Floja e innecesaria prolongación de una saga con pocos recursos para inquietar.
A ver, ya cuando se estrenó en su momento, y por comparación con otras propuestas del mismo género de terror de esa etapa, piensen en El exorcista o La profecía, la peripecia de la casa encantada supuestamente basada en “hechos reales” que proponía Terror en Amityville se quedaba por debajo de las mismas a la hora de producir verdadera inquietud, miedo de ese que te llevas a casa cuando sales de la proyección y que sigue dando vueltas por tu cabeza mientras te saltan en la memoria, como minas ocultas, planos o secuencias especialmente espeluznantes que has visto en el cine horas antes. Amityville tenía a favor el despliegue promocional de ser “suceso” paranormal referenciado como icónico para los aficionados al asunto, pero para el común de los mortales, aquella película de Stuart Rosenberg era eficaz pero ni mucho menos tan perturbadora como las otras dos citadas, que sin duda marcaron la década de los setenta. Por otro lado tampoco tenía la cualidad de festivo parque de atracciones de sustos que había de tener pocos años después Poltergeist, más dotada de medios (ésta última había costado unos 10.700.000 dólares frente a los 4.700.000 de Amityville), y con producción –y según algunas fuentes dirección de varias secuencias- de Steven Spielberg.
De manera que ante los éxitos de terror más rotundos e influyentes de su época, Terror en Amityville presentaba el aspecto de una serie B elevada al rango de serie A más por oportunismo de la distribución de los estudios de Hollywood empeñados en probar suerte con el género que tanta taquilla había generado con El exorcista y La profecía que por su reparto, inversión y verdadera naturaleza. Eso la convirtió en una película perdida en tierra de nadie entre el telefilme y la serie B jugando en la primera división de la explotación de ocio audiovisual estadounidense.
Dicho todo lo anterior, no esperaba ni poco ni mucho de Amityville: el despertar, pero lo cierto es que incluso con tan pocas expectativas ha conseguido defraudarme. En primer lugar desaprovecha dos elementos a tener muy en cuenta en su reparto, Jennifer Jason Leigh y Cameron Monaghan. Y los desaprovecha de una manera absurda. A ella casi no la vemos para darle toda la cancha a Bella Thorne, que no consigue sacarle a su personaje el mínimo gramo de verdad o interés, moviéndose con parsimonia y poca gracia por el laberinto de tópicos con el que le ha tocado lidiar, incluyendo algún que otro plano de lucimiento de físico totalmente prescindible, imagino que concebido para atraer el interés de las córneas del público adolescente que en todo caso van a tener poco a lo que agarrarse para seguir la pista a esta fábula desarticulada, sin ritmo, con pocas opciones de sobresaltos y ninguna de susto o inquietud mínimamente apreciable. El tópico se come a Bella. Se come también la historia. Y el intento de no meterse en huertos, les lleva a sugerir lo incestuoso y otros asuntos morbosos sin llegar a ponerlos realmente en pantalla para no sacar las patas del tiesto, como suele decirse vulgarmente. Pierde así el ejercicio de terror todo su vitriolo, su nervio y su sentido real, para convertirse en mera ceremonia de explotación de la marca, ordeño de la franquicia y desaprovechamiento de todo lo que podría haber dado de sí una máquina ante la cámara como es Monaghan. A quienes no le tengan fichado, les recomendaría que vieran las series Shameless y Gotham para hacerse una idea de lo muy parda que habría podido liarla este actor a poco que le hubieran dado algo de margen para poder desarrollar su personaje, sin limitarlo en un ejercicio de repetición de lugares comunes que lo mutila.
No he visto nada más que desidia en esta película. No creo que ni siquiera los más incondicionales del cine de terror le encuentren la chispa, porque más allá de una secuencia con moscas que además no llega a replicar el rendimiento de inquietud de la empleada en la película original, tiene poco que ofrecer.
Miguel Juan Payán
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