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viernes, mayo 17, 2024
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Wall Street: El dinero nunca duerme ****

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Seré sincero: la economía y las finanzas, altas o bajas, me aburrían ya cuando estudiaba Periodismo. Consecuentemente, me tumbaron la asignatura en primero de carrera y no la recuperé casi hasta el final porque me daba pereza. Y en mi casa las cuentas las lleva mi mujer. Pero Oliver Stone ha conseguido con esta película lo mismo que ya consiguió con la primera entrega de Wall Street: que el asunto me resulte interesante, atractivo y entretenido. Creo que Wall Street, el dinero nunca duerme está entre lo mejor de Oliver Stone, y desde luego destaca entre sus últimas películas.

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Finalmente, Stone parece haberse serenado como narrador, o en todo caso se reserva las piradas de pinza para los títulos de crédito finales, que no están nada mal, por otra parte. Y yo se lo agradezco, porque Wall Street: el dinero nunca duerme nos devuelve al Oliver Stone que me llevó a dedicarle un libro de estudio de su filmografía que se publicó cuando acababa de estrenar Asesinos natos, su primera pirada pinza seria. Me devuelve al Oliver Stone que ejerce como nadie el oficio de forense del imperio americano. Ni en el CSI son tan punzantes, cortantes y astutos como lo ha sido este hombre durante varias décadas para poner en pantalla el lado menos grato, las miserias y torpezas del imperio americano. Echaba de menos esa agilidad y esa pericia para abordar temas propios de ese cine de temática social y política que desapareció de Hollywood después de los 70 y sólo Stone fue capaz de mantener ocasionalmente con sus producciones, si exceptuamos los intentos de Costa Gavras, especialmente Desaparecido.

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Además, en Wall Street: el dinero nunca duerme, Stone consigue algo que ya había logrado en Un domingo cualquiera, que un deporte que fuera de Estados Unidos entienden cuatro y el del tambor, acabara resultándonos incluso épico, aunque en realidad no nos aclaráramos de qué carajo estaba pasando allí adentro. Por lo menos, eso es lo que me pasó a mí. Precisamente por eso me sorprendió que se mostrara tan incapaz de recrear la épica de la batalla de Gaugamela en Alejandro, por ejemplo, o que no encontrara el camino para conseguir que World Trade Center no fuera una castaña.

Además, en esta película Stone consigue darle un nuevo aire al concepto de secuela liberándolo en parte de su carácter meramente oportunista. Da la sensación que ha estado esperando el tiempo preciso para que la película fuera reclamada por la realidad económica que vivimos. Y el paréntesis le ha sentado tan bien a la trama como a uno de los protagonistas de la misma, Gordon Gekko, nuevamente recreado con notable talento por Michael Douglas. La salida de la cárcel de Gekko es un primer apunte de lo que nos espera: el chiste visual sobre el teléfono móvil es genial, y deja muy claro uno de los temas de la película, que es el paso del tiempo, y como en el fondo todas las cosas siguen igual. Luego está el discurso de Gekko ante una audiencia entregada que en el fondo somos nosotros mismos, los espectadores. Otro giro que demuestra que Stone es un maestro en la narración cinematográfica cuando se pone a ello con ganas. Nos mete de cabeza en la trama y hace que sintamos el mismo soterrado afecto y admiración por el tipo que acaba de salir de la cárcel, lo que nos sitúa en la misma telaraña que el personaje interpretado por Shia LaBoeuf, que de paso demuestra en esta película un talento como actor que sus anteriores interpretaciones no nos permitían apreciar tan claramente. Saltar delante de robots gigantes, espiar a la vecina por unos prismáticos o saltar delante o detrás de Indiana Jones son un enorme ejercicio físico, pero  aquí está jugando en la liga mayor y entre pesos pesados como Douglas, Frank Langella, Josh Brolin o Eli Wallach. Y es en este terreno donde se nota que el chaval está a la altura del reto y no pierde el cara a cara con este plantel de animales cinematográficos.

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De todos ellos cabe destacar esos momentos mágicos que nos regala el veterano Wallach, quien con dos gestos, un movimiento de manos y un diálogo escaso podría enseñarle al mismísimo emperador Palpatine de Star Wars cómo ser una fuerza en la sombra.  Omnipresente durante todo el relato, Stone sabe sacarle el máximo partido con el mínimo esfuerzo. La sombra de Eli Wallach es muy alargada y planea sobre el resto de los personajes magistralmente y con poderío, demostrando que en lo referido a la interpretación, como a muchas otras artes y actividades de la vida, lo de “el que tuvo retuvo” es incluso insultante. El que tuvo tiene ahora quizá incluso más, porque para eso la experiencia es la madre de la ciencia y sabe más el diablo por viejo que por diablo. Punto.

No se trata de respetar a los mayores, sino de ser listos y saber aprender de su experiencia.

El resto, como diría el personaje de Wallach, es ponerse a “escuchar los pajaritos…”.

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Otro detalle que Stone recupera de lo mejor de su cine para esta película es su capacidad para tratar con solvente verosimilitud y realismo las escenas intimistas. El romanticismo es uno de los retos más difíciles con los que puede tropezar un narrador. Es fácil quedarse en lo superficial, lo baboso, el tópico, lo falso, lo llorón y lo francamente vomitivo. Eso o poner un polvo soso que ni siquiera resulta excitante. En Wall Street, el dinero nunca duerme, no hay nada de eso.  El intimismo y el conflicto en la pareja de tórtolos funciona, te lo crees, incluso te suenan muchas cosas de su manera de comportarse porque las tienes cada día con tu pareja. Las positivas y las negativas.

Podría ponerle pegas al positivismo del final, a cómo evoluciona el personaje de Gekko frente a la pantalla mirando la ecografía, pero soy padre, y les aseguro a los que no lo hayan sido que ver esas cosas cuando lo que está allí dentro latiendo te toca algo es capaz de volverte del revés y hacer que mires el mundo de otro modo. Así que incluso eso me parece bien. Me lo creo. Encaja en el resto del planteamiento. Es más: creo que el tema de la familia, tanto desde la relación del personaje de LaBoeuf con Sarandon como desde la de Gekko con su hija, por cierto muy bien defendida como personaje por Carey Mulligan, está muy bien tratado a lo largo de toda la película, e incluso encaja en el planteamiento de la primera Wall Street (recuerden el personaje de Martin Sheen ejerciendo de padre de su hijo Charlie también en la ficción).

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Lo que he notado más artificial, y prescindible, es la aparición de Charlie Sheen. Creo que ese “cameo” no funciona y podría haber dado más de sí ese cara a cara con Douglas. Pero no todo puede ser perfecto, y en el fondo eso es poco más que un mero adorno.

Resumiendo, que hemos recuperado al mejor Oliver Stone, y que la película consiguió que al salir del cine me dieran ganas de meterle mano al Curso de Economía Moderna de Samuelson, el libro-tocho al que no le hice caso cuando estaba en la facultad de Ciencias de la Información.

Miguel Juan Payán

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