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jueves, mayo 2, 2024
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Un método peligroso ****

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Brillante cambio de registro de David Cronenberg buceando en la base real de sus pesadillas con Freud y Jung. Un método peligroso es un ejercicio de estilo notable del director canadiense basado esencialmente en el juego de sus tres actores principales, Viggo Mortensen, Keira Knightley –que está especialmente brillante en este trabajo- y Michael Fassbender. Cualquiera de ellos podría estar en la lista de los nominados a los Oscar este año con un largometraje que consigue desarrollarse como título de intriga esquivando cuidadosamente todos los tópicos del tradicional biopic cinematográfico. Además sale uno de la película teniendo ganas de ponerse a estudiar psicología, lo que es todo un mérito tratándose de una fábula que consigue explicar de forma las discrepancias entre Freud y Jung de forma más sencilla (si bien que resumida y simplificada a su mínima expresión) que más de un libro sesudo dedicado al mismo asunto.

La película encaja además a la perfección en la filmografía del director integrándose en la misma a través de su tratamiento del tema de las obsesiones de sus protagonistas. Cronenberg se ha pasado la vida aplicándose a la recreación en pantalla de todo tipo de obsesiones que habrían hecho las delicias de cualquier psicoanalista, más aún porque las materializó como parte de la conducta y las vivencias de sus personajes de ficción. Ha viajado así desde el terror a la intriga, desde los primeros largometrajes de horror de su etapa canadiense hasta Videodrome y su estudio de los instintos violentos, antes de llegar hasta títulos tan significativos y cercanos a Un método peligroso como Inseparables, El almuerzo desnudo o Crash. Quiero decir con esto que con esta película su carrera da otro nuevo giro y se abre a nuevas y muy prometedoras inquietudes.  Este buceador habitual en el género de terror obsesionado al principio de su trayectoria por la carne y la sangre que le avecinaron al gore en películas como Vinieron de dentro de, Rabia, Cromosoma 3, Scanners, Videodrome, luego fue evolucionando hasta el trabajo con los grandes estudios con su propia adaptación de Stephen King (se diría que un paso inevitable para todo realizador de cine de terror en la década de los setenta y ochenta) con La zona muerta, y rodando su propio remake de un clásico de los años cincuenta, La mosca, antes de prodigarse en otro tipo de géneros con películas más inclasificables como Inseparables, El almuerzo desnudo, M. Butterfly, Crash, Existenz o Spider, metiéndose finalmente en el carril de la intriga y el policíaco con dos películas totalmente distintas, Una historia de violencia y Promesas del este. Teniendo en cuenta que después de Un método peligroso prepara Cosmópolis, adaptación de una novela de Don DeLillo en torno a la odisea de un millonario a lo largo de 24 horas en Manhattan, está claro que David Cronenberg lleva ya mucho tiempo consiguiendo sorprender a sus seguidores y al público en general con una película totalmente distinta cada vez que se pone detrás de las cámaras. Prueba de ello son esas dos penúltimas películas de corte policíaco que mencionaba: ambas totalmente distintas. Sin nada que ver entre sí, excepto que en ambos casos empieza a ponerse el cimiento de un Cronenberg más abierto a acercarse a los géneros más convencionales sin perder por ello su mirada y estilo como director, y mucho menos aún sus inquietudes. Una historia de violencia es la película perfecta para mostrar cómo se crea un monstruo (el personaje del protagonista), y además cómo ese monstruo, siguiendo la frase de Nietszche que tan bien describe la manera de comportarse en el género de terror el agente del caos (Dionisio), que irrumpe quebrando el orden previsible de lo cotidiano (Apolo): “Dionisio habla el lenguaje de Apolo, pero al final Apolo habla el lenguaje de Dionisio; con lo cual se ha alcanzado la meta suprema de la tragedia y del arte en general” (en el capítulo 21 de El nacimiento de la tragedia).

Promesas del este, su siguiente acercamiento al tema policíaco también mantuvo esa vinculación con el monstruo y el miedo y reincidió en el lenguaje cambiante de los agentes del caos. El protagonista nuevamente hablaba el lenguaje de Apolo, pero al final lo más inquietante era ver cómo Apolo acababa hablando el lenguaje de Dionisio. Su  manera de acercarse al género policiaco había cambiado respecto a Una historia de violencia, pero el tema del monstruo como manifestación del caos y las mutaciones del lenguaje que según afirmó Nietzsche llevan a la meta suprema de la tragedia se mantuvieron como marca de estilo del cineasta como autor. De hecho, David Cronenberg ha sido durante mucho tiempo el único director dedicado al cine de terror que por la mayor amplitud de miras de su obra más allá de las fronteras del miedo más epidérmicas, tópicas y obvias, merecía el calificativo de autor.

Pues bien, en Un método peligroso sigue abordando los mismos asuntos, sigue el tema del caos y el orden. Jung empieza siendo un agente del orden que es afectado por la irrupción de un agente del caos, la paciente a la que interpreta Keira Kninghtley, y finalmente, una vez más, Dionisio hablando el lenguaje de Apolo acabará consiguiendo que Apolo hable el lenguaje de Dionisio, todo ello complicado por la conocida historia de conflicto de Jung con Freud, con un tapiz de fondo que es parte fundamental de la historia y el estudio del psicoanálisis, tan esencial para explicarse la colección de horrores reunida por Cronenberg en su filmografía.

Y toda esa recreación psicoanalítica de las monstruosidades que anidan en el inquietante pozo sin fondo de preocupaciones y obsesiones del director y sus personajes, sale a la luz en Un método peligroso con un pulcro ejercicio de cine de estilo clásico, sobrio, sin alardes ni grandes sobresaltos, pero repleto del probado talento de Cronenberg para generar intriga y tensión, incluso en la escenas aparentemente más sencillas, como la primera sesión de Jung con su paciente, el test a la esposa de Jung o el primer encuentro entre Jung y Freud… Cronenberg construye desde una sencillez visual que deja a los actores en el centro de la función como interlocutores del espectador. Nos resulta fácil empatizar con ellos porque el director se ha ocupado de ordenar las piezas de este interesante puzzle, basado en un libro y una obra de teatro (Un método peligroso, de John Kerr y The Talking Cure, de Christopher Hampton respectivamente), renunciando a todo artificio.

De ese modo ha conseguido una de sus mejores y más completas películas, además de demostrar su dinamismo y versatilidad como autor, siempre dispuesto a internarse en nuevas propuestas, correr riesgos y sorprendernos incluso desde esa falsa sencillez que oculta al extrema complejidad de todo lo planteado en esta magistral lección de cine reposado y maduro que es Un método peligroso.

Miguel Juan Payán

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