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martes, abril 16, 2024
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Una pistola en cada mano ***

Una pistola en cada mano ***

El próximo cinco de diciembre llega a nuestras pantallas la última película del director catalán Cesc Gay, uno de los mejores retratistas de los estados emocionales del indivíduo, todo un reproductor fiable de las condiciones de supervivencia que cada uno y todos los días negociamos del mí para ti.

Cesc Gay es un autor ya consolidado y su cine lleva su marca a fuego. Su sello es de mucho corazón y no precisamente de latido pobre. Vuelve a abordar y bordar una constante en su temática: las relaciones humanas y cómo surgen, crecen, se desatan y desgastan; los conflictos generacionales y cómo vamos poniendo paños calientes para mal vivirlos o sobrevivirlos. En definitiva, cómo gestiona el indívíduo el tiempo que se le da de vida para consigo mismo y para con los demás.

A Cesc Gay lo que le interesa es la persona y como se resuelve a sí misma en las diferentes edades del hombre. Su filmogarfía no es muy extensa al haber sido muy meditada y muy cuidada en la forma, contenido y parto (gracias a Dios) y si la pensamos bien y sobre todo sentimos, vemos que todos sus títulos no han hecho sino poner una piedra más en la edificación de un universo propio, comprometido, muy rico en matices y muy estimulante que una vez visitado invita, cerveza en mano, al comentario y a discutir de ello (desde luego, lo mejor que le puede pasar a una película cuando el espectador sale del cine).

De esta manera nos ha hecho regalos como Krámpack (2000), Ficció (2006), V.O.S (2009) o la estupenda En la ciudad (2003), pedazo de joya que en su planteamiento estructural y de desembocadura guarda algún punto en común con Una pistola en cada mano. Aunque en esta última se fabula en episodios que se nos presentan como piezas que pensamos completamente independientes sí es cierto que como en En la ciudad, ambos son títulos corales, salpicados de personajes que se muestran honestos dentro de sus contrariedades, que se mienten a sí mismos y se justifican hasta que la vida les obliga a mirarse a un espejo y hablar, hablar y hablar y que andan solos hasta que se encuentran unos a otros y se reconocen como razas iguales y entonces, todo cobra sentido. El puzzle toma significado único en un final “común” de escenario “común”, de alguna manera festivo, y conclusiones dichas en “común”, aunque ello no signifique que lo hayamos terminado de montar…Demasiados lugares “comunes” habitados por todos pero ecuaciones nunca completamente despejadas.
Es un placer descubrir en ambas cómo Cesc Gay retrata su universo compartimentado en espacios estanco como si fueran las escenas cotidianas de cualquier pintura de Hopper. Sus imágenes están cuajadas de puertas y ventanas abiertas que se recortan en paredes que parece que respiran mientras se toman decisiones de esas que ensanchan la vida, el pulmón y de paso el horizonte. El espacio define al indivíduo; el plano y el colorido, contenido y éste, generalmente, siempre está callado, en silencio, transmitiendo la propia soledad del indivíduo que no acierta a cómo gestionar su miedo y con tanto lío y de esta manera, así es fácil que aparezcan amantes que uno incorpora a su chepa y que se van recogiendo por el camino para añadirlos a la propia existencia como parches y apaños de los que consuelan y así es fácil que aparezca la bendita costumbre que lo aniquila todo.

Podría decirse que En la ciudad siendo una película completamente diferente, más áspera y grave era un buen germen para esta Una pistola en cada mano que nos llega ahora donde la ironía marca el ritmo de unos diálogos reales y certeros. En la primera se retrataba la generación de los treintañeros. Conceptos como el compromiso en la pareja, la gestión de la ruptura, la comunicación, la sinceridad parece que ya nos estaban abonando el terreno para Una pistola en cada mano, retrato generacional de esos personajes que en este nuevo trabajo ya han crecido y han cumplido los cuarenta pero no todos los sueños que esperaban.

Si en En la ciudad las relaciones de pareja eran su tema nuclear, aquí, Cesc Gay se detiene y CÓMO, en radiografiar minuciosamente y sin tapujos el universo masculino, sus carencias, inseguridades, complejos. Nos muestra cómo funciona la cabeza y el corazón del hombre en sus relaciones, sobre todo en la relación con las mujeres…….cómo les cuesta aceptarse en su cojera emocional que va a 33 revoluciones sobre todo con ellas, un pabellón diferente, en ocasiones maquinaria más viva que a 44 revoluciones parece que en ocasiones está más dotada para la escucha aunque sepan de antemano las respuestas (las suyas y las que necesita escuchar su compañero).

Para entenderse no hace falta mucho trabajo; sólo que la poesía arranque, fluya y que a la química se la permita respirar.
En un tono de línea recta, ¿el estado permanente del indivíduo es estar en crisis?, parece que esa es la pregunta que se hace siempre el director.

Gay, un realizador viril de sensibilidad femenina, de cine orgánico y sugerente, muestra a estos hombres perdidos y confusos en un mar de indecisiones. No saben por dónde se andan ni por donde tirar ni cómo sobrellevar a esas mujeres que les pululan y que son más directas, más organizadas y valientes a la hora de encarar ese desgaste en toda relación y que tarde o temprano siempre llega.

Pero aquí el hombre es su protagonista siendo la mujer el catalizador para que éste se luzca en su discurso, a veces ridículo, escaso y poco imaginativo. La mujer que retrata Gay es la perfecta comparsa, la que escucha y a veces alucina con tanta falta de diálogo. Parece que entre ellos (hombres) se entienden en su propio lenguaje de gestos e inseguridades comunes. Llegan ellas y parecen más perdidos y pequeños en sus explicaciones.

…y comienza el puzzle:

En el primer episodio dos hombres ( Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia), dos amigos, se reencuentran después de tiempo. Los dos están viviendo un momento difícil en sus vidas. ¿Qué es lo importante, qué lo relativo y cómo lo gestionamos?
En el segundo se nos habla de la gestión de la ruptura ( ¡qué precisa esa frase crucial que le reprocha una espléndida Clara Segura a ese inmenso Javier Cámara:” el mundo está lleno de carreteras y de paraguas”! ).

El tercero, es la gestión de la traición (“creemos que lo tenemos todo muy bien montado” dice el personaje que interpreta Ricardo Darín, sentado en un banco de un parque, con el cuerpo curvo y achatado por la falta de la utoestima dispuesto a soportarlo todo con tal de que nada en su vida cambie. Es la viva imagen de la búsqueda de la necesaria normalidad, de la que seda y calma y no desea hacer preguntas.
El cuarto muestra la gestión de la infidelidad pero de la boba, la tontorrona, la que responde únicamente a que el hombre se sienta reafirmado. En ese episodio se disfruta tanto de la dialéctica entre ese macho simple y torpe pero arrojado intentando seducir a esa hembra que le viene ¡tan grande!. Es como asistir a un documental sobre la naturaleza y los instintos más primarios del ser humano como especie animal y ser testigo de ese baile jugetón, donde ambos géneros ya han decidido desde la primera mirada. Ella busca contenido, él, más egoista, que ella sea sólo su continente. ¿Habrá entendimiento?…y es que “ a los tíos no les gusta perder”, como le dice el personaje interpretado por Candela Peña a su compañero (muy contenido, muy al punto Eduardo Noriega), frase clave que define a la película.

El último eposodio, habla de la gestión de los complejo y de la inseguridad que bloquea a estos hombres, muchos de ellos niños grandes rodeados de mujeres acostumbradas a sacarles las castañas del fuego siendo compañeras de viaje perfectas que observan desde el ángulo en vertical las vueltas en círculos de sus compañeros y mientras, sin pérdida de tiempo, van “amueblando la casa” y tomando decisiones-placebo por ellos para ir poco a poco y de manera invisible, obrando el pequeño milagro del cambio…o no.

El final es una última cena, reunión de todo este universo masculino junto pero no revuelto en plan manada en un espacio único en el que no cabe el intrusismo de la mujer porque aquí no se trata de eso. El protagonista absoluto de esta película es el hombre porque Cesc Gay lo ha decidido así. Lo que ha hecho es un homenaje a la vulnerabilidad del hombre cumplidos los cuarenta ( tanto es así que es curioso comprobar como algunos de los hombres retratados en las historias no tienen ni nombre ya que la importancia es ser arquetipo y no identidad ) y desde ese cariño, hacer algo inteligente, valiente y muy honesto.

Lo mejor que se puede hacer es ir a ver toda esta puesta en escena, para disfrutarla y después ir a un bar, pedir un buen vino y comentarla porque es tan llana que las palabras salen solas.

No es difícil sentirse identificado con esas situaciones y con sus personajes. Les coges ternura desde el punto de vista de la mujer-madre que toda mujer lleva dentro y por eso funcionamos entre ambos géneros (a veces) y Cesc Gay lo plasma de maravilla en esta película .
Poderse preguntar cómo se verán los hombres a sí mismos retratados de esta manera y cómo les verán sus mujeres, eso, me atrae!….¿hay que tomarse menos en serio y aceptar que ni los hombres puede que no sean de Marte ni las mujeres de Venus ?. Puede, aunque en momentos determinados de la vida ese Marte guerrero tan solo sea la parte del Marte más sensible, vulnerable e inmensamente frágil lo que se agradece porque le hace también más humano

Marta Simón Alonso

Opiniones del público a cargo de nuestro redactor Víctor Blanco.


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