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viernes, abril 26, 2024
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Vamos a contar mentiras, mentiras que son…¿verdad?

Vamos a contar mentiras, mentiras que son...¿verdad?

Los periodistas, esa casta tan incomprendida, considerada por sus detractores como una linaje de sangre ponzoñosa, ávidos de poder, cazadores de exclusivas de veracidad más que cuestionable. Incluso, si caemos en el tremendismo que ellos tanto procesan, juraríamos que hasta los Jinetes del Apocalipsis morirían amedrentados ante semejantes hijos de Belcebú.

Y es que todos ustedes conocen o incluso «sufren» en sus propias carnes la existencia de un periodista en sus círculos más próximos. Estos profesionales en el arte de la palabra poseen un humor extraño, a medio camino entre la ironía y la tontería supina, sólo entendido por ellos mismos y los de su gremio. Sus reuniones, de envoltorio bohemio e intelectual, son en realidad la última revisión de un aquelarre de los de toda la vida, de esos que tan bien pincelaba Goya en sus últimos cuadros de decrépita senectud. Jamás intenten comprender nada de lo que en esas reuniones se discute, y menos aún busquen un significado coherente a los chistes que allí se predican, porque no entenderán ni pizca, y casi que es mejor que así sea.

Pese a todo, siempre hay gente dispuesta a ejercer esta tan poco considerada pero muy apasionada profesión, y es entonces cuando aquellos iluminados por la engañosa providencia, caen en un espiral en donde se reúnen las más osadas e imaginativas triquiñuelas para llevar a cabo su tan cuestionada labor . Un servidor fue uno de los escogidos por el destino para la bienaventurada desgracia. Y aquí me tienen, fabulando sobre los míos, los adalides de la verdad. O de la media verdad, según el criterio de cada quién.

En el prólogo de Al filo de la noticia, excepcional cinta de James L. Brooks con un magnífico Albert Brooks que sudaba más que finado Jesús Gil en una sauna, se mostraban en una estupenda secuencia a los protagonistas cuando eran tiernos infantes, en situaciones en las que se constataba que habían nacido para el oficio. Y es que a nadie debería escapársele el hecho de que periodista se nace, no se hace.

Los periodistas jamás se callan, son especialistas en llevan las cosas a su terreno, ejercen el poder de la convicción como nadie (con excepción de los políticos, los mandamases en ese terreno) y en la lucha cuerpo a cuerpo demuestran que, en un gran número de ocasiones, es más doloroso una palabra certera a un puñetazo morrudo.

No se equivoquen, los periodistas tienen poder, puede que precisamente porque estén ávidos de él, pero también porque saben jugar y maniobrar con él como nadie. Estos profesionales pueden destapar escándalos y derrocar gobiernos, y no por ello tienen que recurrir a la calumnia. Y es que a veces las mentiras se destapan solas. Y si no que se lo pregunten a Carl Bernstein y Bob Woodward, redactores del Washington Post, que con sus pesquisas e investigaciones montaron una buena e hicieron dimitir al presidente Nixon. Alan J. Pakula, cineasta de vieja escuela, maestro del suspense en versión conspiración de altas esferas, llevó la historia a la gran pantalla con unos estupendos Dustin Hoffman y Robert Redford ejerciendo de hábiles sabuesos. Simplemente delicioso.

Otros perfiles periodísticos los podemos encontrar en Buenas noches, y buena suerte, elegante ejercicio del no menos elegante George Clooney, que ha hecho mérito suficientes en los últimos años para demostrar que es mucho más que aquel Batman filogay con pezones en ristre. Los componentes de la quinta del célebre programa de la CBS son aquí retratados como una hermandad de sangre, unos verdaderos colegas con venerables lazos de amistad. Y si hay que plantarle cara al orondo senador McCarthy, que sea unidos. Qué menos!

Y si ya nos ponemos con exquisiteces, del estilo Ciudadano Kane, con razón la mejor y más grande ópera prima, podríamos pasar días venerando a esta perfecta caricatura de aquel hombre sin escrúpulos que dio el pistoletazo de salida al periodismo más sibilino, el amarillo. Su nombre, William Randolph Hearst.

Un personaje que podría ser perfectamente hijo bastardo de Hearst es Sthepen Glass. Otro flautista de Hamelín, intérprete y narrador de las consabidas medias verdades. El sujeto en cuestión fue capaz de metérsela doblada a toda una redacción de periodistas que trabajaban para una publicación de mediana tirada, pero de gran influencia en los círculos políticos estadounidenses, a saber: The New Republic.

Sólo él fue capaz de hilvanar historias más próximas a un cuento de Perrault que a una crónica de Pedro Jota. Para cuando el pastel salió a la luz y se descubrió que Sthepen Glass poseía una imaginación que ni Gloria Fuertes con sus analogías zoológicas, el periodista calumniador se fue por donde había entrado. Y es que la verdad está tan cara estos días…

De entre todas las películas de periodistas, la historia de este fabulador moderno es mi favorita. Precisa, de ritmo trepidante, con un Peter Sarsgaard que las mata callando, un Hayden Christensen que cuenta más de lo que sabe, y un novel realizador Billy Ray que, si bien bebe mucho de maestros como el Alan J. Pakula de Todos los hombres del presidente (o quizás más de la etapa de El informe pelícano) o el Sydney Pollack de La Tapadera, consigue imprimir un estilo propio y un pulso magnífico para una película triunfadora.

En definitiva, ustedes pueden seguir gastando su tiempo en menospreciar a los periodistas, pero debo advertirles que, mientras tanto, puede haber más de uno que esté ideando la manera de bajarle los pantalones y dejarles con lo puesto y en clara evidencia. Y es que, tal y como nos dijo un profesor de periodismo en nuestra primera clase de la carrera: “Los periodistas somos muy curiosos, que no cotillas”. Salud!

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