Crítica Última noche en el Soho
Crítica de la película Última noche en el Soho
Interesante repaso a los arquetipos del terror con claves de musical.
No es La La Land, ni Quadrophenia, ni Bailar en la oscuridad, pero claramente la fórmula de todos esos musicales, en su alianza de viajes de sus personajes desde sus realidades grises a las imágenes idealizadas de la vida que se montan en sus cabezas, deja una impronta en el planteamiento de las herramientas para la fusión de géneros que maneja en su lenguaje fílmico este ejercicio de homenaje al cine de terror que nos propone Edgar Wright.
El director es además fiel a sus antecedentes y a la claves de autoría que definen su filmografía. Quiere eso decir que volvemos a encontrarnos el montaje como protagonista y director de la orquesta de recursos del lenguaje que va a utilizar el director, al que incluso se le somete el juego desde la fotografía con la paleta de colores manejados a lo largo de toda la película. Quiere eso decir también que inevitablemente incluso el propio montaje así como la definición visual de la propuesta van a quedar definidas, quizá incluso sometidas, a un proceso de visualización que parte de los temas musicales que ejercen como nexo de unión y columna vertebral de las distintas partes que integran la fábula.
Esto último es algo que el director ya había hecho en sus trabajos anteriores, y aún más especialmente en Baby Driver, película con la que este nuevo largometraje, desde el punto de vista de fusión y juego con los géneros, tiene mucho en común, si bien otros aspectos de Última noche en el Soho conectan por otro camino como es el de la propuesta de cruce de la realidad presente de la protagonista y el recuerdo del pasado de su experiencia extrasensorial en las noches londinenses de los años sesenta se aproximan más a lo que el director propusiera en cruce de realidad y ficción en Scott Pilgrim contra el mundo.
Igualmente, junto a estas conexiones con las propuestas más cercanas en su obra anterior, encontramos en esta película un juego de referentes que nos hace un recorrido por distintas propuestas dentro del género de terror en el que principalmente se ubica esta película, con al fantasmagoría y la locura en el equipaje principal que arrastra tras de sí la protagonista. Es así un juego con los arquetipos del territorio genérico en el que ha decidido moverse Edgar Wright en esta ocasión, que incorpora referencias tan variopintas dentro del terror cinematográfico como El resplandor, de Stanley Kubrick, terminando su tercer acto con momentos de slasher que recuerdan también bastante los usos del color y la fotografía y algo del trabajo con la música en el giallo italiano de Mario Bava y Darío Argento, siendo la columna vertebral esencial del puzle de referencias de la película Repulsión, de Roman Polanski, a la que incluso se le rinde homenaje con el guiño de las secuencias de las manos que salen para atrapar a la protagonista y el cambio hacia la cabellera rubia de la misma, que desde su aspecto visual de inocencia virginal recuerda al personaje de Catherine Deneuve en dicha película.
Bajo ese juego de referencias habita un juego con los arquetipos del género que abunda en la fórmula del pez fuera del agua y los sueños y pesadilla de aceptación y rechazo por el grupo que presiden la pelea de los protagonistas marginales en el género de terror en buena parte de sus producciones, presentándose ante la protagonista el reto de salir de su zona de confort que ella rechaza, incluso cuando decide abandonar su casa para irse a estudiar a Londres, huyendo de enfrentar y resolver los problemas con sus compañeras en la residencia de estudiantes para alquilarse un espacio de supuesta tranquilidad muy similar al que tiene en el lugar del que procede.
El giro final respecto a la verdadera amenaza, así como el trabajo de un reparto clave para llevar esta película más allá del mero juego con los arquetipos, son igualmente puntos muy positivos a la hora de valorar este largometraje.
Miguel Juan Payán
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