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viernes, abril 26, 2024
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Tron Legacy **

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Tron Legacy deja un sabor agridulce en el aficionado a la ciencia ficción. Por un lado, en su arranque, transmite las buenas vibraciones que ya mencioné en un comentario previo en esta misma página después de que nos pusieran los primeros veintitantos minutos de película. Era la sensación de estar ante el comienzo de un viaje que se presumía interesante e incluso apasionante en el mundo de Tron, mostrado en esa primera parte como descubrimiento. Pero ya se sabe que el comienzo de un viaje no es todo el viaje. Y a partir de cierto momento, cuando la película ya ha mostrado sus cartas de excelencia visual y debería empezar a crecer en la creación de la trama propiamente dicho, los personajes que la habitan y sus diálogos, nos tropezamos con un muro de tópicos, diálogos que parecen más propicios para el mundo del videojuego, y tropieza con algunos problemas ya presentes en la primera entrega.

Pero antes de seguir comentando lo que creo que no funciona en Tron Legacy, prefiero seguir hablando de lo que me ha gustado, porque como he dicho al principio, lo que me produce la película es una sensación agridulce. Quiere esto decir que también tiene cosas interesantes y positivas.

Por ejemplo, y siguiendo con la tónica dominante en el cine de comercial que ocupa la mayor parte de la cartelera de nuestros días, Tron Legacy es impecable desde el punto de vista del despliegue visual, y muy atrevida y ambiciosa en el trabajo de darle una entidad a la aplicación de las tres dimensiones. He escrito valiente porque no ha tirado por el camino más fácil, que habría sido seguirle la pista ciegamente a los planteamientos de James Cameron en Avatar, sino que ha preferido ser fiel a los planteamientos del primer Tron, título de culto que posiblemente merecía tal homenaje, aunque luego explicaré lo que creo que tiene de lastre el mismo para la percepción de las escenas de acción por parte del espectador. En todo caso, en lo visual  la película es un auténtico espectáculo que debe disfrutarse en pantalla grande, con las gafitas puestas y en una situación lo más envolvente posible. De ese modo, sobre todo en sus primeros treinta o cuarenta minutos, nos encontraremos tan inmersos en el mundo de Tron como en su momento lo estuvimos en el planeta Pandora de Avatar. Así es como la película  se somete al tema esencial en el género de ciencia ficción, que tiene su origen en el género de aventuras y no es otro que el Cambio, así, con mayúscula. Es por ese aspecto por lo que sin duda me transmitió la película tan buenas vibraciones como expliqué al salir del pase de los minutos previos hace unas semanas: me dio la sensación de que podíamos estar en un esquema de ciencia ficción clásica, estilo finales de los 70, antes de que Star Wars nos llevará de vuelta a la space opera, una forma de entender del género que había brillado en títulos como Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), El último hombre vivo, El planeta de los simios, Nueva York, año 2012, 1997: rescate en Nueva York, y sobre todas ellas, esa pequeña joya del género que es La fuga de Logan.

Los otros aspectos positivos de este segundo viaje al mundo de Tron están en el reparto, esencialmente en Jeff Bridges, un auténtico monstruo capaz de echarse a la espalda lo que le toque, todo el proyecto si hace falta, y levantarlo sobre su talento a base de pulso interpretativo. No digo nada nuevo, ya lo sé, pero meter a este hombre en cualquier reparto es garantizarse automáticamente unos cuantos momentos de calidad, incluso aunque no se molesten en darle mucho que masticar a su personaje, y le pongan a contemplar el paisaje, en plan mediativo… cual es el caso.

Al ver a Bridges he tenido la misma sensación de cuando vi a Liam Neeson en plan jedi en la primera entrega de Star Wars: tienen más actor que personaje.

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La tercera cosa positiva es Olivia Wilde, que bien puede convertirse con ésta y con Cowboys y Aliens en  nuestra nueva musa del cine de ciencia ficción. Como heterosapiens he agradecido que introduzcan en la historia ese personaje de Quorra que  inevitablemente me recuerda una versión más blanca y carnal, más atractiva que la andrógina Trinity de Matrix.

Dicho todo ello, la parte negativa es que superados esos primeros treinta o cuarenta minutos en el que se inicia el viaje y la historia se desarrolla en el mundo de esa especie de juegos de gladiadores futurista, nos encontramos con el momento en que el relato y los personajes deben despegar a una nueva fase, desarrollando más la intriga…  y es precisamente en ese momento cuando el relato no sólo cambia de registro, sustituyendo la acción por largas secuencias de diálogo y un encuentro padre-hijo que resulta frío y poco creíble, ya digo, muy de vieojuego, como si el desarrollo dramático de los personajes fuera una especie de obstáculo que hay que saltar rápido para pasar a las escenas de acción. Y en el caso de éstas, me tropiezo con ese impedimento ya advertido en la anterior película del que hablaba antes: el espectador tiene difícil situarse o empatizar con los personajes por esa falta de química y energía dramática entre los mismos y en los diálogos, pero al mismo tiempo también tiene la pega de tener que meterse en la acción épica con un paisaje tecnológico que puede resultar estéticamente atractivo, pero no acaba de servir como referente para situarnos en las persecuciones y combates aéreos. No tenemos puntos de referencia suficiente para vernos metidos de lleno en la acción. Es justo lo contrario, para que se hagan una idea, de verse metidos en el interior de la Estrella de la Muerte o del Halcón Milenario, o de los pasillos y las cloacas de la ciudad sumergida de La fuga de Logan. Es una cuestión de referentes visuales más allá de la división en colores de los héroes y los villanos de esta historia. Y en el único momento en que parece que la acción puede funcionar, el enfrentamiento en el local, capitaneado por un buen trabajo de interpretación de Michael Sheen, a pesar del exceso de maquillaje (funciona porque tenemos más puntos de referencia), se nos queda flojo (y breve) y no pasa de recordarme algunos momentos de Johnny Mnemonic con aspiraciones a ser Matrix.

Miguel Juan Payán

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