Paul Thomas Anderson nos dice mucho sobre las sectas y la forma de trabajar y seducir de sus líderes, y de paso explica claramente la mejor manera de escapar a su influencia.
Así, The Master se explica como un intenso paseo visual por un solo concepto que se repite durante toda la película: la libertad, y cómo no todos entendemos ese concepto de la misma manera e incluso elegimos engañarnos sobre el mismo. Para eso está precisamente la escena de la moto en el desierto y la distinta manera en que se desarrolla la misma para Lancaster Dodd y para Freddie Quill.
Bajo esa perspectiva, Freddie Quill se nos presenta finalmente, tal y como señala el propio Lancaster Dodd en uno de sus diálogos, como un auténtico héroe, quizá el mayor héroe que hemos visto este año en la pantalla grande.
De manera que no, ciertamente The Master no es una película fácil, pero es sin duda una de las mejores películas que quien esto escribe ha visto este año, de ésas que son capaces de aficionarnos a abrir nuevas puertas y ventanas a nuestra cinefilia, como siempre consigue hacer el cine de Paul Thomas Anderson incluso en sus momentos más extraños.
Miguel Juan Payán
Opiniones del público a cargo de nuestro redactor Víctor Blanco. Follow @veblanco
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