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jueves, mayo 2, 2024
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Un ciudadano ejemplar **

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Gerald Butler da muestras de su capacidad casi camaleónica y además de protagonizar en clave de payaso de comedia romántica la moderadamente eficaz –y al mismo tiempo totalmente previsible- Exposados (que por paradojas de la exhibición en España ha llegado antes a nuestra carletera, pero es posterior a la película que aquí comento),  se presta a desempeñar el papel de incógnita víctima/verdugo en una competente pieza de cine de intriga que se construye sobre la misma base de “ciudadano cabreado contra el sistema” que prestó aliento a películas como Furia, de Fritz Lang, o por ponernos en una fecha más cercana, Un día de furia, de Joel Schumacher, aunque a medida que avanza el argumento sea inevitable ver paseándose por el mismo un espectro lejano y apenas presente del Hannibal el Caníbal interpretado por Anthony Hopkins en El silencio de los corderos, de Jonathan Demme.

He citado estas películas entre otros posibles referentes porque creo que son las fronteras entre las que se mueve Un ciudadano ejemplar. Por un  lado me recuerda Furia, y no sólo por las similitudes en la  manera de interpretar con el rostro que creo tiene Gerard Butler con el protagonista de aquella, Spencer Tracy, en el sentido de que ciertamente es capaz de encarnar a tipos cercanos. Es en esa cercanía y no en el lucimiento de pectorales o tableta de chocolate donde radica su capacidad para el estrellato, aunque comprensiblemente algunas de sus admiradoras opinen de otro modo. El eco de Furia en esta película deriva de su planteamiento de transformación de la víctima en verdugo, del héroe en antihéroe, del ciudadano ejemplar en monstruo.

Esa es una de las propuestas interesantes de la película, porque nos remite inevitablemente a una fórmula esencial del cine de terror aplicándola al cine de intriga o suspense. El director acierta a la hora de plantearla en pantalla consiguiendo que el personaje de Butler se gane la simpatía del espectador en las primeras escenas y la mantenga, algo que también conseguía sin dificultad el hombre furioso encarnado por Michael Douglas en Un día de furia, haciéndonos compartir su necesidad de venganza, hasta que llegamos al momento de la tortura. Es ahí cuando se plantea el primer giro del argumento y nos distanciamos con cierta reticencia de la postura defendida por este héroe que rápidamente se ha convertido en villano.

Sin embargo la película no tiene tanto éxito cuando plantea un segundo giro en la segunda mitad del segundo acto, el momento en el que Butler debería convertirse en una especie de Hannibal Lecter. Por otra parte no consigue que el fiscal encarnado por Jamie Foxx sirva como contrapeso del personaje de Butler, que en todo momento nos parece más interesante. El doble protagonismo no está del todo bien resuelto, y eso hace que se resienta la implicación del espectador en el último tramo de la película, cuando el suspense debería ser más intenso. Es tan tópico el desarrollo del personaje del fiscal que le resta impulso al  tercer acto, donde además Butler no tiene el suficiente tiempo para desarrollarse como personaje al estilo de Hannibal Lecter, lo cual posiblemente habría resultado más interesante que conocer las peripecias algo superficiales que afronta el personaje del fiscal.

Por otra parte la referencia a Furia de Fritz Lang nos permite reflexionar sobre cómo ha cambiado el cine desde la época clásica hasta nuestros días, algo por otra parte perfectamente lógico pero que arroja mucha luz sobre cuáles son las características dominantes de las películas de nuestro tiempo.

En Furia, Lang optó por desarrollar su fábula trabajando desde las claves de la intriga en base principalmente a planteamientos éticos sobre el derecho a la venganza, el linchamiento y el falso culpable, todo ello partiendo de un arranque claramente romántico y manejando todas esas piezas del puzzle con un ritmo de narración más realista y pausado, menos artificial, en algunos momentos incluso más propio del documental que de la ficción, aunque la toma de conciencia final del protagonista se expresara con tintes casi sobrenaturales (los rostros de los acusados que se aparecen a su alrededor y las calles que contemplamos habitadas y llenas de vida inquietantemente vacías hasta llegar a oprimir al protagonista en su soledad).

Por el contrario podríamos decir que Un ciudadano ejemplar empieza a desarrollarse precisamente donde se acababa la película de Lang, centrándose en el ejercicio de la venganza más allá de planteamientos morales o éticos o de falsas culpabilidades, y haciendo gala de coherencia, aplica un ritmo más rápido, incluso frenético, interesado antes en explotar el impacto visual que la puesta en escena. Y no me refiero con este comentario a lo más obvio, esas escenas de acción y  violencia con explosiones, por ejemplo, sino a esos planos aéreos de la ciudad con la música reforzando la tensión dramática de las imágenes.

Observen por ejemplo como en Furia el fiscal adquiría un protagonismo en el tramo final de la narración que llegaba casi a eclipsar el de Tracy, con una función de denuncia que por el contrario en esta otra película, y a pesar de que el personaje del abogado cuenta desde el principio con un protagonismo oficial y referenciado, éste no se utiliza para plantear reflexión alguna sobre el funcionamiento del sistema o las instituciones, sino simplemente como convidado de piedra a la mucho más interesante, si bien no del todo desarrollada, evolución del personaje de Gerard Butler.

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Son dos maneras de contar historias similares en sus puntos esenciales, pero no en sus objetivos y conclusiones. En el cine de nuestro tiempo la puesta en escena se somete al impacto visual buscando un resultado seguro en la taquilla ante un público que está siendo bombardeado constantemente por imágenes. Son otros tiempos, es una guerra distinta para seducir a un espectador diferente de la que libró Lang a mediados de los años 30, el mismo año en el que en España se zambulló en una guerra civil que iba a sumir al país en unas circunstancias que con frecuencia iban a reflejar lo fácil que es desatar la furia de la multitud y organizar linchamientos. Lang había llegado a Hollywood para poner distancia entre él y una Alemania que desde 1933 estaba gobernada por los excesos del nazismo, así que sabía de lo que hablaba.

Sin embargo, F. Gary Gray no parece demasiado interesado en darle un trasfondo de comentario social a Un ciudadano ejemplar, más allá de la obvia conclusión de que los ciudadanos estamos bastante hartos de cómo se gestionan las cosas públicas en general y de cómo se desenvuelve el sistema.

De hecho ya cuando rodó el remake de Un trabajo en Italia perdió también por el camino el sentido del humor fatalista que mostraba la versión anterior en todo lo referido a las secuencias y personajes relacionados con la cárcel, en virtud de una mayor concreción del relato en los personajes principales, o lo que es lo mismo, tal y como ocurre en Un ciudadano ejemplar, buscando el impacto directo de lo visual incluso por encima de la construcción dramática (o incluso en algunos planos de la lógica: por ejemplo en Un ciudadano ejemplar, durante el ataque del cementerio, cuando los policías encargados de la seguridad del fiscal se empeñan en apuntar al automóvil en llamas en lugar de apuntar hacia el lugar del que han salido los disparos, que sería lo más lógico).

Es sin duda un camino más fácil que le da todo hecho al espectador, privándole de la posibilidad de participar activamente en la construcción del relato, y poniendo allí donde Lang y Furia se ejercitaban en el uso del pequeño detalle y lo sutil alguna secuencia de impacto ciertamente eficaz y lograda (como la de la ejecución de la jueza, que a pesar de ser totalmente previsible para el espectador tiene el mérito de conseguir sorprendernos igualmente aunque estemos totalmente seguros de lo que va a ocurrir).

Como digo es una manera distinta de contar fábulas en imágenes, motivada por tiempos y públicos diferentes, pero sigue pareciéndome que el cine de nuestro tiempo es un boceto apresurado de lo que fuera años atrás el cine más clásico y depurado de los grandes maestros. Lo encuentro un cine más apresurado, casi impaciente, que quiere contar rápido y sin complicarse demasiado la vida en la profundización en los personajes, y se interesa antes por la acción que por la reflexión, por lo enervante que por lo intrigante.

En definitiva un cine hecho y contado con demasiadas prisas.

Todo ello afecta a Un ciudadano ejemplar, película no obstante eficaz y de buen nivel dentro de la producción de intriga de nuestros días, que no obstante es en general de un nivel más bajo que las propuestas de intriga de otros tiempos. Y a riesgo de parecer nostálgico, sin serlo en absoluto, inevitablemente vuelvo a recordar aquí títulos de los setenta como Un día de perros, Los tres días del Cóndor, La conversación, El último testigo… que eran también reflexiones sobre el deficiente comportamiento del sistema y sus consecuencias sobre la vida de los individuos a un nivel en mi opinión superior y con un ritmo más reposado del que manejan sus equivalentes en el cine de nuestros días.

Miguel Juan Payán

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