Crítica de la película Titane
El fenómeno del cine fantástico del año. Provocadora e inquietante. .
Titane le da varias vueltas de tuerca a todo lo que podamos esperar de la etiqueta de cine fantástico, empezando por articular una historia disparatada con las premisas de un drama intimista sobre los afectos y desafectos entre los distintos protagonistas y de los propios protagonistas hacia sus propios cuerpos.
En su ADN lleva el instinto de provocación del cine de David Cronenberg y haría buena pareja en programa doble con algunas de las películas de este, especialmente Crash (1996), con algunas claves de Inseparables (1988) y otras relacionadas con la destrucción y reconstrucción del cuerpo estilo Videodrome (1983), aunque temáticamente no sería arriesgado meterla en un ciclo junto a Cromosoma 3 (1979). Pero más allá de Cronenberg habrá quien viendo la película recuerde los disparates de la saga japonesa de Tetsuo, Tetsuo, el hombre de hierro (1989), Tetsuo II: El cuerpo de martillo (1992), de Shin´ya Tsukamoto.
Sin embargo todo lo anterior forma parte de un catálogo de referencias insuficiente que se queda corto ante lo que nos propone y consigue Titane, porque Titane además, al margen de su espectáculo fantástico y de la vuelta de tuerca que le da a la fusión de terror y ciencia ficción o a la temática de tortura y la automutilación insana que practican sus personajes, es una buena película, muy bien dirigida, que rápidamente se sitúa más allá de sus referentes más inmediatos en el territorio de lo genérico para expresar plenamente su propia personalidad, resultando así más truculenta e inquietante precisamente en los territorios más ajenos a las fases más grotescas, visualmente perturbadoras y claramente provocativas de su relato, en las que juega con los clichés para convertirlos en aliados de su capacidad para dislocar los conceptos preconcebidos del espectador, viajando de uno a otro género para acabar en el intimismo dramático de las vidas de los solitarios, los rechazados, los abandonados, desesperadamente necesitados de encontrar alguien (dos personajes que comparten esa lucha contra su propio cuerpo desde puntos de partida distintos que finalmente acaban por acercarlos).
El tema del asesinato en serie, por ejemplo, es solo un punto de partida, matizado además en clave de distanciamiento y autoparodia sin dejar al mismo tiempo de cumplir con todos los requisitos inquietantes de ese tipo de historia, que le permiten alejarse de lo previsible (el momento “¿Cuántos estáis aquí?”). Es el puente más violento e inquietante para pasar a otras formas de violencia y de inquietud, y no solo en la tortura que la protagonista vive sobre su propio físico. Pienso que el momento más violento, más inquietante, es esa especie de breve pero esencial interludio en la historia de la protagonista que se produce en el autobús con el juego de miradas con la otra viajera y las voces en off del grupo de gamberros. Y el final de esa escena es tanto más inquietante por lo que preludia y por la cercanía a la realidad que tiene todo ese breve momento dentro de la historia en un paisaje general de una película repleta de estímulos visuales y sonoros que nos mantienen en todo momento en tensión, temiendo lo próximo que pueda ocurrir en la pantalla, pero al mismo tiempo pegados a una de las historias de amor más extrañas que nos ha propuesto el cine en los últimos tiempos.
Quizá no sea película para todo tipo de público, pero, más allá de la Palma de Oro que ha conseguido en Cannes, se gana a pulso y de forma inmediata la categoría de película de culto, de las que tiempo atrás, antes del vídeo y las plataformas, podía pasarse años con sesiones de madrugada de los cines de arte y ensayo desplegando todo su hipnótico poder para ser una brillante pesadilla frecuentada por cinéfilos amigos de correr el velo de lo previsible para zambullirse en lo imprevisible.
Miguel Juan Payán
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