Crítica de la película Tolkien
Inspirado biopic de Dome Karukoski, sobre la vida del autor de El señor de los anillos.
Acercarse a la existencia de alguien tan esquivo para los extraños como era John Ronald Reuel Tolkien requiere un ejercicio de imaginación bastante potente, que el cineasta chipriota-finlandés Dome Karukoski ha llevado a cabo con sobresalientes resultados. A ello contribuye el dinámico guion elaborado por David Gleeson y Stephen Beresford, los cuales han intentado establecer una vistosa sincronía entre la realidad y el mundo que percibe la imaginación del creador de la Tierra Media.
A modo de sueño continuo, la película comienza con la evocación de una lucha entre caballeros, que mantienen su integridad en un escenario tan complicado como el de la batalla del Somme, en la Primera Guerra Mundial. A partir de aquí, el espectador toma total conciencia de que la vida de Tolkien va a estar determinada por la inmanente presencia de los hobbies, los elfos y los aguerridos soldados de inspiración medieval.
Bajo estas premisas escénicas, Karukoski narra la adolescencia del responsable de El Silmarillion con la particular fórmula de los saltos hacia el futuro y el pasado, habitualmente presididos por la época en que el literato se encuentra al borde de la muerte, cuando este tiene que luchar como soldado en una de las trincheras del Somme. De esta manera, la cámara sigue al protagonista cuando se queda huérfano al lado de su hermano pequeño, momento en que ambos son acogidos por la tutela del singular padre Francis Morgan (Colm Meaney realiza una excelente caracterización, tras la sotana del duro y comprensivo eclesiástico). En este punto, la película pasa a ilustrar los años que Tolkien pasó en la elitista King Edward’s School, donde entabla una poderosa amistad con tres de los chicos que cursan estudios en la prestigiosa institución. Un preludio académico, que desemboca en la Universidad de Oxford. Sin embargo, el cineasta de Tom of Filnland no se contenta simplemente con mostrar los hechos de forma cronológica, sino que los acompaña de constantes evocaciones y de visiones, que le llegan al estudiante y literato procedentes de lo que luego será el cuerpo argumental de la trilogía de El señor de los anillos.
Entre las secuencias más sorprendentes en este terreno está sin duda la de un amenazante dragón, que simula la expulsión de fuego ocasionada por los lanzallamas del ejército alemán, en el barrizal del Somme; y a la que recurre el protagonista en un estado de febrilidad, que le ayuda a vislumbrar parte de los monstruos destinados a aparecer en sus posteriores relatos.
Nicholas Hoult cumple con creces en la piel del escurridizo Tolkien, mientras que Lily Collins insufla vitalidad exultante a su recreación de Edith Brett (la mujer a la que siempre amó el filólogo, hasta el final de sus días).
Pese a acertar con el ritmo de la historia y la evolución de la misma, Karukoski cae en el error de parecer eclipsado en todo momento por la grandeza de la figura del autor de El Hobbit; al que retrata como si fuera uno de los héroes inmaculados que ideó para sus legendarios escritos. Un recurso que funciona de cara al armazón de la película, pero que resulta un tanto artificial en sus pretensiones de identificación con la supuesta realidad que exhibe.
Jesús Martín
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