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viernes, marzo 29, 2024
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Un toque de violencia ****

Un toque de violencia ****Un toque de violencia, esencial vistazo al gigante asiático y las economías emergentes con pies de barro.

Cuatro historias que definen una China asolada por la violencia. La violencia como reacción al abuso de poder y la corrupción política. Hay que ir a verla aunque sólo sea para conocer cómo se las gastan en su interior las economías emergentes. Y también porque lo que les pasa a ellos es, en esencia, lo mismo que nos pasa o nos puede pasar  a nosotros. En ese sentido vale aquello de “cuando veas las barbas de tu vecino pelar, echa las tuyas a remojar”. La película es un espejo de conductas aberrantes que conducen a la reacción brutal. Viajando por caminos muy cercanos al cine negro y las historias de crimen, la película se desplaza con una parsimonia visual que se recrea en el paisaje, los silencios y los planos fijos para establecer un ritmo de relato pausado y maduro que estalla brutalmente en una serie de actos de violencia. Pero para ello se sitúa en las antípodas de la denuncia fácil y bienpensante, del buenrrolismo gratuito la el discurso humanista simplón y hace un notable ejercicio de madurez mostrándonos visualmente las consecuencias de cada acto violento. Además esa propuesta queda reforzada por el punto de vista adoptado para recorrer este rosario de cuentos violentos engarzados con un mismo cordel que es la corrupción y el abuso de poder. Los protagonistas de los relatos no son las víctimas de la violencia, sino sus perpetradores. Lo más inquietante es que esos asesinos empiezan cada relato siendo las víctimas que se atraen de un modo u otro no sólo el protagonismo, sino cierto grado de simpatía por parte del espectador. Ellos son los que reciben el abuso. Ellos son los que reaccionan al abuso sistemático, indiscriminado, incluso cruel, pero sobre todo despreocupado, siendo esa despreocupación de los corruptos y los que abusan el denominador común que les llevará a la muerte. El cine negro preside así esta colección de relatos en los cuales el paisaje juega un papel protagonista y encontramos desde algunos arrebatos que recuerdan la violencia estilo Peckimpah en Perros de paja que marca la primera historia hasta el frío paseo por una visión de la violencia social ejercida sobre la mujer. Hay ajustes de cuentas con esa variante de la mafia que son los políticos corruptos, atracos a tiros, venganzas, celos… y sobre todo caos. El caos que reparte la muerte en todo momento inesperada.




El director elabora con pulso firme este puzle sin ahorrarse críticas a una manera de entender el abuso de poder y sin privarse de poner en cuestión la corrupción de los sicarios del estado. Los funcionarios salen particularmente mal parados en esta película que teje un tapiz deprimente en lo argumental y lo social, en los conflictos de sus personajes, arropado en un majestuoso y muy astuto uso de la imagen y las localizaciones. Buena prueba de ello son el asalto digno de un western al estilo chino con que se abre la película, el árido recorrido por el pueblo minero por el que pasea el antihéroe de la primera historia, la muchacha atrapada en el desfiladero con las manos ensangrentadas, la miradas del cuarto protagonista a la fachada del edificio que sirve como asilo a los esclavos de la producción en cadena que aparece y reaparece continuamente en los distintos relatos…

Un paseo necesario, imprescindible, para entender mejor muchas cosas que están pasando en nuestro mundo y que quizá mucha gente no se está planteando tan seriamente como debiera.

Y además un ejemplar ejercicio de cine de temática criminal revestido con intenciones de denuncia social.

Miguel Juan Payán

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