“Han pasado 84 años, y aun percibo el olor a recién pintado”. Una más que octogenaria Gloria Stuart pronunciaba la frase en una película que inevitablemente nos trasladaba al Hollywood de otra época, al que ella pertenecía, aquella etapa del cine en la que determinadas producciones eran mucho más que simples películas, cuando eran el resultado de un esfuerzo de toda la industria por mostrar que la fábrica de sueños podía hacer realidad cualquiera de esos oníricos deseos. El próximo domingo se entregan los premios de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, en una gala en la que James Cameron muy probablemente vuelva a triunfar. Doce años después de autoproclamarse rey del mundo, el ambicioso cineasta canadiense volvió a dirigir una película, que, una vez más, está presente entre lo mejor del año, con nueve nominaciones. Pero a mi me apetece recordar la obra que le elevó a lo más alto del olimpo del celuloide. Cameron tenía ya éxitos importantes en su filmografía, pero con Titanic se sentó en el trono. Motivos tenía…
Resulta algo redundante hablar de los méritos de una película que ha sido más que nombrada en los últimos meses cuando Avatar ha copado protagonismo. Todo el mundo sabe que Titanic era, hasta ahora, la película más taquillera de la historia. Los datos son sencillamente espectaculares: la historia del famoso trasatlántico logró una recaudación en los Estados Unidos de 600 millones de dólares, y una suma en todo el mundo de 1843 millones, lo que implicó desbancar al Jurassic Park de Spielberg para situarse como la más taquillera de siempre. Hizo la discreta cantidad de 28 millones de dólares en su primer fin de semana, pero no fue más que un espejismo. Cameron había superado las bastas recaudaciones de otros éxitos suyos como Terminator 2 (519 millones) o Mentiras Arriesgadas (378). Titanic multiplicó esas taquillas, hasta rozar los 2000 millones de dólares. Quitémosle un cero a esa cantidad y tendremos el coste que supuso rodarla. Negocio redondo.
Pero si se pasa a la historia de la manera en la que pasaron Cameron y su obra, los motivos no pueden ser solo económicos. En Hollywood vales lo que haya recaudado tu última película, pero la otra cara de la moneda en el negocio, los críticos, también se rindieron. O claudicaron, porque cierto es que la crítica cinematográfica no se lleva bien con los mega-éxitos de taquilla, por lo que más de uno de los muchos que alabaron la cinta hubiesen preferido ponerla a caldo. Pero, al contrario de lo ocurrido con Avatar (película estupenda como revitalizadora de la industria y como cine concebido como espectáculo, pero deficiente en cuanto a guión y personajes), no se encontró motivo alguno para destrozarla. Titanic no era perfecta, pero sus imperfecciones quedaron eclipsadas ante las numerosos virtudes. El 23 de marzo de 1998 se celebró la septuagésima ceremonia de entrega de los Óscar. Titanic aspiraba a catorce estatuillas, y se llevo once, convirtiéndose en la película mas premiada de la historia con Ben-Hur. Era la más taquillera y la más premiada. Se había convertido en una de las películas más importantes de la historia del cine.
Pero…¿realmente Titanic es tan buena película? En mi opinión, lo mejor de Titanic es su consideración de cine grandioso, capaz de aglutinar y de asociar a dos majors del calibre de Fox y Paramount. El proyecto era tan ambicioso que dos de los grandes estudios, de ésos que se miran de reojo y producen dependiendo de la salvaje competencia, aceptaron unir fuerzas y levantar una producción que por momentos parecía inviable. Cuando vi Titanic en el cine, el día de su estreno en España, un 8 de enero de 1998 (el 19 de diciembre de 1997 se había estrenado en los USA), asumí que estaba ante un acontecimiento cinematográfico, semejante al que en su día supuso Lo que el viento se llevó. No era la película de un estudio, era la película de una industria.
No suelen producirse estos fenómenos y mucho menos en la actualidad. Warner Bros., Paramount, Universal o Twentieh Century Fox son conglomerados que amasan ingentes cantidades de dinero gracias a las franquicias exclusivas de cada uno, ya sean superhéroes, adaptaciones de best-sellers u otro tipo de sagas. Pero James Cameron hizo lo imposible, y las dos majors le estarán eternamente agradecidas…
A mi me gusta mucho Titanic. Me gusta porque me dejó un regusto a cine añejo, a superproducción legendaria, como si Cameron fuese el David O’ Selznick de nuestros dias. Y me gusta porque le reconozco méritos inherentes a toda buena película: me gusta la dirección de un tipo a quien uno suponía más preocupado en el rodaje de los innumerables problemas que se tendrían que derivar de las inclemencias acuáticas, me gustan, o mejor, me cautivan las interpretaciones de todos los miembros del reparto, y, por supuesto, me sobrecogen los imponentes efectos visuales y la cuidada dirección artística, capaz de recrear a la perfección el oropel, la majestuosidad y lo épico que tuvo que ser el primer viaje del barco de los sueños, que partió el 10 de abril de 1912 desde Southampton con destino Nueva York.
Cameron venía de triunfar con Mentiras Arriesgadas, una divertidísima comedia de acción que adaptaba de manera sui-generis una película francesa de Claude Zidi titulada La Totale! Su siguiente proyecto sería muy diferente, pero antes escribiría el guión de la estupenda Días Extraños, para su ex esposa Kathryn Bigelow, precisamente quien parece ser la única en condiciones de aguarle la fiesta este año gracias a su gran trabajo como directota en En Tierra Hostil. Ya consagrado, y tras rodar en el agua en Abyss, volvía al líquido elemento para volver a contar una historia que ya había sido llevada al cine en varias ocasiones, siendo las más destacadas El Hundimiento del Titanic, dirigida por Jean Negulesco en 1953, y La Última Noche del Titanic, del artesano Roy Ward Baker, estrenada en 1958. Pero rodar a finales de la década de los 90 esta historia era como tirarse a una piscina con escasa agua. La película tendría que ser espectacular, convincente, acorde a los tiempos en los que la infografía había experimentado unos avances increíbles, gracias a las producciones del propio james Cameron y de Steven Spielberg.
Mucho se habló del rodaje de Titanic. Llegaban noticias de que el barco, nunca mejor dicho, se hundía. El presupuesto se incrementaba constantemente, hasta el punto de que esos 200 millones de dólares, son, aún hoy, una estimación. Los encorbatados ejecutivos de Fox y Paramount temían estar ante un caso parecido al de Las Puertas del Cielo, la película que arruinó en los 70 a la United Artist. Pero ni que decir tiene que las penas, entre dos, son menos penas. Al timón estaba el tipo más ambicioso, megalómano e inconformista de Hollywood, y por amenazantes que fueran los icebergs, el barco llegaría a puerto.
En el reparto se centraron las escasas críticas. Y yo he de reconocer que a mi no me convencía la pareja DiCaprio- Winslet. Él contaba con 23 años entonces, y ella con 24, y ciertamente costaba verles en unos personajes que tendrían que aparentar algunos años menos. Pero la astucia de Cameron quedó de manifiesto. Sacrificó cierta credibilidad a cambio de contar con un actor que era ya un ídolo de jovencitas gracias a Romeo + Julieta, y que ya contaba con cierto prestigio como actor al haber sido nominado al Óscar al mejor actor de reparto por A quién ama Gilbert Grape. Y prefirió a una Kate Winslet alejada de los cánones de belleza adolescentes, apostando así por una excelente actriz, que también contaba con una nominación por Sentido y Sensibilidad, y que fue capaz de ofrecer una espléndida interpretación. La Winslet suma hoy un total de seis nominaciones, y logró la estatuilla el pasado año por su trabajo en El Lector, con la que demostró ser una de las mejores de la actualidad. Cameron no se había equivocado.
Como tampoco lo hizo con los secundarios. Es cierto que al nefasto Billy Zane le tocó el gordo con su participación en Titanic, pero justo es decir que no desentonó. Bernard Hill fue el perfecto Capitan Edward James Smith, y Davir Warner o Kathy Bates fueron también muy recordados, en especial ella, en su papel de Molly Brown, uno de los personajes reales a los que Cameron integró en la historia. Un habitual del cineasta, Bill Paxton, fue Brock Lovett, el cazatesoros que busca el diamante supuestamente oculto entre los restos del Titanic.
Porque, como todo el mundo sabe, Jack Dawson y Rose DeWitt no existieron. Fueron la excusa perfecta para que Cameron nos volviera a contar una historia ya conocida por todos. Incluyó una desatada historia de amor para emocionar, para hacer que la tragedia fuese aún mayor, y, cómo no, para buscar que mucha más gente pasase por taquilla. Fue una jugada maestra que sirvió para que la transición al fatal desenlace del barco, que el espectador ya conocía, fuese mucho más emocionante y digerible. Como Bryan Singer con su reciente Valkiria o como Eastwood en Invictus, Cameron fue capaz de contar una historia cuyo final era conocido, sin que mirásemos el reloj durante toda la proyección, algo especialmente meritorio teniendo en cuenta que hablamos de una película de más de tres horas de duración. Y hay que ser muy bueno para lograr eso.
Mención aparte merece, en mi opinión, la actriz que pronunciaba la frase con la que empezaba este artículo. Gloria Stuart terminó siendo, sin duda, lo mejor de una película que tenía muchas cosas buenas. Pero su inclusión fue decisiva para ganarse el corazón de millones de espectadores que asistieron conmovidos al relato de una mujer que no sólo estaba contando la trágica historia de uno de los mayores accidentes navieros de la historia, sino una de las más hermosas y desgarradoras historias de amor que el cine ha contado nunca. Todos estábamos tan absortos en lo que la anciana contaba como Bill Paxton y su equipo, en la simpática escena en la que le piden que no interrumpa su relato.
Gloria Stuart tenía 87 años cuando hizo Titanic, y para muchos era una absoluta desconocida. Pero había debutado en 1932, siendo testigo del nacimiento y el despegue de una industria que le ofrecía la oportunidad de formar parte de una película icónica. Ella representaba muchas de las pretensiones de la obra: volver a lo grandioso, a las historias rotundas, tan maravillosas como la vida misma, esas que sólo Hollywood puede y sabe producir de vez en cuando. Gloria Stuart sigue hoy viva, y cumplirá 100 años el próximo 4 de julio.
Kate Winslet (actriz principal), Gloria Stuart (actriz de reparto) y los responsables del maquillaje se quedaron sin Óscar. Fueron las únicas nominaciones fallidas. Dirección artística, fotografía, vestuario, director, montaje de sonido, efectos visuales, montaje, canción y sonido sí fueron reconocidos. Y por supuesto, Titanic fue la ganadora del Óscar a la mejor película, la mejor de un año en el que hubo muy buen cine, pero todas sucumbieron ante el gigante: L.A.Confidential, El Indomable Will Hunting, Mejor Imposible, Men in Black, The Full Monty, Jackie Brown, Gattaca, Boogie Nights, Starship Troopers…tuvieron la desgracia de coincidir en el tiempo con una película que las eclipsó a todas. También por supuesto, la espléndida Secretos del Corazón, con la que nuestro Montxo Armendáriz aspiró al Óscar a la mejor película en lengua extranjera.
Me cuesta recordar una película que se mantuviera en boca de todos tanto tiempo como lo hizo Titanic. Avatar todavía sigue en cartelera, dos meses y medio después de su estreno, pero lo de Titanic fue, quizás, excesivo. Sí recuerdo las tímidas reacciones negativas que se produjeron hacia la película, que la acusaban de empalagosa en su historia romántica, que se veía impulsada por el My Heart Will Go On, el tema cantado por Céline Dion que sonó en las emisoras de radio hasta, ciertamente, cansar al personal. Pero muchas de aquellas opiniones eran, seguro, de gente que había pasado por taquilla, y que había disfrutado con la película mucho más de lo que abiertamente reconocían. Y es que siempre hay gente que prefiere apartarse de los gustos mayoritarios.
Este domingo James Cameron puede volver a coronarse. Se entregan los Óscar, en la que, para mi es, indiscutiblemente, la mejor noche del año. Si todo le sale redondo al cineasta, recogerá nueve premios, dos menos que los que se llevó la última vez que una película suya estuvo presente. Con Avatar ha vuelto a triunfar, aunque a mi, gustándome, me parezca muy inferior a Titanic. Resulta curioso comprobar que cuando me paro a pensar en mis películas preferidas de siempre, nunca, por muy amplia que sea la selección, incluyo a Titanic. Mi cabeza se va como un resorte a Hitchcock, a Billy Wilder, incluso a cineastas contemporáneos como Spielberg o Tarantino. Pero nunca a Titanic. Pero, cada vez que la veo, entiendo por qué me gusta tanto el cine, por qué me apasiona esta manera de contar historias. Con Titanic se demuestra, una vez más, que el gran cine está hecho del material con el que se hacen los sueños…